Oye… esto es el
cañonazo, chico!!!!!
Hacia fines del siglo 18, cuando la española ciudad de La
Habana había sido fortificada en defensa de los ataques del imperio inglés y
sus corsarios, todas las noches al caer el sol una gruesa cadena se cruzaba en
la estrecha entrada de la bahía –sobre las aguas del mar Caribe- como forma de protección. Había que avisar a los pescadores y otros
navegantes que el puerto quedaba cerrado hasta el nuevo amanecer, y para tal
finalidad el gobernador mandaba que a las ocho -pasado meridiano- se disparara
un cañonazo, desde la muralla de la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña. En
algún momento, nadie sabe cuándo, el estruendoso aviso se pasó a las nueve de
la noche, y la costumbre se mantuvo durante más de 200 años.
La costumbre se mantiene, hay que afirmarlo en tiempo
presente. Y para reforzar la importancia de la tradición –convertida en los
últimos años en una fuerte atracción turística que le deja al Estado unas cuantas
divisas, cada noche- se cuenta que sólo en dos circunstancias se dejó de tirar
el cañonazo: la primera fue entre 1942 y 1945 durante la segunda guerra mundial
(por temor a que la detonación fuese percibida como una amenaza por los submarinos
alemanes que navegaban en cercanías, vigilando los movimientos de la flota americana)
y en las primeras e históricas jornadas de la Revolución. Se dice que apenas
llegado a la Fortaleza de San Carlos, donde instaló su comandancia el dos de
enero de 1959, el Che Guevara ordenó que se suspendiera el disparo, creyendo
que era una costumbre de la dictadura de Batista; cuando le explicaron que la
cosa venía de los tiempos de la colonia española dispuso que se siguiera
haciendo e incluso, cuando sus obligaciones se lo permitían, asistía
personalmente a la ceremonia.
Más recientemente la Oficina del Historiador de La Habana
(que ya hemos mencionado) enriqueció el acto con la disposición de los
uniformes de época y las consignas que proclaman los tamborilleros, a viva voz
como se hacía antes del invento del altoparlante.
La gente empieza a llegar en gran cantidad a eso de las
ocho, y desde el puente de ingreso principal se puede observar el arrío de las
banderas: la de Cuba y la de la Fortaleza. Después hay que ubicarse y estar
atento al comienzo del acto. (Un consejo: el palco supuestamente preferencial
que te ofrecen con precio extra, que incluye una copa y un sándwich, no es
realmente el mejor. La visibilidad óptima se tiene desde la terraza superior a
la zona de los museos).
Todo dura no más de 15 minutos, entre la llegada de los
soldados, las consignas y órdenes y el estruendo final del disparo de la salva. Pero… ¿Quién le quita a uno el haber
estado allí, en ese preciso momento?
Oye… esto es el cañonazo, chico!!!, comentan los habaneros,
a la distancia… cuando el eco se percibe en las callejuelas angostas de la
ciudad o en la Plaza Vieja. El cañonazo es puntual, exacto y regular a las nueve
de la noche de cada día, y por lo tanto es sinónimo de que las cosas funcionan
bien, y que todo está en orden. ¿Y tú cómo andas, buey? puede preguntar uno, y
el otro le contesta : Pues como el
cañonazo, chico…
Un lugar de impresionante majestuosidad
Este Cronista Patagónico llegó a la Fortaleza de San Carlos
de La Cabaña apenas un rato antes del consabido cañonazo, ya entre las primeras
sombras de la noche. El aspecto de las antiguas edificaciones (datan de 1760
los primeros trabajos, apenas dos décadas antes de llegada de los españoles a
la Patagonia) es magnífico con la iluminación ornamental que se ha instalado, pero
por razones de comprensible seguridad, tratándose de un fuerte elevado sobre
peñascos, hay sectores que no se pueden
visitar en la noche y, además, a las 22 se cierran las instalaciones.
Por eso es necesario y conveniente visitar el sitio a plena
luz del día. Un domingo al mediodía, por ejemplo, cuando los pasadizos entre
las torretas de vigilancia sólo eran transitados por decenas (quizás cientos)
de divertidas lagartijas de cola enrulada, mientras los jotes de cabeza
colorada (auras, les llaman en Cuba) vigilaban atentos desde el alto cielo azul,
pudimos respirar ese misterioso aire de historias viejas.
Uno puede haberse informado antes que la Fortaleza de San Carlos
de la Cabaña es la más grande de cuantas construyó la corona española en tierras
coloniales, pero hay que transitar por sus enormes murallas y repechos para
poder admirar semejante majestuosidad. Además desde allí, desde lo alto, la
visión de la bahía de La Habana y de toda la ciudad es sencillamente inolvidable.
Hay dos museos en el interior de la Fortaleza: uno dedicado
al Che (con algunos objetos personales del Comandante) y otro instalado por el
gobierno de la República Bolivariana de Venezuela en homenaje al difunto
presidente Hugo Chávez, el Gran Amigo de Cuba. Es imprescindible visitar este
museo con todo el tiempo del mundo, para informarse de la historia del proceso
de la revolución venezolana, sobre la que realmente poco sabemos en este
extremo sur de la Gran Patria Latinoamericana. (Un consejo: llevar algún abrigo
liviano, porque las dos salas están excesivamente refrigeradas y es fácil cogerse un resfriado. Dicho en cubano, claro).
También allí, en la Fortaleza de San Carlos, se encuentra –sin
techo- lo que fue el edificio de la comandancia, donde el Che trabajó a partir
de los primeros días de enero de 1959. Cuentan que una tormenta destruyó el
tejado y que se lo está reconstruyendo, pero los trabajos van muy lentos.
Lo que fue la capilla de la Fortaleza se conserva, sin altar
ni sagrario, como un lugar para actos.
Las parejas casaderas de La Habana pueden alquilarlo, para la ceremonia
civil ante un notario; y el servicio incluye el traslado en un coche antiguo de
caballos, con escolta de soldados con el uniforme histórico del cañonazo, desde
el puente de ingreso. Todo muy glamoroso
y simpático, propio de una clase media que puede darse ese tipo de gustos.
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