jueves, 15 de mayo de 2014

Es el cañonazo, chico....

Oye… esto es el cañonazo, chico!!!!!
Hacia fines del siglo 18, cuando la española ciudad de La Habana había sido fortificada en defensa de los ataques del imperio inglés y sus corsarios, todas las noches al caer el sol una gruesa cadena se cruzaba en la estrecha entrada de la bahía –sobre las aguas del mar Caribe- como forma de protección.  Había que avisar a los pescadores y otros navegantes que el puerto quedaba cerrado hasta el nuevo amanecer, y para tal finalidad el gobernador mandaba que a las ocho -pasado meridiano- se disparara un cañonazo, desde la muralla de la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña. En algún momento, nadie sabe cuándo, el estruendoso aviso se pasó a las nueve de la noche, y la costumbre se mantuvo durante más de 200 años.
La costumbre se mantiene, hay que afirmarlo en tiempo presente. Y para reforzar la importancia de la tradición –convertida en los últimos años en una fuerte atracción turística que le deja al Estado unas cuantas divisas, cada noche- se cuenta que sólo en dos circunstancias se dejó de tirar el cañonazo: la primera fue entre 1942 y 1945 durante la segunda guerra mundial (por temor a que la detonación fuese percibida como una amenaza por los submarinos alemanes que navegaban en cercanías, vigilando los movimientos de la flota americana) y en las primeras e históricas jornadas de la Revolución. Se dice que apenas llegado a la Fortaleza de San Carlos, donde instaló su comandancia el dos de enero de 1959, el Che Guevara ordenó que se suspendiera el disparo, creyendo que era una costumbre de la dictadura de Batista; cuando le explicaron que la cosa venía de los tiempos de la colonia española dispuso que se siguiera haciendo e incluso, cuando sus obligaciones se lo permitían, asistía personalmente a la ceremonia.
Más recientemente la Oficina del Historiador de La Habana (que ya hemos mencionado) enriqueció el acto con la disposición de los uniformes de época y las consignas que proclaman los tamborilleros, a viva voz como se hacía antes del invento del altoparlante.
La gente empieza a llegar en gran cantidad a eso de las ocho, y desde el puente de ingreso principal se puede observar el arrío de las banderas: la de Cuba y la de la Fortaleza. Después hay que ubicarse y estar atento al comienzo del acto. (Un consejo: el palco supuestamente preferencial que te ofrecen con precio extra, que incluye una copa y un sándwich, no es realmente el mejor. La visibilidad óptima se tiene desde la terraza superior a la zona de los museos).
Todo dura no más de 15 minutos, entre la llegada de los soldados, las consignas y órdenes y el estruendo final del disparo de  la salva. Pero… ¿Quién le quita a uno el haber estado allí, en ese preciso momento?
Oye… esto es el cañonazo, chico!!!, comentan los habaneros, a la distancia… cuando el eco se percibe en las callejuelas angostas de la ciudad o en la Plaza Vieja. El cañonazo es puntual, exacto y regular a las nueve de la noche de cada día, y por lo tanto es sinónimo de que las cosas funcionan bien, y que todo está en orden.   ¿Y tú cómo andas, buey? puede preguntar uno, y el otro le contesta :  Pues como el cañonazo, chico…
Un lugar de impresionante majestuosidad
Este Cronista Patagónico llegó a la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña apenas un rato antes del consabido cañonazo, ya entre las primeras sombras de la noche. El aspecto de las antiguas edificaciones (datan de 1760 los primeros trabajos, apenas dos décadas antes de llegada de los españoles a la Patagonia) es magnífico con la iluminación ornamental que se ha instalado, pero por razones de comprensible seguridad, tratándose de un fuerte elevado sobre peñascos, hay  sectores que no se pueden visitar en la noche y, además, a las 22 se cierran las instalaciones.
Por eso es necesario y conveniente visitar el sitio a plena luz del día. Un domingo al mediodía, por ejemplo, cuando los pasadizos entre las torretas de vigilancia sólo eran transitados por decenas (quizás cientos) de divertidas lagartijas de cola enrulada, mientras los jotes de cabeza colorada (auras, les llaman en Cuba) vigilaban atentos desde el alto cielo azul, pudimos respirar ese misterioso aire de historias viejas.
Uno puede haberse informado antes que la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña es la más grande de cuantas construyó la corona española en tierras coloniales, pero hay que transitar por sus enormes murallas y repechos para poder admirar semejante majestuosidad. Además desde allí, desde lo alto, la visión de la bahía de La Habana y de toda la ciudad es sencillamente inolvidable.
Hay dos museos en el interior de la Fortaleza: uno dedicado al Che (con algunos objetos personales del Comandante) y otro instalado por el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela en homenaje al difunto presidente Hugo Chávez, el Gran Amigo de Cuba. Es imprescindible visitar este museo con todo el tiempo del mundo, para informarse de la historia del proceso de la revolución venezolana, sobre la que realmente poco sabemos en este extremo sur de la Gran Patria Latinoamericana. (Un consejo: llevar algún abrigo liviano, porque las dos salas están excesivamente  refrigeradas y es fácil cogerse un resfriado.  Dicho en cubano, claro).
También allí, en la Fortaleza de San Carlos, se encuentra –sin techo- lo que fue el edificio de la comandancia, donde el Che trabajó a partir de los primeros días de enero de 1959. Cuentan que una tormenta destruyó el tejado y que se lo está reconstruyendo, pero los trabajos van muy lentos.
Lo que fue la capilla de la Fortaleza se conserva, sin altar ni sagrario, como un lugar para actos.  Las parejas casaderas de La Habana pueden alquilarlo, para la ceremonia civil ante un notario; y el servicio incluye el traslado en un coche antiguo de caballos, con escolta de soldados con el uniforme histórico del cañonazo, desde el puente de ingreso.  Todo muy glamoroso y simpático, propio de una clase media que puede darse ese tipo de gustos.









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