martes, 14 de febrero de 2012

Vivencias en El Malito





Llegamos a Palena (en Chile, cruzando el paso internacional Río Encuentro, al sur de Trevelín, Chubut) porque teníamos noticia de este pueblo a través del contacto con la escritora Bernardita Hurtado Low, a quien Dalia y el cronista conocimos en el Encuentro de Escritores de Esquel en el año 2010. Sabíamos que Bernardita vivía en Palena y allá protagonizaba una intensa vida como docente y poeta. Durante un año y medio en varias ocasiones habíamos cruzado con ella alguna que otra conversación del feisbuc, incluso las fotos colgadas por ella en la red social avivaron el interés por conocer la localidad y su entorno.


Más abajo (en el título “Palena, un pueblito de juguete”) pueden encontrar una somera descripción y, también, en “Río Palena, donde los años se quedan”, les mostramos algunos paisajes de la zona.

Pero esta crónica, la que inicia la serie dedicada a la descripción del viaje que hicimos Ana Lucía, Dalia y el cronista (es decir yo) entre Carmen de Patagones y Palena, tiene como propósito contarles de lo bien que fuimos recibidos y lo mejor que lo pasamos en casa de Bernardita y su esposo Francisco “Pancho”.

Cuando pasamos por la casa de ambos en el pueblo, sobre la calle del centro (bah!! sencillamente una de las tres únicas calles longitudinales de Palena) fuimos magníficamente agasajados con buen vino chileno (uno tinto, serio y espeso; y otro rosado, risueño y volátil) y confituras dulces. Le obsequiamos a la dueña de casa un calendario de “Patagonia, tierra de santos, mitos y leyendas” (trabajo de Chelo Candia y Carlos Espinosa), y un ejemplar de “Crónicas de muertes dudosas” del poeta chubutense Bruno Di Benedetto (premio Casa de las Américas, del 2010), que habíamos llevado especialmente. Pero los anfitriones nos guardaban la prometedora sorpresa de invitarnos a pasar un día entero (con pernocte incluido) en la casa de campo que tienen, no muy lejos de la población, en el paraje El Malito.

Aceptamos, con mucho placer, por supuesto; y hacia allá partimos a la mañana siguiente, siguiéndoles el rastro por uno de esos estrechos pero seguros caminos polvorientos de la cordillera chilena.

El Malito es un refugio apacible. La vieja casa (unos 70 años de antigüedad, le calculan) está situada en un claro del bosque donde los afanes de Pancho hacen brotar matorrales floridos con sutiles detalles decorativos. La construcción de madera y chapas bien vividas recibe amablemente con un pórtico rural, del cual se ingresa al pasillo que vincula la sala, el baño y las habitaciones, conectando con la cocina, a través de la misma sala o de la despensa. Escaleras arriba hay dormitorios tipo boardilla, de techos cercanos. Cada ventana ofrece un cuadro de color y paisaje distinto, montaña, parque, árboles cielo y río. Todo está verde (a pesar de la sequía) y el coro de los pájaros ensaya el concierto del atardecer en la costa del río montañés que le da nombre a todo..

“¿Por qué el río se llama El Malito, si es débil y amistoso?” pregunta el cronista. “Tienes que venir en invierno y lo vas a entender” responde Pancho, empeñoso y atento guía que descubre secretos del bosque a cada paso.

La casa está decorada con sencilla mano de mujer, con cada rincón poblado de recuerdos de viaje y libros, libros, libros, libros… por todas partes. La cocina (ver después) es el puesto elegido para los mejores momentos. Hay afuera un quincho abierto a los vientos, donde Pancho enciende fuegos (“aunque no vaya a cocinar nada, sólo para sentir cómo hablan las maderas”) y la conversación se fertiliza con una copa de vino o de cerveza mientras las sombras desdibujan al cerro.
Buena gente y buena casa, un sitio en donde se vive con afecto por las cosas trascendentes, y las palabras y la amistad florecen a cada momento, sin que importen las estaciones del año.


Bernardita administra los silencios, y apunta que “todos los árboles que se ven de este y del otro lado de la casa los plantó mi padre”; luego afloran los recuerdos de la infancia, en Chiloé, la isla mágica. Cuenta de sus viajes y uno viaja con ella, porque la palabra es un pájaro que nos lleva entre las alas.

¡Magnífica experiencia fue la de asomarnos a la intimidad de la vida de una poeta chilena y su marido! Sigan leyendo, sigan…


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