Estambul es la gran vidriera del intercambio comercial entre
dos continentes, Europa al oeste y Asia al este, separados por el luminoso
Bósforo que vincula los increíblemente quietos mar de Mármara y Negro .Luces y
misterios, historias que se remontan a los tiempos de Bizancio y
Constantinopla, emperadores y sultanes, el mundo Ottomano, el recuerdo del fantástico
Orient Express, cielos empinados por la multiplicidad de minaretes que elevan oraciones
de mezquitas y tradición musulmana.
Las mañanas de Estambul son bulliciosas en los bazares, donde
predomina el sano deporte del regateo; las tardes se reclinan en el inmenso atardecer
que se aprecia mágicamente desde la torre Galata, y en las caminatas por las
avenidas costeras, juveniles y divertidas; las noches están pobladas de la magia de
infinitos bares en donde brota la música perfumada con el exquisito café turco
y las confituras más seductoras, conjurados en la prolongación de las charlas.
El cronista patagónico, extasiado en la observación de la
belleza amable de las mujeres turcas, casi es arrollado por el tranvía histórico
que atraviesa la céntrica peatonal.
Es imprescindible el recorrido y visita a una serie de
monumentos históricos. La mezquita Azul nos deja boquiabiertos con la altura de
43 metros en su cúpula central, inaugurada en 1616 , después de muchos años de
trabajos dirigidos por Sedefkar Mehmet Ağa, discípulo del arquitecto Sinan, “el
Gaudí turco, salvando los tiempos”, según nos dijo nuestro guía, responsable de las más monumentales y bellos
templos del rito musulmán.
Pero hay que recuperar el aliento para internarse,
después, en Santa Madre Sofía o Hagia Sophia, construida durante el mandato de Justiniano
entre los años 532 y 537 y considerada una de las obras maestras del arte
bizantino. Este templo de descomunales dimensiones (la sala central mide 70
metros de largo por 74 de ancho) y cúpula interior a más de 50 metros de altura,
fue entre 1204 y 1261, la iglesia del Papa y basílica patriarcal ortodoxa,
considerada como el ejemplo más logrado de la arquitectura bizantina . En 1453,
cuando se produce la caída del Imperio Bizantino, o Romano de Oriente (fecha
tomada como final de la Edad Media) es convertida en mezquita, y son ocultados
muchos de los signos religiosos católicos. Finalmente, en 1935, fue cerrada
como mezquita y convertida en el museo que sigue siendo hoy, con la visita de
dos millones de visitantes al año.
Los palacios de Topkapi, Dolmabache y Beylerbeyi son ricos y
bellísimos exponentes de la magnificencia y poderío del imperio Ottomano, a
través de sus varios siglos de duración, con el sometimiento y explotación de
enormes extensiones de medio oriente que aseguraban incalculables riquezas a la
familia imperial. El derroche de lujo que puede observarse en los detalles de
sus construcciones causó un fuerte impacto en el cronista patagónico,
despertando un sentimiento casi hosco. ¿Cómo ha sido posible que una élite
gobernante viviese rodeada de tanta fastuosidad sabiendo que a pocos kilómetros
de distancia el pueblo subsistía en condiciones de miseria y violencia?
El ejemplo de los sultanes turcos no resulta muy edificante.
Los sistemas de seguridad (y el negocio de las tiendas de suvenires) impiden
sacar fotos en los interiores de Dolmabache que es una especie de réplica de Versailles. Cito
a la dudosa Wikipedia: “fue construido en tiempos del sultán Abd-ul-Mejid I
entre 1842 y 1853, con un coste de cinco millones de libras de oro otomanas, el
equivalente de treinta y cinco toneladas de oro. Catorce toneladas fueron
usadas únicamente para adornar el techo en el interior del palacio. La mayor
araña de cristal de Bohemia, un regalo de la reina Victoria, está en la
estancia central. La araña tiene setecientas cincuenta lámparas y pesa cuatro
toneladas y media. El Dolmabahçe tiene la mayor colección de candelabros de
cristal de Bohemia y Baccarat; también la Escalinata de Cristal posee
balaustres de cristal de Baccarat.”.
Tampoco se pueden fotografiar las salas interiores de Beylerbeyi , que era
el palacio de verano, levantado en 1860, con dimensiones menos extravagantes.
El Topkapi, en cambio tienen algunas salas en las que es
posible tomar fotos. Se trata de una
ciudadela levantada entre 1459 y 1465, con funciones de lugar de residencia fortificada
para los sultanes y sus visitantes, colaboradores y sirvientes, además del imprescindible
harem (que también puede visitarse en los palacios mencionados antes) y las exposiciones
de los increíbles regalos que recibían los emperadores por parte de los jefes
de Estado de Europa y Asia. Allí, en un ambiente excesivamente oscuro y sin la
señalización adecuada se exhibe el diamante el diamante Topkapi, que, con forma de cuchara
-pero sin mango- ocupa la quinta posición entre los de mayor peso en el mundo,
gracias a sus 84 kilates.
El cronista patagónico quedó sinceramente abrumado ante el impúdico muestrario de tantas riquezas.
Pero los turcos son amables, buenos anfitriones que
disfrutan de los gestos gentiles. En los comercios (sobre todo en los bazares)
los empleados se esmeran en parlotear español. Sin disimular los ancestros
machistas de su cultura le conceden atención privilegiada al varón que llega
acompañando a su esposa. Lo invitan a sentarse en un cómodo sillón y le ofrecen
te o café (exquisitos en todos los casos) para que descanse mientras su mujer
se prueba vestidos o pañuelos, o admira joyas y otros utensilios. ¡Pobres, ignoran que en nuestras costumbres
mercantiles la mujer argentina goza de absoluta independencia y, muchas veces,
tiene más autonomía de tarjeta de crédito que su hombre!
Otros dos sitios muy interesantes en el entorno de Estambul.
La iglesia de San Salvador de Cora (Chora, pronuncian los turcos) es uno de los
mayores monumentos bizantinos del mundo, con sus maravillosos mosaicos representando los momentos más significativos
de la historia de Jesús y la religión católica. ¡Cuesta creer que una ciudad
mayoritariamente musulmana se conserven esas reliquias! ¡Y aún más sorprendente
fue que nuestro guía, Mete Babila, bien musulmano él, nos hiciese un consistente y consustanciado
relato sobre las escenas bíblicas recreadas en el fino arte del mosaiquismo entre
1315 y 1321, por las manos anónimas de artistas ubicados en la corriente del
Renacimiento!
Por último, hay un café ubicado en lo alto de la colina del
barrio de Eyup, en las afueras de Estambul, con una vista resplandeciente del
Cuerno de Oro (un brazo del Bósforo) y el recuerdo del escritor, navegante y trotamundos Pierre Loti (francés), que allá
por los años dorados de la bohemia (1880-1910) se sentaba allí a admirar el
paisaje y escribir. El sitio respira intelectualidad, y el café es riquísimo.
Ya se sabe que las noticias terribles sobre atentados y
alzamientos militares le han otorgado muy mala fama a Estambul, en estos
últimos tiempos. Hago votos para que se superen las hostilidades que dan lugar
a estropicios tan graves como el ocurrido en el gigantesco aeropuerto Atatürk, hace
pocas semanas. También repudio la violencia de la insurgencia militar. Porque
esta ciudad merece ser visitada y vivida en paz.
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