domingo, 10 de febrero de 2013

La isla de Chiloé trata de resistir

La isla de Chiloé, gema preciosa en el sur de Chile, trata de resistir. Trata de resistir de la ruidosa invasión de turistas ávidos de mesas suculentas y baratijas que les venden bajo el disfraz de lo artesanal, por encima del rugido indolente de los camiones que la cruzan de punta a punta con ansiosa carga de salmones for export, más allá del desdén comercial por el patrimonio histórico demostrado en la aparatosa construcción de un súper centro de ventas (los hermanos chilenos se someten a la expresión extranjera de “mall”) a pocos metros de los tradicionales y conspicuos palafitos.

La cultura chilota, enriquecida con diversos aportes, subsiste y se defiende, pero sufre ataques permanentes. En la ruta principal que la atraviesa sobran carteles que avisan sobre cabañas, restaurantes y hoteles; pero faltan referencias visibles sobre los sitios de interés artístico e histórico. El desorden del tránsito amontonado en las zonas céntricas de las ciudades de Ancud y Castro no permite la pacífica y atenta observación de sus bellas construcciones de arquitectura particular. La planificación de áreas exclusivamente peatonales sería una solución para este problema, como ocurre en algunos barrios de Buenos Aires, Cusco, Lima, La Paz, Montevideo, Colonia y otras urbes latinoamericanas de enorme riqueza patrimonial, donde el visitante puede caminar, mirar, sentarse en un banco, sacar fotos y filmar, sin verse amenazado por autobuses y otros vehículos.

En medio del caos consumista se destaca, por su inmenso valor, la Fundación Amigos de las Iglesias de Chiloé, con base en Ancud, que promueve el descubrimiento y valoración de los edificios religiosos, declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que se hallan diseminados por toda la isla. Esta organización sin fines de lucro propone la recorrida por la Ruta de las Iglesias, que arranca en el Centro de Visitantes del Ex Convento de la Inmaculada Concepción de Ancud. Allí se presentan las maquetas a escala de los hermosos templos y se explican las tareas de preservación y restauración sobre las obras pertenecientes a la “escuela chilota de arquitectura en madera”. En el mismo sitio funcionan un excepcional mercado de artesanías y una librería bien surtida en material fotográfico y documental.





Chiloé resiste, porque a pesar de la excesiva pigmentación amarilla de la renovada pintura de la Iglesia de San Francisco, en Castro (levantada hacia 1906), en su fresco interior el tiempo parece detenido y es posible meditar, y quizás elevar una oración, alejado por algunos minutos del frenesí multicolor del exterior.





Chiloé resiste, porque en  el mercado de la misma ciudad de Castro los tejidos en lanas siguen siendo exponentes de los antiguos saberes, transmitidos de madres, de abuelas a nietas, junto al fogón familiar.
Chiloé resiste, porque el puerto de Ancud sigue ofreciendo el espectáculo impagable de la calma posterior a la dura faena de los pescadores, cuando las siluetas de las barcas se recortan como fantasías de la luz.



Chiloé resiste, porque el sol se desangra lentamente y agoniza con la tarde , para que el cielo de fuego nos despida por el canal de Chacao, de regreso al continente, con algunas tristezas en la mochila; pero siempre reconfortados por la Pincoya, que se nos instala a bordo del corazón, para protegernos de todo mal.





1 comentario:

  1. Gracias, Carlos, por traernos estas bellezas y tus apreciaciones personales que son buena referencia. Seguramente los hermanos chilenos, el pueblo, vive y piensa de misma manera, en preservar cultura y patrimonio; ellos son los que persisten y defienden la isla.

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