sábado, 11 de agosto de 2012

Vías abandonadas de la Patagonia





“Fragor de trenes que tejían laberintos de hierro,.

humo y silbatos escalaban la noche”, Jorge Luis Borges,

“Mateo, xxv,30” en “El otro, el mismo”



Como salidos del poema de Borges, los rieles se internan misteriosos por la Patagonia, con un laberinto de promesas de progreso y bienestar; porque donde llega el tren –dicen- la gente vivirá mejor. Hubo un plan, estaba escrito eso es cierto, aunque nunca se ejecutó en su totalidad. Fue el ministro de Obras Públicas de la Nación Ezequiel Ramos Mexía, entre 1898 y 1913, quien dibujó sobre el tablero una red ferroviaria que partía y volvía (sobre todo eso: volvía) a los puertos de Bahía Blanca, San Antonio Oeste, Madryn, Comodoro Rivadavia y Puerto Deseado, desde sitios cordilleranos como San Carlos de Bariloche y Esquel; o Colonia Las Heras, en la meseta de Santa Cruz. Una parte de la obra se realizó, y sobre sus resultados de beneficio social y económico hay numerosos tratados, plenos de estadísticas, que pueden ensombrecer nuestra reflexión de oxidadas nostalgias. Aquellos trenes se llevaban la lana, los cueros, el ganado en pie, los minerales y otros cargamentos más extraños, como el azúcar refinado desde la remolacha. Pero también trajeron a los comerciantes y sus tiendas multicolores y olorosas, que alegraban a las muchachas y entristecían los bolsillos de sus padres; a los maestros y sus libros, que abrían paisajes remotos a quienes se internaban en sus páginas; traían a los médicos y sus pócimas gloriosas para curar todos los males fundamentales de la salud humana; y también trajeron a las novias y los novios para cientos de pobladores en edad de merecer una cama caliente; el fonógrafo, los discos y los bailes; los peluqueros con sus aparatos para los fomentos de la cara de los caballeros y la permanente en el cabello de las damas; las señoritas pulposas para las casas de tolerancia; los repuestos para los Ford A y las máquinas esquiladoras; el fluido Manchester y también la colonia ‘Polyana 555’. De todo traía los trenes: ¡hasta el cinematógrafo trajeron!, con su prodigiosa recreación de las vidas ajenas, que eran a veces más infelices y sufridas que las de los espectadores amontonados en las pequeñas salitas de los pueblos; pero que generalmente arrojaban un final perfecto, como para llorar un ratito y volverse para la casa contentos.

El pacto del intercambio funcionó a la perfección durante muchas décadas. El tren se llevaba riqueza, pero traía ese extraño valor de la vida en sociedad llamado confort. Facilitaba los viajes, esto es muy importante, por supuesto, y las gentes de los pueblos montañeses ya no se morían sin haber visto nunca el mar; y los habitantes de las ciudades marítimas podían, al fin, contemplar las nieves de las altas cumbres andinas; atravesando el majestuoso territorio plano de los guanacos y los choiques. Muchas familias se formaron gracias a esa nueva movilidad, esto es positivo. Otras tantas se desarmaron cuando esos mismos trenes alejaron a algunos de sus miembros, emigrantes hacia las ciudades, con la ilusión de nuevas vidas.

Otra cosa para tener en cuenta es que el tren le aseguró trabajo y progreso personal a cientos de pobladores patagónicos, porque “la empresa”, cono decían con orgullo los ferroviarios, pagaba sueldos módicos que permitían vivir con dignidad y mirar confiadamente hacia el futuro, y también otorgaba vivienda y ropa, y pasajes para las vacaciones una vez al año, y ascensos y jubilación.

Todo eso se terminó. Se terminó. Seterminó, punto. ¿De repente? No, fue una lenta muerte, que también obedeció a un plan, ya no uno solo en realidad, sino una continuidad de planes, inspirados en paradigmas tales como “la guerra del petróleo”, “la competitividad”, “el nuevo rol del Estado” y otras excusas que disfrazaban la violenta y triste realidad de que el gran negocio -llevarse cargas hacia los puertos- había dejado de ser rentable y entonces los trenes ya no hacían falta. ¿Y qué si dejaban de traer cosas hacia los pueblos?; ¿La falta de comunicación?; ¿La gente que quedaba sin trabajo?... paparruchadas, cuestiones sin importancia.

La provincia de Río Negro se esfuerza, desde 1994, en mantener el servicio ferroviario entre Viedma y Bariloche. Las dificultades son enormes, pero el objetivo tiene hondo contenido social y está realmente justificado. La línea del Alto Valle sólo funciona para cargas, en manos privadas por supuesto.

En el resto de la Patagonia el óxido cubre las pocas instalaciones que se salvaron de la destrucción, otras se levantaron y sólo quedan huellas absurdas como puentes, vías, y estaciones, que no llevan a ninguna parte, donde ya no se mueven cargas ni pasajeros.

Un viejo señalero bambolea el ojo único de la lámpara a kerosene en la punta del andén, el cuerpo casi quieto, sólo el brazo en el vaivén avisador, la mirada fija en un punto oscuro del horizonte en el que confluyen dos líneas metálicas y brillantes. Se esfuerza en advertir lo que nadie puede ver, los músculos tensos, el farol en movimiento. Pero el tiempo pasa, la noche avanza olvidando todo y el tren no aparece.



“Aferrado a una botella de anís se sienta en el andén, a ver pasar los trenes desaparecidos”
Cristian Aliaga, “Trenes desaparecidos” en “Música desconocida para viajes”.







Carlos Espinosa

Apuntes descuidados al sur



miércoles, 2 de mayo de 2012

De nuevo por Palena, para un encuentro de escritores

Un mensaje por Internet, una inesperada invitación y muy pronto el entusiasmo por la idea: viajar nuevamente desde Carmen de Patagones hasta Palena, Chile. Bernardita Hurtado Low nos proponía el encuentro, para los días 27 al 29 de abril, con la participación de un grupo de escritores de la Patagonia de las dos naciones, un común denominador geográfico y muchos temas para compartir.
Allá fuimos entonces!!! El viaje en nuestro auto fue raudo (salimos de casa a las 6,45, el jueves 26, y poco después de las 18,30 ya estábamos en Esquel) y en la mañana del viernes 27 una combi de la Municipalidad de Palena nos trasladó hasta el simpático pueblo chileno que nos estaba esperando. El contingente argentino (de esa partida) lo integramos Nilda González, Patricia Cilio, Gustavo De Vera, Bruno Méndez (todos escritores, los tres primeros de Esquel, el cuarto de Trevelin), Dalia Chaina (bibliotecaria) y este cronista, de Patagones.  En Palena ya nos aguardaban, además de Bernardita, los chilenos Patricia Medina Borquez (cronista, bibliotecaria) y Neftali Silva (folclorista) llegados desde Maullín; y las poetas Elsa Pérez Carrasco y Alejandra Wolleter, de Puerto Montt. También estaban la poeta Silvia Mellado (Neuquén) y el grupo teatral musical "Viruta y Sudor" (de El Bolsón) integrado por Violeta Bergero, Jorge Lebiker y Pablo Blitzer. El sábado arribó, desde San Carlos de Bariloche, otra escritora argentina: Verónica Merlin.
Nos metimos por las prolijas y luminosas calles de Palena, cobijados por un maravilloso sol otoñal. En el corazón de la Plaza de Armas brotaron las canciones (chilenas, en particular, y latinoamericanas en general) y cuando de la guitarra de Neftalí (¡enorme nombre para el amigo cantor y músico!) y de la garganta de Patricia arrancó el capítulo de las cuecas un grupo de chiquillos se acercó y dos de ellos se brindaron en el baile, como en una postal de amistad.
El encuentro tuvo distintos momentos. Hubo talleres en la escuela de Palena, una charla en la radio local, la visita a una exposición de artesanías (cerraba un taller del verano), un acto formal de presentación de libros y autores (en la biblioteca de la misma escuela); una mateada literaria y función de títeres en la escuela de campo del paraje El Malito... pero sin dudas la situación más emotiva fue cuando, en el mediodía del sábado 28, realizamos un "piquete poético" sobre el puente del Río Encuentro, precisamente en el límite internacional entre Argentina y Chile.

Después de agruparnos, y tras la selección de dos poemas (uno de Bernardita Hurtado Low y otro de Gustavo De Vera) nos colocamos sobre uno de los laterales del viaducto y se hizo un "pasavoces" con la lectura colectiva de las obras. Aquí va la secuencia completa, (lectura de Gustavo) tomada fotográficamente por Dalia.
 
Más tarde hubo lecturas libres, Bernardita nos recitó uno de sus poemas sobre Palena; Verónica, que se encontró con el "piquete" en medio del puente, nos regaló su poema sobre los escritores de la Patagonia; y este cronista leyó una página de Ramón Minieri, de su libro "Las piedras, el agua".
Este nutritivo Encuentro Binacional de Escritores de Palena estuvo magníficamente organizado por su gente, con el apoyo decidido del Alcalde Víctor Hugo Alvarez Velázquez (abajo en la foto, en el cierre y entrega de certificados) y la colaboración de Clarita y Galo (propietarios de la hostería y restaurante en donde nos alojamos y comimos bien rico).  Todos ellos buena gente!!!
Pero hubo un escenario muy especial para el Encuentro, el sitio donde nuestros cuerpos y almas tuvieron especial regocijo: la casa de campo del paraje El Malito, donde fuimos espléndidamente atendidos por Bernardita y su esposo Francisco "Pancho". Las caminatas por el parque, con el susurro del río y el compás de las hojas secas debajo de nuestras suelas; el cielo dibujando las noches; la calidez del fogón en el quincho o de la estufa en la cocina; el delicioso asado de cordero; las sopaipillas de la tarde; y el abundante desayuno antes de la partida. Hubo cordialidad y charlas, lecturas compartidas y humor... hubo vida, literatura y vida, buena gente y palabras, vino "navegado" y pisco mango, mates... amistad. ¿qué más se puede pedir?
Para el final de esta crónica: una inspirada (hip!) copla surgida de la creatividad de este corresponsal:
PALENA ESPERA/ BERNARDITA INVITA/ YO VENGO DE AFUERA/ Y ME QUEDO CERQUITA...

sábado, 25 de febrero de 2012

Fierros viejos en la playa Las Conchillas

El fierro nos cuenta historias. Si el fierro está oxidado esas historias traen melancólicas añoranzas, como que hubo un pasado mejor, de brillo y orgullo, de potencia que no parecía tener final. ¿Qué les pasó a estas formidables máquinas del trabajo rural para quedar en semejante estado de abandono? ¿Quién fue tan cruel como para no recompensarles los servicios prestados con un descanso de jardín verde y buena sombra? ¿Por qué las condenaron a la árida playa saturada de aires salinos, sólo como objeto de curiosidad para bañistas aburridos y riesgosa aventura de chiquilines tontuelos?


Dicen las gaviotas (y yo les creo) que algunas mañanas el viejo tractor les recuerda el revoloteo de sus hermanas de especie cuando allá, en los campos bonaerenses, arrastraba el arado abriendo surcos; y el noble camión revive los tantos viajes que hizo cargado bolsas de trigo y maiz, saludado por los teros y los benteveos en esos festivales de sol que regala la pampa nacional.

Es triste destino el de las bestias de hierro, chapa y caucho, convertidas en caparazones absurdos insertos en el paisaje marítimo. Los hombres que las ponían en marcha, que las aceitaban y cuidaban, que las conducían y manejaban con destreza utilitaria ya no dejan sus huellas en los volantes y manivelas, olvidaron rumbos y urgencias de entregas. Ya no hay ruido de bielas y pistones en el intestino aceitoso de sus motores. Algunas lágrimas de combustible se deslizan sobre el metal, pero el implacable viento costero no les da tiempo para llegar al destino de la tristeza. Todo pasa al territorio negro del olvido, no hay preguntas ni reclamos. La historia es cruel. El cielo se decolora con el caer de la tarde, indiferente.



Fotos tomadas en playa Las Conchillas, cerca del puerto de San Antonio Este, provincia de Río Negro.

martes, 14 de febrero de 2012

Desde Carmen de Patagones a Palena, pasando por Chubut

Estimados amigos, van a encontrar, de aquí para abajo en este blog viajero, una serie de crónicas sobre el viaje que realizamos (una parte de la familia) a lo largo de 3.000 kilómetros, entre Carmen de Patagones (Buenos Aires, Argentina) y Palena (Región de los Lagos, Chile). El relato no está ordenado cronológicamente, ni tampoco según el mapa. Son trazos sueltos, apuntes nada más. Lo disfrutamos mucho, nosotros y nuestra "Pewma" que es el nombre de la Toyota 4Runner que nos llevó y trajo.


Tienen bastante para leer y mirar... ¡vamos, arranquen de una buena vez!

Vivencias en El Malito





Llegamos a Palena (en Chile, cruzando el paso internacional Río Encuentro, al sur de Trevelín, Chubut) porque teníamos noticia de este pueblo a través del contacto con la escritora Bernardita Hurtado Low, a quien Dalia y el cronista conocimos en el Encuentro de Escritores de Esquel en el año 2010. Sabíamos que Bernardita vivía en Palena y allá protagonizaba una intensa vida como docente y poeta. Durante un año y medio en varias ocasiones habíamos cruzado con ella alguna que otra conversación del feisbuc, incluso las fotos colgadas por ella en la red social avivaron el interés por conocer la localidad y su entorno.


Más abajo (en el título “Palena, un pueblito de juguete”) pueden encontrar una somera descripción y, también, en “Río Palena, donde los años se quedan”, les mostramos algunos paisajes de la zona.

Pero esta crónica, la que inicia la serie dedicada a la descripción del viaje que hicimos Ana Lucía, Dalia y el cronista (es decir yo) entre Carmen de Patagones y Palena, tiene como propósito contarles de lo bien que fuimos recibidos y lo mejor que lo pasamos en casa de Bernardita y su esposo Francisco “Pancho”.

Cuando pasamos por la casa de ambos en el pueblo, sobre la calle del centro (bah!! sencillamente una de las tres únicas calles longitudinales de Palena) fuimos magníficamente agasajados con buen vino chileno (uno tinto, serio y espeso; y otro rosado, risueño y volátil) y confituras dulces. Le obsequiamos a la dueña de casa un calendario de “Patagonia, tierra de santos, mitos y leyendas” (trabajo de Chelo Candia y Carlos Espinosa), y un ejemplar de “Crónicas de muertes dudosas” del poeta chubutense Bruno Di Benedetto (premio Casa de las Américas, del 2010), que habíamos llevado especialmente. Pero los anfitriones nos guardaban la prometedora sorpresa de invitarnos a pasar un día entero (con pernocte incluido) en la casa de campo que tienen, no muy lejos de la población, en el paraje El Malito.

Aceptamos, con mucho placer, por supuesto; y hacia allá partimos a la mañana siguiente, siguiéndoles el rastro por uno de esos estrechos pero seguros caminos polvorientos de la cordillera chilena.

El Malito es un refugio apacible. La vieja casa (unos 70 años de antigüedad, le calculan) está situada en un claro del bosque donde los afanes de Pancho hacen brotar matorrales floridos con sutiles detalles decorativos. La construcción de madera y chapas bien vividas recibe amablemente con un pórtico rural, del cual se ingresa al pasillo que vincula la sala, el baño y las habitaciones, conectando con la cocina, a través de la misma sala o de la despensa. Escaleras arriba hay dormitorios tipo boardilla, de techos cercanos. Cada ventana ofrece un cuadro de color y paisaje distinto, montaña, parque, árboles cielo y río. Todo está verde (a pesar de la sequía) y el coro de los pájaros ensaya el concierto del atardecer en la costa del río montañés que le da nombre a todo..

“¿Por qué el río se llama El Malito, si es débil y amistoso?” pregunta el cronista. “Tienes que venir en invierno y lo vas a entender” responde Pancho, empeñoso y atento guía que descubre secretos del bosque a cada paso.

La casa está decorada con sencilla mano de mujer, con cada rincón poblado de recuerdos de viaje y libros, libros, libros, libros… por todas partes. La cocina (ver después) es el puesto elegido para los mejores momentos. Hay afuera un quincho abierto a los vientos, donde Pancho enciende fuegos (“aunque no vaya a cocinar nada, sólo para sentir cómo hablan las maderas”) y la conversación se fertiliza con una copa de vino o de cerveza mientras las sombras desdibujan al cerro.
Buena gente y buena casa, un sitio en donde se vive con afecto por las cosas trascendentes, y las palabras y la amistad florecen a cada momento, sin que importen las estaciones del año.


Bernardita administra los silencios, y apunta que “todos los árboles que se ven de este y del otro lado de la casa los plantó mi padre”; luego afloran los recuerdos de la infancia, en Chiloé, la isla mágica. Cuenta de sus viajes y uno viaja con ella, porque la palabra es un pájaro que nos lleva entre las alas.

¡Magnífica experiencia fue la de asomarnos a la intimidad de la vida de una poeta chilena y su marido! Sigan leyendo, sigan…


Vivencias en El Malito, en la cocina de Bernardita


La cocina de la casa de campo de Bernardita es el principal ambiente de la antigua construcción, se abre al patio en generosas ventanas y puertas, por donde se asoman los perros y los aires de dos diagonales: la del imponente cerro, al frente; y la de rumoroso río, al fondo. Aquí ella desata un vendaval de ollas al fuego, el cuchillo se hace invisible en el picado fino de las aromáticas y los pescados suspiran sobre la mesa, aliviados del frío, ignorantes del destino caliente que les espera. Hay elaboración y hay charlas, corre el mate (que nos une por arriba de los Andes) y los aromas se suman, debajo del bajo techo protector. “Sobre esta mesa a veces escribo” cuenta Bernardita. Uno se imagina que la inspiración también salpica las paredes y trata de adivinar las manchas volátiles de las palabras bien dichas y escritas.


Pasamos horas maravillosas en la cocina de Bernardita. Ella construyó allí su atalaya a prueba de los vientos. Parte, viaja (mucho) y reparte su arte por distintos rincones de Chile, alguna que otra escapada a la Argentina y súbitas invitaciones tras los mares. Pero siempre vuelve a esta cocina de campo, en El Malito.


 


“Vivo en la cordillera, con el alma pendiente de las nubes, tengo días precarios y otros mejores, son esos cuando la casa se llena de silencio y los membrillos resuenan en el techo. A veces me purifico en la neblina del alba y aprovecho el buen tiempo para colgar mis penas en el patio y sacudirlas del invierno y sus dolores. En las tardes, mientras en la cocina desgrano penas y arvejas, puedo saber si mañana llueve, cuando en el mallín cantan los teros; entonces, llega la hora de atizar el fogón y cocer el pan en el rescoldo del olvido”.



(Retrato, de Furia y paciencia, de Bernardita Hurtado Low)



“Entre afanes diarios y ollas como locomotoras (hierven para llegar a tiempo), me doy un respiro para dibujar tu nombre con el vapor de la tetera” (Destino de almuerzo, de Furia y paciencia, de Bernardita Hurtado Low)


Vivencias en El Malito, deliciosos sabores chilenos







La tarea de Bernardita (con alguna ayuda de las visitantes) dio resultados deliciosos. Un caldillo de congrio, las empanadas de mariscos, la sopaipilla, el salmón a la olla, la ensalada pebre (que es una sinfonía de sabores) y otra más con unos choclillos de juguete, después los postres de fruta y helado. ¡Ah… y el buen vino chileno! La charla generosa en anécdotas, las descripciones de los lugares y la música que sonaba en el equipo de audio (la banda Bordemar y otros músicos de Chiloé) permitieron no sólo una buena digestión sino la rica enjundia de las ideas. ¡Hermanos en los sabores y en las palabras, levanto la copa por Bernardita y Pancho!


“En la noche atizamos el fuego, reconstruimos vidas antiguas. Resucitamos muertos, perdonamos a los ausentes y buscamos los mejores años en los agujeros del tiempo” (Reunión, de “Furia y paciencia” de Bernadita Hurtado Low).