Esta crónica complementa la primera parte del relato sobre
el encuentro entre Dalia Chaina (y yo
como testigo privilegiado) y sus parientes libaneses. La primera parte se
encuentra más abajo, porque así es el sistema del blog.
Al sábado siguiente de ese primer encuentro en Harajel, en
otra jornada libre dentro del variado programa de excursiones preparado por la
Sociedad Libanesa de Rosario para el grupo viajero, volvimos a la casa de
Chaina Akiki, y su esposa Hoda, junto a la vivienda de los abuelos Tanios Akiki
y Georgette (padres de Chaina), en una colina rodeada de verde y afloraciones
pétreas de gran antigüedad.
En este caso el viaje fue conducido por Antoine (Tony) en su
auto, desde nuestro hotel en la bahía de Jounnieh. Tony es otro de los hijos
del matrimonio formado por Chaina y Hoda, hermano de Jean y Nikole. A media
mañana llegaron Nikole, su esposo Tony (también llamado Antoine) y la simpática
hija de ambos, Naio.
Se repitieron los abrazos y las expresiones de afecto. Sin
que fuese necesario un exacto entendimiento de palabras.
Hicimos un breve paseo por el pueblo de Harajel (yo escribí
Hrajel en la crónica anterior, creo que en español valen las dos formas ) para hacer alguna
compras, por caso en la muy completa verdulería y frutería de un señor de
apellido Chucair, pariente de nuestro querido amigo Elías.
El recuerdo del abuelo Elías Chaina Akiki, el fundador de la
numerosa familia de apellido Chaina en el norte de la Patagonia, estuvo siempre
presente.
Aquella mañana Dalia se metió en la cocina de Hoda, para
preguntar y repreguntar todo lo que se le ocurrió acerca de la elaboración del
café a la turca y diversos platos de la comida típica libanesa.
Un poco después Hoda y la abuela Georgette le revelaron a
Dalia los secretos del amasado y cocción del pan típico del Libano, que se
utiliza para acompañar todos los platos de la variada y sabrosa mesa libanesa.
Naio, nieta y bisnieta de Hoda y Georgette, también participó de la interesante demostración sobre la panificación artesanal.
En la sobremesa del almuerzo (otra vez un festival de
delicias sobre la mesa!!!) llegó el primo Joseph (aquel del restaurante) y
trajo algunas antiguas fotos familiares, conservadas a través de los años, primero
en manos de su padre y después en las suyas. En una de esas imágenes, tomada
sin ninguna duda aquí en la meseta patagónica en Clemente Onelli, aparecieron
María Marilef, esposa de Selem Chaina, hijo del abuelo Elias Chaina Akiki, y la
hija menor del matrimonio Chaina-Marilef: Elida Dalia Chaina… ¡mi adorada
mujercita, que se sorprendió y emocionó muchísimo, sobre todo porque nunca
había visto esa imagen, ni recordaba tampoco cuándo se sacaron la foto su mamá
y ella!
La foto tiene en el reverso una anotación, de puño y letra
del abuelo Elías, en lengua árabe, donde informa que aparecen en ella María y
su hija Elida. Seguramente la imagen, típica de las portátiles Kodak color en
los años setenta, fue enviada por el abuelo antes del viaje a Harajel en 1973;
o tal vez la llevó personalmente en su maleta. ¡De cualquier forma esa foto
estuvo esperando la llegada de Dalia durante más de cuatro décadas, allá en el
pueblo de las colinas libanesas!
También, dentro de los tesoros fotográficos que aparecieron
esa tarde, estaba una imagen del abuelo Elias con su hijo Selem, y otra (en
blanco y negro) tomada allí en Harajel en la casa de otro de los primos,
Joseph, donde se lo puede ver a Tanios, con cuarenta años menos!
A media tarde fuimos con Chaina y Josué a visitar al tío Joseph,
otro de los sobrinos del abuelo Elías, en cuyo rostro pudimos reconocer los
rasgos familiares.
Después, acompañados por Chaina, fuimos a recorrer las
prolijas chacras manejadas por Tanios, con ayuda de su hijo. La tierra rojiza
de Harajel luce perfectamente pareja, sin malezas de ningún tipo, destacando la
plantación de manzanos de distintas variedades; con el suelo preparado para las
hortalizas de verano.
El riego se toma de
vertientes, cuya agua es almacenada en lagunas
de contención, y es bombeada después a través de una red de mangueras
que permiten el ordenado goteo, sin ningún tipo de desperdicio.
Tanios y Chaina nos mostraron, con justificado orgullo, el
resultado de sus labores.
Se produjo también el momento de recibir regalos, generosas
muestras de afecto familiar: una túnica –bordada por Hoda-, y un rosario, para
Dalia; una camisa y su corbata al tono, para mí. Imágenes de San Charbel y de Santa
Rebeca, celebridades religiosas libanesas, pertenecientes a la orden católica de
los maronitas.
Dos botellas, una con anís artesanal y otra de licor de
manzanas, elaborados por Tanios y su esposa Georgette, respectivamente, también
formaron parte de los obsequios.
Pero el regalo más fuerte, aquel cuyo tamaño real no podría
caber en ninguna de nuestras maletas, fue el del amor. Un amor extendido a
través del tiempo y la distancia, como una necesaria prolongación del mandato
recibido de sus mayores, quienes eran parientes cercanos del viajero Elías
Chaina Akiki, aquel que llevó nostalgias de Harajel a la Patagonia.
La noche de ese sábado volvimos a pernoctar bajo el acogedor
techo familiar. El domingo, bien temprano, Nikole y Hoda nos llevaron de
regreso a Jounnieh, para asegurarnos la asistencia perfecta a otra de las
apasionantes jornadas de excursión, guiados por Ivette Enaissi.
Quedaría un tercer y último encuentro de emociones familiares,
en la noche del jueves 16 de junio, en vísperas de nuestra partida del Líbano.
En esta ocasión nos recibieron en el departamento que tienen en el barrio de
Zouk Mikayel, cerca Jounnieh. Otra mesa desbordante de bocados deliciosos, la
charla amena (ya sin preocuparnos mucho por el idioma de las palabras, porque
el afecto había terminado por derribar todas las barreras), un breve recital de
Tony Akiki en derbake, los abrazos con Chaina y Hoda, los mensajes filmados de
todos para traer como saludos a la Patagonia y… un encargue muy especial.
Chaina nos entregó una botella conteniendo agua de la
vertiente del campo, allá en Harajel, con un pedido conciso: que ese líquido
riegue la tumba de abuelo Elías en Clemente Onelli. El compromiso quedó asumido, como una
obligación de afecto.
En la mañana del viernes, luminosa como todas allá en Jounnieh,
el abrazo final fue con Jean Akiki, el joven gestor del gran encuentro, propiciador
de tantos momentos que quedaron grabados en nuestra memoria para siempre.
Se habían respondido todos los interrogantes que nos desvelaban en las noches previas al viaje. El objetivo del tour familiar del afecto estaba cumplido.