sábado, 31 de mayo de 2014

Cuadernos de Cuba: el alojamiento en casas particulares, como alternativa muy conveniente

El alojamiento en casas de familia cubanas
Una de las conquistas importantísimas para el pueblo cubano en los últimos años ha sido la apertura al sistema de alojamientos en casas de familia. De esta forma miles de pequeños mini emprendimientos turísticos familiares se han desarrollado en todas las ciudades, permitiéndoles  ingresos interesantes en la moneda que ellos llaman “divisa”, Peso Cubano Convertible (identificado con la sigla CUC, o “ceuce”) que es de uso obligatorio para los turistas.  Los alojamientos familiares se ofrecen en habitaciones interiores de la casa, a las que se la dotado de baños privados para los pasajeros; o departamentos anexos a la casa, por ejemplo en los fondos, que también  tienen baño privado y absoluta intimidad.
Vamos a contar nuestra experiencia, porque hay quienes consultan al respecto y creemos que este sistema de alojamiento es muy recomendable por tres  aspectos: resulta mucho más accesible que los hoteles con sus sistemas de “all inclusive”; nuestros desembolsos en CUC (previo cambio desde el dólar o el euro, claro) quedan directamente en el bolsillo de los cubanos; y los contactos con las familias que nos alojan, sobre todo cuando nos sirven el desayuno o alguna comida eventual, nos enriquecen con una enorme cantidad de información y puntos de vista sobre la realidad cubana de hoy.
El primer contacto con el sistema lo hicimos a través de la página  de internet www.alojamientosencuba.com  que ofrece un amplio catálogo de lugares para alojarse, hostel, casas de famiias, departamentos, etc. Hay fotos (las que vimos y después comprobamos en el sitio son exactas) y referencias completas. Los precios que se informan son los reales: entre 25 y 35 CUC por día y por habitación, según los lugares (la relación del cambio es 1 CUC=0,85 dólar)  y la misma página permite efectuar la reserva, que resulta confirmada pocas horas después. No se adelanta el pago (en Cuba no hay sistemas de transferencia de divisa y esas casas de famiias no trabajan con tarjetas) por lo tanto una vez hecha la reserva lo que resta es abonar en efectivo n la misma casa. Esa tarifa no incluye desayuno, pero por 6 CUC adicionales se puede optar por un abundante desayuno casero que consiste en café con leche, huevos revueltos o en torilla, panecillos frescos o tostadas, queso, manteca, mermeladas varias y jugo de fruta (guayaba o mango, generalmente).  Este desayuno lo sirven en el comedor de la casa o en un patio (nunca hace frío) bajo la atención de la misma gente de la familia, en un momento del día apropiado para la charla distendida.  En algunas casas también se puede pedir que preparen una cena, que suele ser con alguna especialidad de pescado, con un precio de 10 CUC por persona, más la bebida: una cerveza o un “mojito” por tres CUC, por ejemplo.

Nosotros hicimos contacto y reserva previa para alojamiento en La Habana y en Trinidad. Llegamos a La Habana a la madrugada, tipo 4 d la mañana, y puntualmente nos estaba esperando el taxi que habíamos reservado por la misma página (25 CUC hacia el centro) y en La Habana Vieja, calle Cuba, en el Hostal Casa Cuba, de la amable  Leticia, estaba todo previsto, a pesar de la hora. Es una casa antigua, en el tercer piso de un edificio de 1920 más o menos, perfectamente arreglada, con dos habitaciones con baño privado. Estuvimos muy cómodos y bien atendidos. Los desayunos eran en el viejo comedor interno. Hay una sala con ventanales y balcón a la calle, ideal para leer, charlar y escribir.




El punto siguiente del recorrido fue Trinidad. Teníamos reserva  en la casa de doña Odalis Valdivia González, pero cuando llegamos al lugar (una espléndida casona colonial) la sorpresa fue que la casera no había sido notificada por el operador de la página acerca de la confirmación de la reserva. Se disculpó y nos explicó que ellos tienen problemas con la Internet, cosa que pudimos comprobar en ciber café, y que por eso seguramente el administrador no habría podido avisarle a tiempo. Pero de inmediato doña Odalis se ofreció a llamar a la amiga de otra casa de alojamiento y averiguarnos. El sistema de contacto funcionó a la perfección y apenas media hora después (previo haber tomado un rico y fresco jugo de frutas en la casa Valdivia) estábamos alojados en lo de Mayorli, la casa Vila Martínez, de la calle Santa Ana.  En este caso se trata de una casona muy vieja, posiblemente de 1880, que tiene en el patio posterior dos departamentos nuevos, para alojamiento de turistas: con baño privado, aire acondicionado, baño nuevo y muy bien puesto, y heladera con bebidas a disposición (pago aparte de los 25 CUC por día, claro). El desayuno lo sirven en el patio, entre plantas bien cuidadas. 

En lo de Mayorli recurrimos al sistema de contactos entre amigos y conocidos de la red de alojamiento en casas de familia. Ella, personalmente con su teléfono, nos hizo los contactos para el punto siguiente del itinerario –Santa Clara- y Varadero, adonde llegaríamos cuatro días después. Creo que este es el mecanismo ideal: asegurarse el primer alojamiento en la ciudad adonde se llegue y desde allí manejarse con los contactos que realizan los mismos caseros, lo que asegura la disponibilidad. También es posible llegar a cualquier ciudad sin reserva previa y sencillamente dejarse llevar por la oferta callejera de taxistas o peatones que en cuanto lo ven a uno con una maleta lo acosan con sus ofrecimientos. Sabiendo de antemano que la tarifa está regulada, entre 25 y 35 CUC, y asegurándose que la casa tenga en la puerta la necesaria placa de identificación (que significa que ha sido registrada oficialmente) sólo hace falta echar un vistazo al interior y observar los aspectos funcionales y estéticos de la casa antes de contratar el hospedaje.





En Santa Clara paramos en Casa Mercy, de Omelio Moreno Lorenzo, en calle Eduardo Machado,  pleno centro, una casa de clase media de no más de 40 años de antigüedad, con una habitación interna de planta alta, con su baño privado, aire acondicionado y todo lo necesario para pasarla bien.  El desayuno nos lo servían en un precioso patio interior.
En Varadero nos alojamos en un departamento nuevo, de no más de 20 años, con entrada independiente desde la calle, que pertenece a la señora Anné Hernández, en la calle 43 y tercera avenida;  para desayunar cruzábamos a lo de su sobrina Kamelia, justo enfrente, que también casa de alojamiento.
En suma: la experiencia del alojamiento en casas particulares de Cuba fue muy adecuada, cómoda y económica, con la posibilidad de mantener interesantes charlas con esas familias, que nos nutrieron de valiosa información. Y algo más: a los cubanos también les gusta escuchar nuestras historias.



¿Por qué conviene alquilar un auto en Cuba?

Cuadernos de Cuba: conveniencia de alquilar un auto
Una de las comodidades incorporadas recientemente al turismo en Cuba es la del alquiler de autos. Manejarse con un auto en forma independiente  es apropiado para cubrir las distancias más largas entre ciudades –que pueden ser de entre 200 y 350 kilómetros- supliendo las dificultades del transporte en las “guaguas” (los ómnibus) que si bien han mejorado mucho, con la incorporación de una flota de modernos micros fabricados en Corea y China, sigue padeciendo problemas de mantenimiento que afectan la puntualidad de los servicios. Por ejemplo un viaje de La Habana a Trinidad, en la línea estatal de Vía Azul, que debió cubrirse en  un poco menos de seis horas duró efectivamente casi siete horas, con un atraso de una hora y media en la partida porque el bus se había roto. ¡Pero el micro que asignaron en reemplazo también empezó a fallar en la mitad del camino y se quedó definitivamente plantado cuando faltaban apenas 40 kilómetros para el destino, lo que obligó a trasbordar a otro que venía atrás con pocos pasajeros!
En Trinidad alquilamos un Kia modelo “Piccanto” 2011, mediano chico, de 5 puertas. El precio de la renta: 70 CUC por día (0,85 de dólar por CUC) con seguro y kilometraje libre. El consumo estimado: un tanque para 350 kilómetros, y cargar de gasolina el tanque bien llenito sale 49 CUC. Hicimos unos 500 kilómetros (Trinidad-Playa Ancón-Santa Clara-Cayo Santa María-Santa Clara-Varadero-La Habana) y gastamos  unos 70 CUC.
Tres observaciones: la primera es que la totalidad de los autos de alquiler tienen caja automática, así que es conveniente hacer un poco de entrenamiento porque nuestra costumbre ancestral de usar el pie izquierdo para poner el embrague nos juega malas pasadas, y le clavamos el freno a fondo, con los sacudones consecuentes. ¡Nos divertimos un rato hasta que le tomamos la mano, mejor dicho los pies!. La otra observación: tanto en las calles urbanas, muchas veces muy estrechas, como en las rutas (que las hay tipo multitrocha y otras convencionales de dos manos) hay que tener cuidado con los carritos de tracción a sangre: humana y de caballo. Abundan los triciclos-taxi en los pueblos, y en las rutas los carritos de caballo, que circulan por el asfalto y nos obligan a bajar la velocidad y esperar la ocasión de sobrepaso.  Por último: no confiarse en las señales indicadoras de caminos, porque no existen o están mal colocadas. Llegar desde el centro de La Habana al Aeropuerto José Martí, en plena noche, fue bastante complejo, por la falta de  iluminación en algunas rotondas de cruces complejos. Terminamos entrando en un lugar del aeropuerto de cargas,  a 30 cuadras de la estación de pasajeros;  menos mal que nos manejábamos con más de una hora de tolerancia para el momento del pre embarque.
Pero, en definitiva, el uso de un auto alquilado es imprescindible  si se desea conocer con algún detalle los bellos y pacíficos pueblos del campo cubano, detenerse a sacar fotos en los carteles de propaganda revolucionaria que abundan en las banquinas, apreciar la prolijidad de las granjas comunitarias,  meterse en playas vírgenes que están por fuera de los circuitos turísticos y a tomar un refresco en algún barcito.

Otro dato comparativo: el viaje en algún taxi de coche americano de los 50 sale siempre un promedio de 15-20 CUC, y a veces en un mismo día uno puede usar ese tipo de servicio dos o tres veces.










Las playas caribeñas de Cuba: una dimensión diferente... y muy bella.













Las playas caribeñas de Cuba ¿es esto real o se trata de un sueño?
Son variadas las sensaciones que asaltan al Cronista Patagónico con sólo pisar el suelo de las playas caribeñas de fina arena de coral. Las coloraciones del mar, blanco en cercanías dela playa, azul y verde después , hacia las profundidades;  así como la ausencia de oleaje y viento; y la extraña consistencia de esa arena blanquísima y fina como talco, permiten establecer comparaciones rápidas con nuestras apreciadas costas australes. Es aquello tan poderosamente distinto a los escenarios marítimos conocidos y frecuentados permanentemente,  que uno debe pellizcarse y preguntarse si el espectáculo que se ofrece a los ojos es real o si se trata de un sueño.
Pasada esa primera impresión de incredulidad llega el momento de disfrutar. El declive de las playas es muy suave y no ofrece riesgos, la temperatura del agua es sorprendente y tan placentera que uno termina por acostumbrarse a las cálidas caricias y por momentos desea convertirse en una medusa, sin pensamientos y, claro, sin ningún tipo de preocupaciones.  De eso se trata, precisamente, de alejarse por un buen rato de las cuestiones que nos agitan y tensionan.
Las experiencias playeras  este Cronista Patagónico y su compañera estuvieron premeditadamente e intencionalmente orientadas a conocer los sitios que  frecuentan los mismos cubanos (es decir: nada de hoteles o paradores del régimen “all inclusive” armados para los canadienses y europeos) y encontrar algún rincón caribeño lo más virgen posible.
El objetivo se logró. Visitamos primero Santa María del Mar, en el sector de las Playas del Este, a unos 15 kilómetros de La Habana. Era un día sábado y la totalidad de los bañistas  eran cubanos (salvo nosotros dos, por cierto). Es un bello lugar, sobre la costa norte del Caribe, con un mar absolutamente planchado, que sólo se onduló con pequeñas olas después de pasado el mediodía. Las parejas y familias cubanas charlan de sus cosas, tumbadas debajo de sombrillas y tiradas sobre las “camas” (que así llaman a las reposeras plásticas) acompañando la plática distendida con cerveza y ron en buenas cantidades. Los niños cubanos son tan traviesos y poco obedientes como en cualquier punto del mundo, pero las madres cubanas son muy gritonas y casi nunca se levantan del asiento para controlar que su hijo no corre riesgos, así que es posible imaginarse el concierto de estentóreas advertencias y reconvenciones tales como “Alexandel, ven un poquitico más celca, chico, que ió te pueda vel !!”. A medida que el sol completaba su trayectoria la ingesta de cerveza y ron aumentaba, y algunos caballeros (los que más beben, claro) necesitaban echarse un sueñito sobre la misma arena, reponían energías tras 15 minutos y de nuevo disparaban para correr y zambullirse. Alrededor de las cinco dela tarde empezó el éxodo, ya para las seis casi no quedaba nadie en la playa. El sol cae en el Caribe alrededor de las siete y media (en la segunda quincena de abril) y entre los cubanos (al menos los de La Habana)  no existe la costumbre de quedarse cerca del mar hasta el último momento del atardecer. Claro: a las ocho ya están cenando.
La segunda playa visitada fue la de Ancón, sobre la costa del sur, a 15 kilómetros de la bella e histórica ciudad de Trinidad (que ya se ha comentado). En este lugar ya se mezclan los cubanos con los turistas, estuvimos allí un día de mitad de semana y había pocos bañistas.  Hay un parador en cercanías de la playa del hotel, pero caminando hacia el este el sitio se torna maravillosamente  solitario. ¿Se practicara nudismo en algunas de estas playas caribeñas? Es probable, aunque realmente lo que observamos fue que tanto la mujer cubana como las turistas europeas que compartían espacios con nosotros eran muy pudorosas en materia de atuendo playero. Las partes bajas de sus bikinis tapan las nalgas y no vimos nunca una de esas tangas de hilo dental que son tan comunes en los puntos veraniegos argentinos. Entre los varones, en tanto, sí se ven las sungas, sobre todo en  los muchachos cubanos que practican fisicoculturismo (casi todos, pareciera)  y algunos pocos extranjeros.
Desde Santa Clara viajamos hacia el norte y nos adentramos en el Cayo Santa María (cayos  se denominan a las pequeña islas con una playa de baja profundidad, formada en las superficies de los arrecifes de coral) atravesando un extraordinario viaducto de 40 kilómetros de extensión que une la isla con la tierra firme. Todo el frente oriental del Cayo Santa María está ocupado por hoteles internacionales, pero en el extremo, bien adentro en el Caribe, encontramos una playa virgen realmente maravillosa, Perla Blanca ó Las Gaviotas, en medio de un parque de selva natural tropical. “No hay nadita de nada, solamente un viejo pino que da un poco de sombla, pero si van por allí no se van a alepentil…” nos dijo una simpática y cordial guardia ambiental. ¡Tenía razón, no nos arrepentimos! El auto hubo que dejarlo al final de un camino de tierra (ya la ruta pavimentada se había terminado unos dos kilómetros antes) en donde un jeep protegía del solazo a otro guardia ambiental, encargado de cobrarnos 4 CUC por persona por el acceso “a la plaia más bella de Cuba” (y creemos que no exageraba)  a la que se llega por un sendero de unos 600 metros de recorrido que atraviesa una porción de vegetación selvática, acompañados todo el tiempo por las lagartijas y sus piruetas.
El intenso color blanco de la playa justifica lo de “Perla Blanca”, pero también hay bandadas de gaviotas (más parecidos a los gaviotines nuestros, porque son más pequeñas que las gaviotas australes) que practican acrobacia sobre las aguas. Un mar caliente y transparente, por supuesto sin olas, que nos regaló una tarde de mucho sol y mucha calma. Éramos, al principio, los únicos habitantes del lugar, en una extensión de no menos de dos kilómetros de costa. Hicimos un reducido campamento debajo del pino que ya nos habían comentado (estuvimos solos hasta eso de las dos de la tarde, cuando apareció una típica pareja de turista europea más negrito mimoso cubano) y este Cronista Patagónico hasta se pudo hacer una siestita. Cerca de las cuatro el mismo guardia ambiental del acceso nos vino a avisar que ya era la hora de la retirada, porque él se tenía que ir (terminaba su horario de trabajo) y el parque se cerraba.  Era muy temprano, claro, para nuestras costumbres playeras, pero hubo que cumplir con el pedido “del compañero” (así se llaman entre ellos los trabajadores de todos los niveles y servicios).  La pareja de turista más negrito mimoso se había hecho humo por la playa, y el guardia nos comentó “bueno, pero él es cubano y sabrá como volver”.
En el regreso entramos a Villa Las Brujitas, otra playa del Cayo Santa María, donde hay un hotel y servicio de confitería, instalados sobre un risco, con sombrillas, tumbonas (o reposeras) y todo lo demás. Bello lugar, sobre todo en esa hora del pre atardecer cuando ya no queda nadie en la playa. Pero sin comparación con Perla Blanca.
La cuarta y última experiencia de playa en Cuba fue en el famoso Varadero, sitio emblemático del turismo internacional y sus hoteles de todo incluido. También allí nos alojamos en un departamento particular de familia (ver un capítulo sobre los alojamientos alternativos) y estábamos a sólo 300 metros del balneario Los Delfines, una playa de acceso público, mayormente concurrida por cubanos. Llegamos un domingo y el espectáculo familiero era similar al que habíamos observado, una semana antes, en Santa María del Mar, de las Playas del Este de La Habana.
En Los Delfines encontramos un bar de playa muy bien atendido, con una sobresaliente piña colada y unos platos de pescado sabrosos. Allí nos quedamos en esa tarde hasta que el sol disparó su último reflejo sobre la superficie verdosa del Caribe. Al día siguiente una tormenta tropical, que se desató a eso de las 4 de la tarde, obligó a la retirada. Llegamos al departamento un par de minutos antes de que el cielo descargara un aguacero. Todo duró una hora, el sol volvió a salir, ya con la pereza del atardecer,  y la noche estuvo en calma.
Contrariamente a los que nos habíamos imaginado la ciudad de Varadero no tiene demasiadas ofertas gastronómicas y de bares para los turistas que, como nosotros, circulábamos sueltos, sin estar atados a un “all inclusive”. Posiblemente por eso mismo, porque la gran mayoría de los visitantes se aloja en esos  complejos donde está todo previsto, todo armado desde la mañana a la noche, con todas las comidas y bebidas a toda hora.
Algunos apuntes sobre Varadero: los taxis en autos americanos de la década del 50, brillantes y preciosos; imposible cenar después de las 10 de la noche, las cocinas cierran y los lugares sólo ofrecen tragos; nos salvó un pequeño barcito que tiene pizzas y hamburguesas toda la noche, concurrido por cubanos que trabajan de noche, por ejemplo los taxistas; un par de horribles  lugares de música: uno dedicado a Los Beatles y música en inglés, con covers de mala calidad y otro que se presenta como la Casa de la Salsa, en cuya puerta dos disfrazados ridiculizan a una pareja de negros cubanos, con sus rasgos fisonómicos exagerados; en Varadero encontramos un centro comercial con marcas y productos del mundo capitalista, montado para el turismo internacional y, también, para que los cubanos de clase media se puedan dar algún gusto consumista.  

Las playas caribeñas de Cuba. Una dimensión distinta en comparación con nuestras playas patagónicas. 

domingo, 18 de mayo de 2014

Cuaderno de Cuba: Trinidad, la joya histórica de Cuba

Trinidad, joya histórica de Cuba
Trinidad de Cuba, la muy antigua Villa de la Santísima Trinidad fundada en 1514 por el adelantado Diego Velázquez de Cuellar, es una verdadera joya histórica en el paisaje de la isla.  En contraste con el inevitable abandono que sufre La Habana Vieja (ya se escribió sobre ese aspecto) en Trinidad el esfuerzo conservacionista ha dado resultados extraordinarios y, muy probablemente porque se combatió al deterioro en forma constante, la ciudad presenta hoy un casco principal de alrededor de 30 manzanas de neto estilo colonial hispánico, con techumbres de teja muslera, amplios ventanales protegidos por barrotes de madera, puertas y portones de doble apertura (para carruajes y personas), y callejuelas irregulares de empedrado desparejo. ¡Como si la Casa de la Cultura o el Rancho de Rial,  de Carmen de Patagones, estuviesen multiplicados por 300!  pensó este Cronista Patagónico apenas se lanzó a recorrer este poblado-reliquia.
Fue declarada Patrimonio de la Humanidad, por la Unesco en 1988, y bien merecida que tiene esa categoría, pues la historia de la etapa colonial española está claramente reflejada y el origen de Trinidad está datado apenas veintipico  de años después de la llegada de don Cristóforo Colombo a estas latitudes que confundió con las Indias y era nuestra América. Trinidad era rica en oro (que se obtenía por lavado en los arroyos que bajan desde la sierra de Escambray  hasta el mar Caribe) y ello motivó el interés de los invasores coloniales. Fue, también por ello, base de operaciones para sucesivas campañas de ocupación territorial, como por ejemplo la de Hernán Cortés hacia México. Cuando el oro empezó a desaparecer  ya había hacendados instalando otra producción, la de caña de azúcar, que habría de convertirse en la base de la economía regional hasta los últimos años del siglo 20. Por eso  en cercanías de Trinidad se encuentra el Valle de los Ingenios, con la localidad de Manaca-Iznaga como punto principal (que ya comentaremos un poco después).
Los datos que aportan los historiadores sustentan el valor de Trinidad, pero la emoción que el Cronista Patagónico sintió al recorrer sus callejuelas y mezclarse con su gente, de aire pueblerino y sosegado, bien distinta a la de La Habana; esa clase de personas  –como escribió Hamlet Lima Quintana- “que da la mano y saluda al sol, que sabe ganar la vida y ganar la muerte” porque viven en “pueblos chicos de gesto antiguo”. La quietud de Trinidad en las horas duras de la siesta es conmovedora y sus atardeceres enrojecidos y perfumados son anhelantes anticipos de las movidas noches de son y trova, bien regadas con mojito, piña colada y el Trinidad Colonial, un fantástico trago tricolor que tiene “gancho” seductor y seguramente quien lo bebe queda prendado de la ciudad y habrá de volver, como si un mandato se lo haya impuesto.
Las plazas de Trinidad aquietan apuros y acallan estridencias. El aire se desliza sin hacer ruido y sólo el repetido canto de unos fantásticos pájaros renegridos, llamados “Toti” o “Choncholí”, está autorizado como fondo acústico para esos escenarios de postal.
El centro tiene intenso movimiento comercial. El ir y venir de trinitarios y turistas suele alterarse con episodios inesperados, como aquel del cual fue testigo este Cronista Patagónico. Ocurrió que una muchacha, una turista, introdujo sin querer una pierna en la rejilla que supuestamente protege un desagüe pluvial, situado en el centro mismo de la transitada arteria Lino Pérez. La desafortunada chica comenzó a gritar, pidiendo auxilio, cuando descubrió que su extremidad estaba atrapada entre dos gruesos barrotes. De inmediato más de 50 personas se juntaron a su alrededor, con gritos que tapaban los de la misma víctima y reclamaban la presencia de bomberos, policías, municipales y otros supuestos expertos en emergencias. Todos, o casi todos, aportaban ideas salvadoras: “que le pongan jabón”, “que le unten la pierna con aceite”, “que traigan una cizalla”…. Y el amontonamiento crecía y crecía, un viandante que pasaba con su jaula de pájaros para la venta no quiso perderse el espectáculo y se detuvo también allí, entre el gentío, asegurando en alto la jaula. En la esquina del accidente hay una peluquería de señoras, y tres clientas que estaban en pleno proceso de tintura salieron a la calle, con toallas sobre los hombros y la cabellera a medio pintar ¡no podían privarse del acontecimiento!. Finalmente los bomberos cortaron los hierros y la turista recuperó su libertad. Pero la pierna que había estado aprisionada le dolía mucho. “Una ambulancia… una ambulancia” reclamaban ahora los solidarios trinitarios. Pero el vehículo sanitario no apareció y la dolorida muchacha fue cargada en un taxi, rumbo al hospital. “Si esto le pasaba a un cubano se moría allí mismo, sin poder sacar la pierna de la rejilla” pontificaba uno de los curiosos.  La gente se fue desconcentrando, la atracción había terminado.
Ya antes de viajar, en la oficina de Turismo de la Embajada de Cuba en Buenos Aires, nos habían recomendado especialmente la excursión al Valle de los Ingenios, donde se concentró en el siglo 19 la actividad de producción de caña de azúcar. En Trinidad nos hablaron de un viaje turístico en un tren histórico a vapor, y con el entusiasmo que los trenes despiertan en este Cronista Patagónico y su compañera permanente de viaje allá fuimos a la estación, a las 9 de la mañana. Pero ¡oh, los viejos trenes a vapor! se nos informó que la locomotora se encontraba fuera de servicio. El ventanillero tuvo la inteligencia de sugerir que volviésemos a la tarde, para hacer el viaje al viejo valle azucarero en el tren normal de pasajeros. La idea nos pareció estupenda. Así que a las cinco de la tarde partimos en un coche-motor (presumiblemente fabricado en los años 60 en algún país del mundo soviético) con capacidad para unos 50 pasajeros sentados, con otros tantos de pie, acompañados por algún perro (y también un chanchito, convenientemente encerrado en una bolsa), que se movilizaban hacia la zona rural para visitar parientes y hacer alguna compra de aprovisionamiento. Una de las primeras observaciones en el trayecto fue que el trencito no se detiene en las estaciones (que casi no las hay) sino en el lugar donde algún pasajero le pide al guarda para bajar, o donde le hacen señal al maquinista, que conduce la breve formación rodeado de un grupo de dicharacheros amigos o conocidos, agolpados en la cabina de mando, ignorando el cartel que advierte “prohibido pasar”.
Bajamos en la estación “Manaca Iznaga”, para admirar la torre histórica (levantada hacia 1840 por uno de los hermanos Iznaga, terratenientes y explotadores de negros esclavos) y ascender los 160 escalones que llevan hasta el pináculo, a 43,5 metros de altura, desde donde se divisa todo el valle y se tiene una vista panorámica extraordinaria de toda la región. Don Iván, el cuidador del lugar, nos contó la leyenda: que los hermanos Iznaga competían en poder, uno mandó levantar la imponente torre, y el otro hizo cavar un pozo de profundidad similar, del que brotó agua en abundancia para regar todo el valle. 
Volvimos en el trencito. Los sacudones y las charlas divertidas de los pasajeros fueron el corolario ameno para una tarde de sol y emoción.

Trinidad nos regaló belleza e historia. ¡Gracias a la recomendación de la China Chaina, que acertadamente nos dijo que era un lugar que no podíamos dejar de visitar!













Cuaderno de Cuba: el monumental Cristo de La Habana






La Habana: un Cristo y dos fotos bien distintas
Sobre uno de los laterales de la bahía de La Habana, en un punto ubicado a 51 metros sobre el nivel del mar, está instalada una gigantesca estatua de Cristo, de 25 metros de altura. La escultura fue realizada en Italia, en mármol de Carrara, por la artista plástica cubana Jilma Madera, por encargo del dictador Fulgencio Batista. El 24 de diciembre de 1958, cuando la caída del régimen  era inevitable y ya se descontaba la victoria del Ejército Revolucionario, Batista quiso inaugurar la monumental obra, con solemne bendición y todo. Pocos días más tarde Fidel Castro y sus hombres hicieron su entrada triunfal en La Habana y posaron al pie del Cristo, con evidente exhibición de armas. Las dos fotos –la de Batista y los personeros de la dictadura; y la de Fidel rodeado por su compañeros- se exhiben al pie de la estatua, en un mirador panorámico que deja sin aliento, por la inmensidad del paisaje que puede admirarse.


jueves, 15 de mayo de 2014

Es el cañonazo, chico....

Oye… esto es el cañonazo, chico!!!!!
Hacia fines del siglo 18, cuando la española ciudad de La Habana había sido fortificada en defensa de los ataques del imperio inglés y sus corsarios, todas las noches al caer el sol una gruesa cadena se cruzaba en la estrecha entrada de la bahía –sobre las aguas del mar Caribe- como forma de protección.  Había que avisar a los pescadores y otros navegantes que el puerto quedaba cerrado hasta el nuevo amanecer, y para tal finalidad el gobernador mandaba que a las ocho -pasado meridiano- se disparara un cañonazo, desde la muralla de la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña. En algún momento, nadie sabe cuándo, el estruendoso aviso se pasó a las nueve de la noche, y la costumbre se mantuvo durante más de 200 años.
La costumbre se mantiene, hay que afirmarlo en tiempo presente. Y para reforzar la importancia de la tradición –convertida en los últimos años en una fuerte atracción turística que le deja al Estado unas cuantas divisas, cada noche- se cuenta que sólo en dos circunstancias se dejó de tirar el cañonazo: la primera fue entre 1942 y 1945 durante la segunda guerra mundial (por temor a que la detonación fuese percibida como una amenaza por los submarinos alemanes que navegaban en cercanías, vigilando los movimientos de la flota americana) y en las primeras e históricas jornadas de la Revolución. Se dice que apenas llegado a la Fortaleza de San Carlos, donde instaló su comandancia el dos de enero de 1959, el Che Guevara ordenó que se suspendiera el disparo, creyendo que era una costumbre de la dictadura de Batista; cuando le explicaron que la cosa venía de los tiempos de la colonia española dispuso que se siguiera haciendo e incluso, cuando sus obligaciones se lo permitían, asistía personalmente a la ceremonia.
Más recientemente la Oficina del Historiador de La Habana (que ya hemos mencionado) enriqueció el acto con la disposición de los uniformes de época y las consignas que proclaman los tamborilleros, a viva voz como se hacía antes del invento del altoparlante.
La gente empieza a llegar en gran cantidad a eso de las ocho, y desde el puente de ingreso principal se puede observar el arrío de las banderas: la de Cuba y la de la Fortaleza. Después hay que ubicarse y estar atento al comienzo del acto. (Un consejo: el palco supuestamente preferencial que te ofrecen con precio extra, que incluye una copa y un sándwich, no es realmente el mejor. La visibilidad óptima se tiene desde la terraza superior a la zona de los museos).
Todo dura no más de 15 minutos, entre la llegada de los soldados, las consignas y órdenes y el estruendo final del disparo de  la salva. Pero… ¿Quién le quita a uno el haber estado allí, en ese preciso momento?
Oye… esto es el cañonazo, chico!!!, comentan los habaneros, a la distancia… cuando el eco se percibe en las callejuelas angostas de la ciudad o en la Plaza Vieja. El cañonazo es puntual, exacto y regular a las nueve de la noche de cada día, y por lo tanto es sinónimo de que las cosas funcionan bien, y que todo está en orden.   ¿Y tú cómo andas, buey? puede preguntar uno, y el otro le contesta :  Pues como el cañonazo, chico…
Un lugar de impresionante majestuosidad
Este Cronista Patagónico llegó a la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña apenas un rato antes del consabido cañonazo, ya entre las primeras sombras de la noche. El aspecto de las antiguas edificaciones (datan de 1760 los primeros trabajos, apenas dos décadas antes de llegada de los españoles a la Patagonia) es magnífico con la iluminación ornamental que se ha instalado, pero por razones de comprensible seguridad, tratándose de un fuerte elevado sobre peñascos, hay  sectores que no se pueden visitar en la noche y, además, a las 22 se cierran las instalaciones.
Por eso es necesario y conveniente visitar el sitio a plena luz del día. Un domingo al mediodía, por ejemplo, cuando los pasadizos entre las torretas de vigilancia sólo eran transitados por decenas (quizás cientos) de divertidas lagartijas de cola enrulada, mientras los jotes de cabeza colorada (auras, les llaman en Cuba) vigilaban atentos desde el alto cielo azul, pudimos respirar ese misterioso aire de historias viejas.
Uno puede haberse informado antes que la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña es la más grande de cuantas construyó la corona española en tierras coloniales, pero hay que transitar por sus enormes murallas y repechos para poder admirar semejante majestuosidad. Además desde allí, desde lo alto, la visión de la bahía de La Habana y de toda la ciudad es sencillamente inolvidable.
Hay dos museos en el interior de la Fortaleza: uno dedicado al Che (con algunos objetos personales del Comandante) y otro instalado por el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela en homenaje al difunto presidente Hugo Chávez, el Gran Amigo de Cuba. Es imprescindible visitar este museo con todo el tiempo del mundo, para informarse de la historia del proceso de la revolución venezolana, sobre la que realmente poco sabemos en este extremo sur de la Gran Patria Latinoamericana. (Un consejo: llevar algún abrigo liviano, porque las dos salas están excesivamente  refrigeradas y es fácil cogerse un resfriado.  Dicho en cubano, claro).
También allí, en la Fortaleza de San Carlos, se encuentra –sin techo- lo que fue el edificio de la comandancia, donde el Che trabajó a partir de los primeros días de enero de 1959. Cuentan que una tormenta destruyó el tejado y que se lo está reconstruyendo, pero los trabajos van muy lentos.
Lo que fue la capilla de la Fortaleza se conserva, sin altar ni sagrario, como un lugar para actos.  Las parejas casaderas de La Habana pueden alquilarlo, para la ceremonia civil ante un notario; y el servicio incluye el traslado en un coche antiguo de caballos, con escolta de soldados con el uniforme histórico del cañonazo, desde el puente de ingreso.  Todo muy glamoroso y simpático, propio de una clase media que puede darse ese tipo de gustos.