miércoles, 27 de julio de 2016

Líbano, el ansiado encuentro familiar, segunda y última parte

Esta crónica complementa la primera parte del relato sobre el encuentro entre Dalia Chaina  (y yo como testigo privilegiado) y sus parientes libaneses. La primera parte se encuentra más abajo, porque así es el sistema del blog.
Al sábado siguiente de ese primer encuentro en Harajel, en otra jornada libre dentro del variado programa de excursiones preparado por la Sociedad Libanesa de Rosario para el grupo viajero, volvimos a la casa de Chaina Akiki, y su esposa Hoda, junto a la vivienda de los abuelos Tanios Akiki y Georgette (padres de Chaina), en una colina rodeada de verde y afloraciones pétreas de gran antigüedad.
En este caso el viaje fue conducido por Antoine (Tony) en su auto, desde nuestro hotel en la bahía de Jounnieh. Tony es otro de los hijos del matrimonio formado por Chaina y Hoda, hermano de Jean y Nikole. A media mañana llegaron Nikole, su esposo Tony (también llamado Antoine) y la simpática hija de ambos, Naio.
Se repitieron los abrazos y las expresiones de afecto. Sin que fuese necesario un exacto entendimiento de palabras.
Hicimos un breve paseo por el pueblo de Harajel (yo escribí Hrajel en la crónica anterior, creo que en español  valen las dos formas ) para hacer alguna compras, por caso en la muy completa verdulería y frutería de un señor de apellido Chucair, pariente de nuestro querido amigo Elías.

El recuerdo del abuelo Elías Chaina Akiki, el fundador de la numerosa familia de apellido Chaina en el norte de la Patagonia, estuvo siempre presente.






Aquella mañana Dalia se metió en la cocina de Hoda, para preguntar y repreguntar todo lo que se le ocurrió acerca de la elaboración del café a la turca y diversos platos de la comida típica libanesa.
Un poco después Hoda y la abuela Georgette le revelaron a Dalia los secretos del amasado y cocción del pan típico del Libano, que se utiliza para acompañar todos los platos de la variada y sabrosa mesa libanesa.
Naio, nieta y bisnieta de Hoda y Georgette, también participó de la interesante demostración sobre la panificación artesanal.







En la sobremesa del almuerzo (otra vez un festival de delicias sobre la mesa!!!) llegó el primo Joseph (aquel del restaurante) y trajo algunas antiguas fotos familiares, conservadas a través de los años, primero en manos de su padre y después en las suyas. En una de esas imágenes, tomada sin ninguna duda aquí en la meseta patagónica en Clemente Onelli, aparecieron María Marilef, esposa de Selem Chaina, hijo del abuelo Elias Chaina Akiki, y la hija menor del matrimonio Chaina-Marilef: Elida Dalia Chaina… ¡mi adorada mujercita, que se sorprendió y emocionó muchísimo, sobre todo porque nunca había visto esa imagen, ni recordaba tampoco cuándo se sacaron la foto su mamá y ella!
La foto tiene en el reverso una anotación, de puño y letra del abuelo Elías, en lengua árabe, donde informa que aparecen en ella María y su hija Elida. Seguramente la imagen, típica de las portátiles Kodak color en los años setenta, fue enviada por el abuelo antes del viaje a Harajel en 1973; o tal vez la llevó personalmente en su maleta. ¡De cualquier forma esa foto estuvo esperando la llegada de Dalia durante más de cuatro décadas, allá en el pueblo de las colinas libanesas! 






También, dentro de los tesoros fotográficos que aparecieron esa tarde, estaba una imagen del abuelo Elias con su hijo Selem, y otra (en blanco y negro) tomada allí en Harajel en la casa de otro de los primos, Joseph, donde se lo puede ver a Tanios, con cuarenta años menos!



A media tarde fuimos con Chaina y Josué a visitar al tío Joseph, otro de los sobrinos del abuelo Elías, en cuyo rostro pudimos reconocer los rasgos familiares.


Después, acompañados por Chaina, fuimos a recorrer las prolijas chacras manejadas por Tanios, con ayuda de su hijo. La tierra rojiza de Harajel luce perfectamente pareja, sin malezas de ningún tipo, destacando la plantación de manzanos de distintas variedades; con el suelo preparado para las hortalizas de verano.

 El riego se toma de vertientes, cuya agua es almacenada en lagunas  de contención, y es bombeada después a través de una red de mangueras que permiten el ordenado goteo, sin ningún tipo de desperdicio.
Tanios y Chaina nos mostraron, con justificado orgullo, el resultado de sus labores.





Se produjo también el momento de recibir regalos, generosas muestras de afecto familiar: una túnica –bordada por Hoda-, y un rosario, para Dalia; una camisa y su corbata al tono, para mí. Imágenes de San Charbel y de Santa Rebeca, celebridades religiosas libanesas, pertenecientes a la orden católica de los maronitas.
Dos botellas, una con anís artesanal y otra de licor de manzanas, elaborados por Tanios y su esposa Georgette, respectivamente, también formaron parte de los obsequios.
Pero el regalo más fuerte, aquel cuyo tamaño real no podría caber en ninguna de nuestras maletas, fue el del amor. Un amor extendido a través del tiempo y la distancia, como una necesaria prolongación del mandato recibido de sus mayores, quienes eran parientes cercanos del viajero Elías Chaina Akiki, aquel que llevó nostalgias de Harajel a la Patagonia.
La noche de ese sábado volvimos a pernoctar bajo el acogedor techo familiar. El domingo, bien temprano, Nikole y Hoda nos llevaron de regreso a Jounnieh, para asegurarnos la asistencia perfecta a otra de las apasionantes jornadas de excursión, guiados por Ivette Enaissi.





Quedaría un tercer y último encuentro de emociones familiares, en la noche del jueves 16 de junio, en vísperas de nuestra partida del Líbano. En esta ocasión nos recibieron en el departamento que tienen en el barrio de Zouk Mikayel, cerca Jounnieh. Otra mesa desbordante de bocados deliciosos, la charla amena (ya sin preocuparnos mucho por el idioma de las palabras, porque el afecto había terminado por derribar todas las barreras), un breve recital de Tony Akiki en derbake, los abrazos con Chaina y Hoda, los mensajes filmados de todos para traer como saludos a la Patagonia y… un encargue muy especial.
Chaina nos entregó una botella conteniendo agua de la vertiente del campo, allá en Harajel, con un pedido conciso: que ese líquido riegue la tumba de abuelo Elías en Clemente Onelli.  El compromiso quedó asumido, como una obligación de afecto.










En la mañana del viernes, luminosa como todas allá en Jounnieh, el abrazo final fue con Jean Akiki, el joven gestor del gran encuentro, propiciador de tantos momentos que quedaron grabados en nuestra memoria para siempre.


Se habían respondido todos los interrogantes que nos desvelaban en las noches previas al viaje. El objetivo del tour familiar del afecto estaba cumplido.



lunes, 25 de julio de 2016

Líbano, el ansiado encuentro famiiar, primera parte

Durante las muchas semanas previas al viaje al Líbano casi todas las noches nos acostábamos preguntándonos cómo sería todo aquello que teníamos por delante, y cuáles serían nuestras emociones allá, en la tierra del abuelo Elías Chaina Akiki, aquel inmigrante que vino a la Patagonia hace cien años y fundó el pueblo rionegrino que se llama Clemente Onelli.
La mente de Dalia, ella es  mi esposa, nieta del abuelo  Elías, se llenaba de dudas e interrogantes. ¿Podría reconocerse en los gestos y los rostros? ¿Cuánta historia familiar desconocida para ella la estaría aguardando allá, entre los cerros libaneses, en ese pueblo de nombre musical y misterioso llamado Hrajel?
En la tarde de un caluroso sábado del  verano  del Líbano tuvo lugar el primer encuentro. Fue en el hotel de Jounnieh donde se alojaba la delegación magníficamente organizada por la Sociedad Libanesa de Rosario. Jean Akiki estaba allí, temblando de emoción, esperando los brazos de aquella parienta argentina que llegaba desde tan lejos en la geografía, pero de tan cerca en el afecto.
En todos los preparativos , y más aún: en el momento mismo de adoptar la decisión en torno al viaje,  este joven y atento Jean había tenido participación protagónica. Sus contactos por vía de whasap fueron periódicos y regulares, acercando información sobre aspectos de la conformación familiar.

Hubo abrazos, besos y lágrimas en esa tarde de hotel. Jean, que estaba trabajando en un restaurante allí mismo en la Bahía de Jounnieh, a corta distancia, estableció el puente hacia el afecto y lo dejó bien sostenido sobre bases sólidas. Un paquete de deliciosas confituras libanesas, que puso en nuestra mesa, fue el anticipo apropiado de tantos momentos felices que estaban por ocurrir. Y las lágrimas corrían.... 







El apretado programa de excursiones culturales e históricas, previsto por la Libanesa de Rosario y confiado acertadamente a la guía Ivette Enaissi, nos otorgaba el primer día libre recién para el miércoles siguiente. El tiempo pasó muy rápido (ya en otra crónica procuraré ofrecerles detalles sobre los magníficos lugares visitados) y finalmente, en una mañana espléndida y perfumada, Jean pasó a buscarnos para viajar hacia Hrajel.
Allá, en la casa familiar, se multiplicaron abrazos y emociones fuertes. Nos esperaban Chaina Akiki, el padre de Jean;  Hoda, su madre, y la abuela Georgette, quien es la mamá de Chaina. El amplio salón de la casa se llenó de sonrisas y suspiros. Una invisible nube de afecto lo cubría todo, el nombre del abuelo Elías sonaba a cada momento, el recuerdo de su visita a Hrajel entre 1973 y 1975 estaba muy presente.
Un poco más tarde, mientras seguíamos intercambiando palabras en español e inglés,  pero sobre todo en el indefinible idioma del corazón, se sintió el ruido de un motor que venía trepando la colina en donde se encuentra la casa de los Akiiki.
“Viene el abuelo Tanios” exclamó Jean, y salimos todos hacia afuera. En efecto allí estaba llegando Tanios, el papá de Chaina, sobrino del abuelo Elías, montado en el pequeño tractorcito que utiliza para ir y venir desde sus plantaciones de frutas y hortalizas.
Fue otro abrazo fuerte en el tiempo y el amor. Fue quizás el abrazo más intenso de aquella mañana. Tal vez porque Dalia encontraba, en ese rostro curtido por soles y labores campestres, los mismos signos y rasgos de su abuelo y de su padre, hombres de trabajo duro a la intemperie en este sur rionegrino y patagónico donde germinó la semilla de los Akiki (cambiado el apellido a Chaina, en realidad el segundo nombre de pila del abuelo, por accidente administrativo de la oficina de Migraciones).
El resto de aquella jornada transcurrió en el clima de encuentro y descubrimiento de parecidos y coincidencias, en el reconocimiento de rasgos fisonómicos, en el contacto de manos y rostros, en la búsqueda del aspecto común, en la construcción del ámbito de lo familiar. Tiempo sin apuro, en el mediodía y la tarde, que disfrutamos en el calor del patio de la casa de los Akiki.
Yo me sentía observador y protagonista al mismo tiempo. Estaba allí por amor a una mujer con fuerte mezcla de sangres en sus venas –la libanesa y la mapuche- y por la decisión de gestar el encuentro con los ancestros, tratando de bucear en los rastros de una historia familiar de la que me siento parte. Los Akiki (Chaina, Jean, todos!) me recibieron ese día con exquisita simpatía y cordialidad.













Hicimos varios paseos. Uno de ellos, con Jean, fue la visita a la casa de otro sobrino del abuelo Elías, Elías Tanios Daher Akiki, quien confeccionó con sus propias manos la representación del árbol genealógico de la familia Akiki. Con infinito cuidado los dedos de este hombre –dedos fuertes de quien ha trabajado la tierra- recorrían los caminos de la historia familiar en un mapa singular, una guía de la sangre sobre la tierra, en el tiempo y las distancias.
La visita tuvo también el sabor de un refinado licor de rosas, elaborado por la esposa de Elías Tanios Daher, quien demostró su gentileza austera. Cada uno de los rincones familiares de Hrajel que pudimos conocer estuvo engalanado por los mismos gestos de amabilidad inmensa.
Estuvimos también en el pequeño pero muy hermoso templo católico de Hrajel. Donde la perfección de la estatua de la Virgen y el Niño Jesús resulta conmovedora.  
Después, cuando llegó la hora del almuerzo (ese día miércoles del primer encuentro) la mesa resultó chica para tantos sabores y perfumes. Las atenciones se repetían sin pausa. ¡Sentirse agasajados de esa manera, algo poco común para nuestra vida sencilla de patagónicos!
Por la tarde fuimos al campo. Los alrededores de Hrajel son muy bellos, entre colinas donde el verde de prolijas plantaciones nos sorprende gratamente entre cañadones y vertientes de agua fresca que baja de secretos manantiales.  En una pequeña capilla, en lo alto de una colina, Chaina y Jean nos hicieron una demostración del repicar de campanas. El aire de todo el vallecito de Hrajel se llenó de sonidos y ecos, y los pájaros se sumaron también en el festejo. ¡Cómo si estuviesen dándonos la bienvenida!





















Al caer la tarde visitamos el restaurante típico libanés –en el pueblo mismo- que manejan los primos Josué y Sleme Akiki, donde se repitieron las atenciones en el marco de un salón decorado con piezas antiguas de la labranza en el campo.
Antes habían llegado a la casa de Chaina y Hoda su hija Nicole y su nieta (hija de Nicole, claro), llamada Naio, una dulce niña muy expresiva y comunicativa.
Cuando llegó la noche la invitación fue concisa:  quédense a dormir, mañana temprano los llevamos de vuelta a Jounnieh, para que puedan seguir con las excursiones del grupo.  Hubo una cena liviana y después la cómoda cama nos esperaba, para reponernos del cansancio de tantas emociones en ese primer día de encuentro familiar.
(Sigue en una próxima entrega)