martes, 31 de enero de 2012

Lago Rosario, naturaleza virgen ¿hasta cuándo?








Una pequeña referencia, en el mapa de la provincia del Chubut, disparó la curiosidad del cronista. El Lago Rosario se encuentra al sur de Trevelín, distanciado de cualquier conjunto lacustre, afuera del majestuoso Parque Nacional Los Alerces y su nombre suena a soledad y naturaleza en estado puro. Alguna página de Internet señalaba la existencia de un camping administrado por una comunidad mapuche, lo que también aumentaba el interés por llegar hasta allí. En la oficina de informes turísticos de Trevelín nos brindaron un panorama desalentador: “no hay camping, el que tenían los mapuches lo cerraron por un conflicto con el dueño de un campo, no hay ningún servicio de ninguna naturaleza”. Eso y decirnos ‘ni se les ocurra ir’ sonaba exactamente igual. Pero queríamos comprobar con nuestros propios ojos los ‘inconvenientes’ del Lago Rosario.


Los 28 kilómetros de distancia, ya en camino de ripio y tierra, con algo de serruchado bien patagónico, los cubrimos sin dificultades, en medio de un paisaje monótono. Pero en una bajada, resplandeciente, allí se nos apareció el lago. Casi sobre la costa se encuentra el pequeño pueblo, de estructura simple, bien al estilo cordillerano, dominado por una especie de tótem de madera de supuesto origen indígena. Un sendero nos llevó al lago y allí, para acceder a la misma orilla, hubo que pagar una contribución de 20 pesos a la dueña de un pequeño almacén. Después de pasar una portera de alambre nos esperaba un pequeño paraíso, una pradera amplia y generosamente verde, con pastos y arboledas naturales, una modesta letrina y amplio espacio para acampar (ya sea instalándose o para pasar el día), rodeados de teros y patos. Allí nos encontramos (y compartimos un frugal almuerzo) con un trío de muchachos mendocinos, viajeros empedernidos con la meta puesta en Ushuaia.

En suma: Lago Rosario es un sitio bello, simple, no contaminado, casi virgen. Pero no hay acceso público a su playa, y ya proliferan importantes mansiones instaladas frente al espejo de agua, protegidas por carteles que advierten sobre la “propiedad privada” y el “no pasar”, ¡hasta con indicadores sobre la existencia de alarmas sonoras anti robo!
Es cierto que del camping de la comunidad mapuche no quedaron vestigios y sólo hay un pequeño almacén de campo como proveeduría. Todavía se respira libertad, pero es muy probable que la ocupación de espacios vaya en aumento, ojalá las autoridades provinciales chubutenses tomen cartas en el asiento.

lunes, 30 de enero de 2012

Los pozones refrescantes del río Futaleufú





Que el calentamiento global de la atmósfera existe ya no quedan dudas, y en la Patagonia este verano del 2012 se descolgó con temperaturas de más de 40 grados. Estábamos en Trevelín (provincia de Chubut) en una de esas jornadas tórridas y quisimos saber hacia dónde rumbean los ‘trevelinos’ cuando la canícula aprieta. ‘Yo les recomiendo Los Pozones del río Futaleufú, por la entrada sur al Parque Nacional Los Alerces, es un excelente lugar para darse unos chapuzones refrescantes…’ lanzó un residente. Hacia allá partimos, entonces. Se debe salir de Trevelín por el camino pavimentado que pasa por la Aldea Escolar (el cronista se desorientó en un cruce y como consecuencia hicimos unos 20 kilómetros de más) y tras pasar el acceso al Parque (20 pesos la entrada para argentinos, válida por 48 horas) nos guiamos por unos escasos cartelitos hasta una improvisada y polvorienta playa de estacionamiento, donde dejamos a la Pewma y empezamos el descenso, por una senda empinada (hacia abajo primero, claro) y no exenta de rocas y raíces arbóreas traicioneras. Avanzamos lentamente, sorteados con velocidad de cervatillo asustado por los jóvenes residentes, audaces y conocedores del sendero. ‘Escuchen el ruido del agua, es la mejor orientación que pueden tener para no equivocarse…’ nos dijo una chiquilina. Finalmente: allí estaba el Futaleufú (“río grande” en la lengua de los mapuches) con sus pozones!!!


Entre enormes piedras el río ofrece esos pozones que, en algunos casos, llegan a medir cuatro y cinco metros de profundidad… de un agua de deshielo total y absolutamente helada. Los ‘trevelinos’ y vecinos de otros pueblos cercanos disfrutan del lugar tanto o más que nosotros cuando nos apropiamos de un tramo de las playas del río Negro en las riberas de Viedma y Carmen de Patagones. Las diferencias son enormes, claro…. Allá hay que bajar y trepar como lagartija, en el sitio hay apenas un pedregal como asentamiento para las posaderas (si no se ha llevado una reposera), la sombra es escasa (al lado del agua) y aún en los embalses el río es muy frío. El paisaje es imponente y el aire se sentía diáfano, sin dudarlo. Comprendo la necesidad de frescura que tienen los habitantes de Trevelín en días tan calientes… pero cuando estamos habituados a la serenidad de los balnearios del Negro las comparaciones son odiosas.

Río Palena, donde los años se quedan





Allá en el sur de Chile el río Palena nos invitó a una breve y segura navegación, a bordo de una balsa atada a una “maroma” (dice el diccionario de la Real Academia Española que es “una cuerda gruesa de esparto, cáñamo u otras fibras vegetales o sintéticas”; pero para el caso es un cable de acero) que va y viene cuantas veces sean necesarias, bajo la atenta conducción del balsero, en una rutinaria comunicación rural similar a la que se ofrece sobre nuestro río Negro la altura del Sauce Blanco, para llegar a Guardia Mitre.

Del otro lado del río Palena hay una escuelita y un rosario de establecimientos de campo, más una playa de piedras y un concierto de teros y bandurrias que asombra a la tarde. En la playa Ana Lucía nos leyó algunos interesantes pasajes del libro “El nuevo cocinero científico” (de Diego Golombek y Pablo Schwarzbaum) sobre las extrañas claves de la digestión de las comidas, y, mientras tanto, tomamos mate, por supuesto. Después Anita misma encontró el corazón de piedra que seguramente dejó olvidado algún gigante, y siguió viaje con nosotros (el corazón, el gigante no) como un buen augurio, porque semejante músculo cardíaco ha de palpitar muy fuerte y tamañaza fuerza debe ser contagiosa.

 



El sol jugaba sobre el pelo del agua y hacía olas en nuestras cabezas. Había un cielo lleno de otros cielos. El campo respiraba alegrías antiguas. ¡Estábamos felices!

Al otro día y un día más también estuvimos de visita en la casa campestre de la poeta Bernadita Hurtado Low y su esposo Pancho (en otro momento del blog habrá más detalles) y ella nos obsequió un ejemplar de su obra “Furia y Paciencia”, en cuya página 51 está el poema ‘Río Palena’ que dice así.
“A orillas del Palena los años se quedan en el espejo de la escarcha y los recuerdos de trizan y recomponen cuando vivimos hoy y ayer / Porque en este lugar la felicidad no se acumula en bienes, se guarda en las nubes y en esas manos que sirven a todos, y aquí se quedan en el tiempo y la memoria”.

No es necesario agregar nada más.

martes, 24 de enero de 2012

Hacia el sur del Chubut, y también por Chile

Estos son sólo algunos apuntes, fotos y crónicas, impresiones personales, del viaje con parte de la familia (Dalia, Ana Lucía y yo, Carlos) montados en nuestra camioneta Toyota 4 Runner, la "Pewma" (sueño o ilusión, en lengua de los mapuche). Pasen y vean...

El maravilloso Valle de los Altares







Es una parte de la travesía de la ruta nacional 25, que une Trelew con Esquel y constituye, para mi gusto, uno de los escenarios panorámicos más fascinantes del norte de la Patagonia. Alguna vez fue bautizado como “Valle de los Altares”, tal vez porque las curiosas formaciones geológicas tienen la imponencia de los sitios consagrados para las ofrendas religiosas. El poeta galés Owen Tydur Jones dice “Estos altares ¡habrán ido cincelados por el diluvio para el holocausto de los dinosaurios?; ¡aquellos, que en las alocadas hecatombes alcanzaron a ver el alba de los Andes!. A esta hora enmudece la Patagonia toda al grito de los chenques. Por eso, apoyo el oído para escuchar las rogativas que repiten, que repiten sus mensajes en extraños ecos guturales. Todo es misterio, la historia ha quedado sepultada en las catacumbas del silencio”. (Reproducido por Sergio Sepiurka en su libro “Rocy Trip”, con fotos de Jorge Migliori)


Me causa extraño placer, es como una especie de desafío, ingresar entre esas gigantescas roquedades, donde el firme y seguro camino pavimentado a veces parece que va a desaparecer en una curva; pero ¡de pronto! un giro subrepticio resuelve la duda inquietante y el vehículo sale del atolladero.

Me detengo al pie de unos de los farallones y la camioneta se ve chiquita, como si fuese de juguete; más allá la ruta se introduce en un pasaje, al costado de la imaginaria proa de una nave, que algún viajero tituló “El arca de Noé”. La escala del hombre y sus máquinas andantes se reduce a la nada; y se acaba la autosuficiencia.

En la pausa fotográfica, cuando la vibración amigable del motor y los neumáticos se interrumpe, se escuchan los llamados del desierto. Camino sobre la greda rocosa del Valle del Chubut y trato de rendir homenaje respetuoso a tantos que pasaron antes y poca huella dejaron. Por aquí anduvieron los tehuelches, en intensas excursiones para la caza de guanacos y choiques. Hasta acá llegaron los galeses y siguieron más aún, persiguiendo sus sueños migrantes. Decenas de viajeros (mucho más curiosos y precavido) tomaron notas y después concentraron cuidadosas anotaciones, que aportaron a la historia de los que ganaron.






Dique Ameghino, para embalsar a la naturaleza










Por un lado la monumental realización de la mano humana para el aprovechamiento hidroeléctrico y por el otro el derroche del medio ambiente, el paisaje del río encajonado. Arriba, bien arriba, vigilan las águilas.

Gaiman, la huella de los galeses









Pero la historia de Gaiman en relación con los pueblos originarios, que debe ser bien interesante por cierto, quedó sepultada bajo la huella de los galeses, aquellos inmigrantes de una de las naciones que componen el Imperio Británico que llegaron por estas costas a partir de 1865. Para la imagen turístico-comercial la asociación de Gaiman con las “casas de té galés” es bien natural, por eso mismo.


En este viaje nosotros dejamos de lado, bien a propósito, las referidas ‘casas de té’ y preferimos, en cambio, internarnos en las propuestas de los museos y sitios históricos de la simpática población.


En un par de lugares están presentes los vestigios del ferrocarril, de una línea proyectada y construida por la empresa privada (capitales británicos, por supuesto) Compañía Mercantil del Chubut, cuyos rieles se extendieron originalmente a partir de 1888 entre Puerto Madryn-Trelew-Gaiman-Dolavon y Alto Las Plumas, con el propósito nunca cumplido de llegar a Esquel y un claro objetivo comercial: sacar lanas hacia el mar e introducir insumos agropecuarios y de otro tipo para la “colonización” de aquellas tierras.


Es muy poco lo que ha quedado tras el cierre y desguace (fue en 1961, en el marco del Plan Larkin de “Racionalización Ferroviaria” diseñado en Estados Unidos e impuesto al gobierno nacional de Arturo Frondizi) del ferrocarril que ya para 1922 había quedado en manos del Estado. Se pueden visitar el túnel, de unos 400 metros de largo, por el que circulaban los trenes en la salida del pueblo; y el edificio de la estación, actual sede del Museo Histórico Regional. En el interior de este sitio se observan teléfonos y otros pocos materiales. El olvido y desaprensión acerca de la historia ferroviaria patagónica se hacen patentes, también, en Gaiman, como no podía ser de otra forma.



La vida cotidiana de los inmigrantes galenses, en sus primeros tiempos sometidos a fuertes carencias y bajo un duro proceso de adaptación al medio ambiente, luego en el disfrute del bienestar y prosperidad logrados en lo económico y social, están claramente reflejados en el museo municipal “Primera Casa” y el emprendimiento histórico-turístico privado “Casa del Poeta”.


En la “Primera Casa” se recuperó la construcción rústica de piedra y chapa, con la muestra de utensillos domésticos propios de una subsistencia agreste. ¡No han sido fáciles aquellos primeros tiempos para los ‘galensos’, por cierto!

En la “Casa del Poeta” (donde hay una magnífica atención personalizada por parte de su creadora y responsable, Patricia Alvarez Herrero) uno se encuentra con una vivienda detenida en los años 1910-1930, con todos los detalles propios del confort y características de vida de una familia galesa en las primeras décadas del siglo anterior.

La casa perteneció al poeta-periodista Evan Thomas, director de los periodicos ‘Ydrafod’ (en galés) y ‘El Regional’ (en español) y en sus varias habitaciones se exhiben desde cubiertos y vajilla, pasando por un fonógrafo a cuerda (que invita a danzar al ritmo de un fox trot con su funcionamiento impecable), las intimidades de la alcoba (camisón y taza de noche) y la imprenta del propio Thomas, con sus prodigiosas artes tipográficas netamente manuales. Cada rincón de la casa, cada objeto y cada cuadro, dan lugar a un relato cálido e interesante por parte de la incansable Patricia.

Gaiman sorprende con los detalles de la historia galesa, se respira el aliento esforzado de los pioneros.

Como complemento: tuvimos la ocasión de alojarnos en el histórico hotel “Unelém” (parece que viene del tehuelche “ser los primeros”) que fue fundado en 1910 y subsiste con algunos salones (como el comedor) donde casi todo está como entonces, salvo el aparato de TV moderno que se puede ver en un rincón.

Gaiman respira aires de nostalgia…. (¿será que somos de Carmen de Patagones y esa clase de climas nos resultan amigables?)