Durante las muchas semanas previas al viaje al Líbano casi
todas las noches nos acostábamos preguntándonos cómo sería todo aquello que
teníamos por delante, y cuáles serían nuestras emociones allá, en la tierra del
abuelo Elías Chaina Akiki, aquel inmigrante que vino a la Patagonia hace cien años
y fundó el pueblo rionegrino que se llama Clemente Onelli.
La mente de Dalia, ella es mi esposa, nieta del abuelo Elías, se llenaba de dudas e interrogantes.
¿Podría reconocerse en los gestos y los rostros? ¿Cuánta historia familiar
desconocida para ella la estaría aguardando allá, entre los cerros libaneses,
en ese pueblo de nombre musical y misterioso llamado Hrajel?
En la tarde de un caluroso sábado del verano del Líbano tuvo lugar el primer encuentro. Fue
en el hotel de Jounnieh donde se alojaba la delegación magníficamente organizada
por la Sociedad Libanesa de Rosario. Jean Akiki estaba allí, temblando de
emoción, esperando los brazos de aquella parienta argentina que llegaba desde
tan lejos en la geografía, pero de tan cerca en el afecto.
En todos los preparativos , y más aún: en el momento mismo
de adoptar la decisión en torno al viaje, este joven y atento Jean había tenido
participación protagónica. Sus contactos por vía de whasap fueron periódicos y
regulares, acercando información sobre aspectos de la conformación familiar.
Hubo abrazos, besos y lágrimas en esa tarde de hotel. Jean, que
estaba trabajando en un restaurante allí mismo en la Bahía de Jounnieh, a corta
distancia, estableció el puente hacia el afecto y lo dejó bien sostenido sobre
bases sólidas. Un paquete de deliciosas confituras libanesas, que puso en
nuestra mesa, fue el anticipo apropiado de tantos momentos felices que estaban
por ocurrir. Y las lágrimas corrían....
El apretado programa de excursiones culturales e históricas,
previsto por la Libanesa de Rosario y confiado acertadamente a la guía Ivette
Enaissi, nos otorgaba el primer día libre recién para el miércoles siguiente.
El tiempo pasó muy rápido (ya en otra crónica procuraré ofrecerles detalles
sobre los magníficos lugares visitados) y finalmente, en una mañana espléndida
y perfumada, Jean pasó a buscarnos para viajar hacia Hrajel.
Allá, en la casa familiar, se multiplicaron abrazos y
emociones fuertes. Nos esperaban Chaina Akiki, el padre de Jean; Hoda, su madre, y la abuela Georgette, quien
es la mamá de Chaina. El amplio salón de la casa se llenó de sonrisas y suspiros.
Una invisible nube de afecto lo cubría todo, el nombre del abuelo Elías sonaba a
cada momento, el recuerdo de su visita a Hrajel entre 1973 y 1975 estaba muy
presente.
Un poco más tarde, mientras seguíamos intercambiando
palabras en español e inglés, pero sobre
todo en el indefinible idioma del corazón, se sintió el ruido de un motor que
venía trepando la colina en donde se encuentra la casa de los Akiiki.
“Viene el abuelo Tanios” exclamó Jean, y salimos todos hacia
afuera. En efecto allí estaba llegando Tanios, el papá de Chaina, sobrino del
abuelo Elías, montado en el pequeño tractorcito que utiliza para ir y venir
desde sus plantaciones de frutas y hortalizas.
Fue otro abrazo fuerte en el tiempo y el amor. Fue quizás el
abrazo más intenso de aquella mañana. Tal vez porque Dalia encontraba, en ese
rostro curtido por soles y labores campestres, los mismos signos y rasgos de su
abuelo y de su padre, hombres de trabajo duro a la intemperie en este sur
rionegrino y patagónico donde germinó la semilla de los Akiki (cambiado el apellido
a Chaina, en realidad el segundo nombre de pila del abuelo, por accidente
administrativo de la oficina de Migraciones).
El resto de aquella jornada transcurrió en el clima de
encuentro y descubrimiento de parecidos y coincidencias, en el reconocimiento
de rasgos fisonómicos, en el contacto de manos y rostros, en la búsqueda del
aspecto común, en la construcción del ámbito de lo familiar. Tiempo sin apuro,
en el mediodía y la tarde, que disfrutamos en el calor del patio de la casa de los
Akiki.
Yo me sentía observador y protagonista al mismo tiempo.
Estaba allí por amor a una mujer con fuerte mezcla de sangres en sus venas –la libanesa
y la mapuche- y por la decisión de gestar el encuentro con los ancestros,
tratando de bucear en los rastros de una historia familiar de la que me siento
parte. Los Akiki (Chaina, Jean, todos!) me recibieron ese día con exquisita
simpatía y cordialidad.
Hicimos varios paseos. Uno de ellos, con Jean, fue la visita
a la casa de otro sobrino del abuelo Elías, Elías Tanios Daher Akiki, quien
confeccionó con sus propias manos la representación del árbol genealógico de la
familia Akiki. Con infinito cuidado los dedos de este hombre –dedos fuertes de
quien ha trabajado la tierra- recorrían los caminos de la historia familiar en
un mapa singular, una guía de la sangre sobre la tierra, en el tiempo y las
distancias.
La visita tuvo también el sabor de un refinado licor de
rosas, elaborado por la esposa de Elías Tanios Daher, quien demostró su
gentileza austera. Cada uno de los rincones familiares de Hrajel que pudimos
conocer estuvo engalanado por los mismos gestos de amabilidad inmensa.
Estuvimos también en el pequeño pero muy hermoso templo católico
de Hrajel. Donde la perfección de la estatua de la Virgen y el Niño Jesús
resulta conmovedora.
Después, cuando llegó la hora del almuerzo (ese día miércoles
del primer encuentro) la mesa resultó chica para tantos sabores y perfumes. Las
atenciones se repetían sin pausa. ¡Sentirse agasajados de esa manera, algo poco
común para nuestra vida sencilla de patagónicos!
Por la tarde fuimos al campo. Los alrededores de Hrajel son
muy bellos, entre colinas donde el verde de prolijas plantaciones nos sorprende
gratamente entre cañadones y vertientes de agua fresca que baja de secretos
manantiales. En una pequeña capilla, en lo
alto de una colina, Chaina y Jean nos hicieron una demostración del repicar de
campanas. El aire de todo el vallecito de Hrajel se llenó de sonidos y ecos, y
los pájaros se sumaron también en el festejo. ¡Cómo si estuviesen dándonos la
bienvenida!
Al caer la tarde visitamos el restaurante típico libanés –en
el pueblo mismo- que manejan los primos Josué y Sleme Akiki, donde se
repitieron las atenciones en el marco de un salón decorado con piezas antiguas
de la labranza en el campo.
Antes habían llegado a la casa de Chaina y Hoda su hija
Nicole y su nieta (hija de Nicole, claro), llamada Naio, una dulce niña muy
expresiva y comunicativa.
Cuando llegó la noche la invitación fue concisa: quédense a dormir, mañana temprano los
llevamos de vuelta a Jounnieh, para que puedan seguir con las excursiones del
grupo. Hubo una cena liviana y después
la cómoda cama nos esperaba, para reponernos del cansancio de tantas emociones
en ese primer día de encuentro familiar.
(Sigue en una próxima entrega)
Emotiva historia, me ha gustado y emocionado incluso, bello gesto el de la entrega de agua para regar la tumba del abuelo...
ResponderEliminarcopado conocer más sobre la historia familiar, gracias por compartir!
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