martes, 24 de enero de 2012

Gaiman, la huella de los galeses









Pero la historia de Gaiman en relación con los pueblos originarios, que debe ser bien interesante por cierto, quedó sepultada bajo la huella de los galeses, aquellos inmigrantes de una de las naciones que componen el Imperio Británico que llegaron por estas costas a partir de 1865. Para la imagen turístico-comercial la asociación de Gaiman con las “casas de té galés” es bien natural, por eso mismo.


En este viaje nosotros dejamos de lado, bien a propósito, las referidas ‘casas de té’ y preferimos, en cambio, internarnos en las propuestas de los museos y sitios históricos de la simpática población.


En un par de lugares están presentes los vestigios del ferrocarril, de una línea proyectada y construida por la empresa privada (capitales británicos, por supuesto) Compañía Mercantil del Chubut, cuyos rieles se extendieron originalmente a partir de 1888 entre Puerto Madryn-Trelew-Gaiman-Dolavon y Alto Las Plumas, con el propósito nunca cumplido de llegar a Esquel y un claro objetivo comercial: sacar lanas hacia el mar e introducir insumos agropecuarios y de otro tipo para la “colonización” de aquellas tierras.


Es muy poco lo que ha quedado tras el cierre y desguace (fue en 1961, en el marco del Plan Larkin de “Racionalización Ferroviaria” diseñado en Estados Unidos e impuesto al gobierno nacional de Arturo Frondizi) del ferrocarril que ya para 1922 había quedado en manos del Estado. Se pueden visitar el túnel, de unos 400 metros de largo, por el que circulaban los trenes en la salida del pueblo; y el edificio de la estación, actual sede del Museo Histórico Regional. En el interior de este sitio se observan teléfonos y otros pocos materiales. El olvido y desaprensión acerca de la historia ferroviaria patagónica se hacen patentes, también, en Gaiman, como no podía ser de otra forma.



La vida cotidiana de los inmigrantes galenses, en sus primeros tiempos sometidos a fuertes carencias y bajo un duro proceso de adaptación al medio ambiente, luego en el disfrute del bienestar y prosperidad logrados en lo económico y social, están claramente reflejados en el museo municipal “Primera Casa” y el emprendimiento histórico-turístico privado “Casa del Poeta”.


En la “Primera Casa” se recuperó la construcción rústica de piedra y chapa, con la muestra de utensillos domésticos propios de una subsistencia agreste. ¡No han sido fáciles aquellos primeros tiempos para los ‘galensos’, por cierto!

En la “Casa del Poeta” (donde hay una magnífica atención personalizada por parte de su creadora y responsable, Patricia Alvarez Herrero) uno se encuentra con una vivienda detenida en los años 1910-1930, con todos los detalles propios del confort y características de vida de una familia galesa en las primeras décadas del siglo anterior.

La casa perteneció al poeta-periodista Evan Thomas, director de los periodicos ‘Ydrafod’ (en galés) y ‘El Regional’ (en español) y en sus varias habitaciones se exhiben desde cubiertos y vajilla, pasando por un fonógrafo a cuerda (que invita a danzar al ritmo de un fox trot con su funcionamiento impecable), las intimidades de la alcoba (camisón y taza de noche) y la imprenta del propio Thomas, con sus prodigiosas artes tipográficas netamente manuales. Cada rincón de la casa, cada objeto y cada cuadro, dan lugar a un relato cálido e interesante por parte de la incansable Patricia.

Gaiman sorprende con los detalles de la historia galesa, se respira el aliento esforzado de los pioneros.

Como complemento: tuvimos la ocasión de alojarnos en el histórico hotel “Unelém” (parece que viene del tehuelche “ser los primeros”) que fue fundado en 1910 y subsiste con algunos salones (como el comedor) donde casi todo está como entonces, salvo el aparato de TV moderno que se puede ver en un rincón.

Gaiman respira aires de nostalgia…. (¿será que somos de Carmen de Patagones y esa clase de climas nos resultan amigables?)



Con la mochila del cronista (que es invisible)



Viajo con la mochila del cronista. Llevo libreta de apuntes y lapicera (me gustan las que tienen trazo grueso, para dejar una impronta definida sobre el papel), cámara digital de fotos, anteojos prismáticos, mapas y la guía de aves de la Patagonia. No siempre utilizo todos esos elementos, pero tenerlos a mano me da una cierta seguridad, para resolver algún imprevisto, anotar una eventualidad y registrar un suceso. Mis traslados son en una veterana y espaciosa camioneta Toyota del ’95, del modelo 4Runner, que me permite cargar una casi infinita cantidad de bártulos diversos, y entre ellos la caja de la biblioteca rodante. En este viaje reciente, sobre el que me propongo la construcción de un relato, un libro fue mi favorito: “Las piedras, el agua; Libro de ciudades” de Ramón Minieri, porque los paisajes visitados tienen a las piedras y el agua como protagonistas principales.



Escribió Minieri
“Una manada de rocas/ cordillera camino a ser arena/ miran el río abrevan tiempo / también el cielo de la tarde anda / camino a disolverse en el gran cielo de la noche del cosmos / y un instante tu cuerpo refulge como eterno en aguas de oro / amada no hay descanso / celebremos la muerte de las cosas en las cosas que nacen / la chispeante mentira de las aguas”.


Leí el poema en las orillas del Lago Rosario, al sudoeste del Chubut, camino al Corcovado y hacia Chile. Celebré con mi amada, Dalia, por el horizonte y el aire limpios, sin preguntas postergadas en sus respuestas. Una pareja de teros desconfiaba en su griterío. El sol anunciaba una jornada plena.

Aviso al lector: estos apuntes no están ordenados en relación con el itinerario realizado. ¡La brújula del pensamiento gira en libertad y el cronómetro desafía a los caminos!

martes, 6 de diciembre de 2011

Sierra Colorada y sus 100 años de fecunda historia


En estos días cumple cien años la localidad rionegrina de Sierra Colorada, sobre la ruta nacional 23 a 410 kilómetros de Viedma. La historia de este pueblo de pioneros está ligada al ferrocarril del Atlántico a los Andes, aquella línea del Estado que empezó a tenderse desde San Antonio Oeste en marzo de 1910 y llegó a ese punto, precisamente, en los primeros días de diciembre de 1911.


Sierra Colorada está ahora conectada con el este de la provincia y todo el país a través del pavimento, pero el servicio semanal del Tren Patagónico sigue siendo esencial para sus comunicaciones. Cuenta con dos emisoras radiales, la Provincial en Amplitud Modulada que se planificó durante la gestión del gobernador Osvaldo Alvarez Guerrero como un medio de difusión de alcance regional; y una de Frecuencia Modulada, la FM Scorpio, que es un emprendimiento privado en manos de Diego Palma, un radiodifusor joven y entusiasta. También hay ahora en Sierra Colorada un canal de televisión abierta y comunitaria, el TV6 que maneja el grupo familiar de los Luengo, inaugurado hace apenas dos meses. La localidad fue visitada, a mediados de septiembre, por Alicia Kirchner, titular del ministerio de Desarrollo Social de la Nación, con motivo de la inauguración del moderno Centro Integrador Comunitario, donde funcionará un complejo servicio de oftalmología. La gestión del intendente Alejandro Marinao (PJ) culmina con ese y otros logros importantes, para ocupar una banca en la Legislatura; en tanto le deja el mando municipal a Fabián Pilquinao, también peronista, con una serie de proyectos de positivas expectativas para los 4.000 habitantes del pueblo.

Un rico pasado
Pero este favorable presente de Sierra Colorada está abonado con un rico pasado sobre el cual ha investigado con pasión y voluntad el cronista Nicodemo “Nilo” Curiqueo, policía retirado, artesano y músico, que está hace unos cuantos años radicado en Cipolletti, pero asegura (y es creíble, por cierto) que “nunca olvido a mi pueblo, y por eso me he propuesto recuperar su historia, en base a los relatos de la gente en una serie de libros”.
De uno de los trabajos de Nilo Curiqueo se tomaron los párrafos que siguen, con las voces de algunos vecinos de Sierra Colorada recordando personas y episodios.
Juanillo, Juan y Pablo
Fueron contemporáneos, claro que de edades diferentes. Uno español, los otros dos bien criollos, los tres fueron hombres de trabajo fecundo, los tres formaron familias de bien en Sierra Colorada.
Juan Gazquez, “Juanillo”, había nacido en un pueblo de Almería, España y llegó a Sierra Colorada en 1913, apenas dos años después de la inauguración de la estación, para trabajar como caballerizo del ferrocarril en aquellos tiempos en que la zorra era tirada por caballos. María Manuela Gazquez, estimada vecina del pueblo, lo recordaba así. “… después que terminaron los trabajos del ferrocarril nuestro padre se afincó en este lugar; su capital consistía en un carro y unos burros y mulas, los cuales tenían nombres y obedecían a los mismos. Eran ‘el alazán o rubio’, ‘el pico blanco’, ‘la morocha’, ‘la niña’, ‘la rosita’; este carro servía para abastecer de sal a Ramos Mexía, Los Menucos y Sierra Colorada. Don Alfonso Lauriente, dueño de la salina que está en Talcahuala, le permitía que juntara y comercializara este producto sin cobrarle nada; cuando murió don Alfonso su hijo Carlitos Lauriente le permitió seguir con ese trabajo. También el carro le servía para abastecer de leña a la panadería de don Cancio Moriones y a otros que quisieran comprar leña. Además tenía tres quintas grandes, una en nuestro propio terreno, otra en lo de Martín Alberdi y una tercera en lo de Cancio Moriones. Le gustaba trabajar la tierra, estar en contacto con la naturaleza, plantar árboles; yo le ayudaba con el riego (…) era hermoso ver crecer las plantas, cuidarlas y saber que llevabas verduras fresquitas a la mesa y era el fruto de tu trabajo. No recuerdo que papá comercializara el producto de las quintas, más bien era para el consumo propio y para las familias que generosamente le daban la tierra alambrada y con facilidades de riego”.
Juan Llanque nació en el paraje Pillahuincó, cerca de La Esperanza, en 1913 y llegó a Sierra Colorada por el año 1930. Se lo contó personalmente a Nilo Curiqueo. “…entré a trabajar en la tropa de carros de Pedro Fernández, que hacía el recorrido de paraje Chasicó a General Roca, entrando como maruchito. Se llamaba así al encargado de arrear las mulas y donde paraban los carros había que cuidarlas para no se vayan y acercarlas a los carros que iban a partir. (…) La vida era muy sacrificada, se andaba muy lejos de la familia, no había medios para comunicarse, si hacía frío, lluvia o mucho calor había que seguir viaje. Marchábamos más o menos 8 leguas diarias, cada 3 ó 4 leguas había lugares que le llamaban ‘el dobladero’, era como una especie de parador; los carros iban cargados con 3.000 kilos de lienzos de lana de ovejas mas o menos; se llevaba en agua en barriles, y comestibles; en tiempos de lluvia nos refugiábamos debajo de los carros y en tiempo de mucho calor solíamos viajar de noche y cuando había luna (…) Para bajar las bardas de Paso Córdoba atrás de los carros se ponía una rastra grande y sobre ellas unas cuantas bolsas de arena; además le ataban tres mulas atrás para bajar más despacio. No cualquiera bajaba Paso Córdoba guiando las mulas. Algunos pagaban a otro para que los reemplazaran, porque en ese lugar habían muerto varias personas al desbarrancarse algún carro y cuando se tenía que subir de regreso le ataban 12 mulas, porque venían muy cargados de mercadería”.
Pablo “Pachi” Llanque nació en Fitaruin en 1907 y se instaló en Sierra Colorada hacia los años 30, este testimonio lo recogió Curiqueo de su nieta Sonia Mabel. “Fue trabajador rural, chofer de comerciantes destacados de la zona, lo recomendaban por su honestidad y confianza. En este devenir con unos y otros patrones sólo le quedaron recuerdos, nunca llegó a tener una digna jubilación. Entendía mucho de mecánica, cuando llegó la luz eléctrica al pueblo fue empleado de la usina, donde funcionaban los motores. Muchos años salió con las máquinas de esquilar para atender sus motores y el funcionamiento en general. (…) Pasaba gran parte del tiempo en su galponcito, donde siempre recibía a sus amigos (…) realizaba arreglos de fuentones, baldes, faroles, sillas, armaba juegos didácticos y se los presentaba a sus amigos para que los develaran”.
Tres historias de pioneros con distintas características y un común denominador: el esfuerzo cotidiano por la sobrevivencia y para sostener sus familias, muchas veces en medio de duras adversidades climáticas. Relatos que conmueven, con sencillas y cálidas descripciones.

La estación
La prolija recopilación escrita por Nilo Curiqueo tiene un capítulo dedicado especialmente a la estación del ferrocarril. Puntualiza que entre 1911 y 1915 el primer jefe ferroviario de Sierra Colorada fue un hombre de apellido Quijano. Luego llegó Angel Otarola, y en 1929 se designa a don Virgilio Rebay, quien actualmente vive en Viedma. Menciona también a los peones de cuadrilla, popularmente llamados ‘catangos’, así como a los cambistas. “Seguramente en esas sierras que circundan al pueblo habrá quedado grabado el último silbato de este querido tren patagónico” apunta el historiador, para preguntarse después: “¿qué habrá pasado por la mente de cada ferroviario y de los habitantes de aquí cuando no vieron pasar más esa mole de hierro?”.

La reseña
La historia de Sierra Colorada registra como primer antecedente, por 1907, la llegada de un ganadero árabe, Salomón Gandul, que se instala con ovejas y chivas. Más tarde llegan los primeros comerciantes, Cristian Matzen, Augusto Matzen, Federico Dominik y Carlos Cook; Martín Alberdi también con ganado y muchos otros que conforman las primeras familias pobladoras mientras se acercan las vías de la Línea del Estado. Hay una serie de datos muy interesantes (también tomados del trabajo de Nilo Curiqueo) como que el primer nacimiento en Sierra Colorada fue el de la niña llamada Emilia Uriz, en 1914. En 1920 el crecimiento comercial y productivo del pueblo interesa a la empresa Sociedad Anónima, Importadora y Exportadora de la Patagonia que compra el establecimiento de acopio de lanas de Matzen. En 1925 se instala la primera comisaría y en 1939 se inaugura el edificio actual, con la visita del gobernador del Territorio Nacional de Río Negro, Adalberto Pagano. En ese mismo año se conforma la primera comisión de fomento que preside Martín Alberdi. En 1941 llega el primer médico, Abraham Nuelsen Feintuch, cuyo nombre lleva el hospital. En 1950 se inaugura el servicio de luz eléctrica, a cargo de una cooperativa. En 1953 llega a Sierra Colorada el sacerdote franciscano Teófano Stablum, se instala y es designado párroco, levanta con sus propias manos la capilla del pueblo y las de otras localidades de la línea sur que recorrió intensamente durante los siguientes 40 años. En 1954 se inauguran los edificios de la escuela primaria 26 y de la municipalidad. En 1962 se crea el Aero Club y en 1964 se adquiere un avión Pipper que permitía vuelos sanitarios y de emergencia. En 1965 se funda la Biblioteca Popular de Sierra Colorada. Y la historia continúa, hasta nuestros días, con creciente vitalidad, aún a pesar de las dificultades que genera el clima hostil.
Sierra Colorada padeció, en las décadas de los años 70, 80 y 90, una fuerte corriente de despoblamiento, como también ocurrió en otros pueblos sureños. La falta de oportunidades laborales y educativas en los niveles secundarios y terciarios fue el factor condicionante para que muchas familias y también a veces jóvenes en soledad emigraran hacia centros urbanos más importantes. Ese destino puede torcerse con la generación de nuevas alternativas. Lo importante es que los nativos de Sierra Colorada no pierdan el afecto por su pueblo, ese pueblo que cumple 100 años de fecunda historia patagónica.

martes, 22 de noviembre de 2011

Otra vez por Ministro Ramos Mexía




El cronista volvió a la localidad de Ministro Ramos Mexía, situada casi en el centro geográfico de la región sur de la provincia de Río Negro. Las frescas alamedas y las rudas rocas basálticas convocaron, una vez más, con policromía y misterios, en el “bajo” del Corral Chico. Las historias fluyeron otra vez, con nuevos enfoques.

Ezequiel Ramos Mexía fue ministro de Agricultura, primero, y de Obras Públicas después, de los gobiernos de Julio Argentino Roca, José Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña. Su principal aporte fue el plan de fomento de los Territorios Nacionales de la Patagonia, sobre la base de la construcción por parte del Estado Nacional de una red de ferrocarriles que cruzaban desde el mar hacia la cordillera de los Andes. La línea del Estado de San Antonio Oeste a San Carlos de Bariloche, que comenzó a extenderse en 1910 y recién culminó en 1934, formó parte de esa infraestructura, diseñada para el desarrollo económico y social de la región. No faltan los críticos que le adjudican a Ramos Mexía una actitud servil ante los capitales británicos que enajenaban nuestra riqueza, libres de impuestos. Hubo, sin embargo, antológicos enfrentamientos entre el ministro y miembros del Congreso Nacional íntimamente vinculados a la oligarquía terrateniente (anglófilos al extremo) que cuestionaban el plan de los ferrocarriles y lo calificaban como “obra faraónica y desmesurada para los pocos habitantes que serán beneficiados”. Podemos poner reparos en la filosofía “progresista” de Ramos Mexía, sobre todo cuando señalaba en sus escritos que “la segunda campaña al Desierto, después de la militar, es la del ferrocarril”; pero no se le puede negar que trabajó con pasión para que los rieles surcaran estas enormes distancias patagónicas, sembrando poblaciones que –como ésta que lleva su nombre- constituyen establecimientos humanos de importancia.

Antes del tren
Pero en el caso que nos ocupa los asentamientos son muy anteriores a la llegada del ferrocarril y la “fundación oficial” del pueblo en el año 2010. Prueba de ello son los valiosos restos arqueológicos ubicados en el “bajo” o Corral Chico, estudiados por el arqueólogo Carlos J. Gradín en un capítulo del libro “Arqueología de Río Negro”, editado por la Secretaría de Estado de Acción Social de la provincia, en el 2003.
Gradín lo denominó “Manantial Ramos Mexía” y escribió lo siguiente, en 1999. “El paraje donde se halla ubicado este sitio arqueológico es bien conocido desde antigua data por los pobladores de la zona debido al poco común manantial que lo caracteriza, que provee 6.000 litros de agua por hora al pueblo y a los trenes del ferrocarril que pasan por la estación Ministro Ramos Mexía”.
“Conocido antes como Corral Chico o simplemente El Bajo el paraje se halla a unos 3.000 metros de distancia hacia el Noroeste del pueblo, al que está vinculado por una huella que cruza el arroyo nacido en la vertiente que se halla al pie de la barda y que alcanza, formando una pequeña laguna, hoy día seca, ubicada unos 3.000 metros más adelante hacia el Este. (En la actualidad el nuevo trazado de la ruta nacional 23, pavimentada, pasa al costado del bajo, nota del cronista) Sin duda esta vertiente debe estar allí, al pie de una formación basáltica, por lo menos desde el comienzo del Holoceno y es probable que haya tenido una mayor actividad en el pasado, que fue declinando a medida que aumentaba la aridez de la zona, tal como sucede en gran parte de la Patagonia”.
La descripción del especialista continuaba así. “El mencionado bajo tiene una diferencia de nivel de aproximadamente 20 metros con respecto a la planicie que lo rodea. Al centro del bajo o depresión se levanta un morro o testigo respetado por la erosión. Tanto en éste, como en el bajo y en el filo de las bardas, hallamos una serie de sitios arqueológicos, con parapetos o corralitos y, en algunos casos, material lítico y arte rupestre”.
Tras el riguroso detalle de las pinturas y restos de parapetos habitables (o tal vez sitios de acecho para la caza de guanacos) Gradín sostenía que “el sitio debió haber sido ocupado desde hace mucho tiempo, tal vez desde principios de la era, o más, por grupos de cazadores recolectores que aprovechaban la fauna (especialmente el guanaco) y la abundante flora local, gracias a la excepcional vertiente existente en el lugar”.
También observó una serie de pircados (montículos de piedras colocadas unas sobre otras) parcialmente removidos; y comentó al respecto que “la gente de la zona interpreta esos pircados como chenques (enterratorios) removidos, que al retirarles las piedras que los formaban habrían dibujado un círculo. Por mi parte pienso que se trata de parapetos, tal vez habitacionales, pues en ellos se encuentran pequeños fragmentos de hueso, posiblemente de guanaco, muchos desechos de talla y fragmentos de alfarería”.
Durante esta reciente visita al Bajo de Ramos Mexía este cronista contó con el acompañamiento de Juan Pablo Veggia, integrante de la familia Veggia que es responsable del emprendimiento “Tunquelén” (Lugar de Descanso). El joven, entusiasta y ágil guía, también suscribe la hipótesis de que esos pircados eran tumbas indígenas; y en un punto alto de la barda (desde donde la vista panorámica es maravillosa) su padre Marcelo y él mismo levantaron un mojón de piedras “como un homenaje y desagravio a los antiguos habitantes del Corral Chico”. Por encima de las interpretaciones arqueológicas el gesto es emotivo y muy valioso.
Con la misma actitud respetuosa Juan Pablo llevó a los visitantes hasta las pictografías ubicadas en el morro. La intensa luz del atardecer permitió observar formas geométricas que guardan secretos hoy imposibles de traducir. ¿Son sólo marcas de referencia, se trataba de contar alguna historia, servían para orientar a los visitantes? Interrogantes que no tienen respuesta. Lo lamentable es que no haya ninguna forma de protección y que, cada tanto, alguna mano anónima e irresponsable realice algún daño contra ese patrimonio cultural de enorme valor.

La campoterapia
El paisaje natural, las pinturas rupestres, los pircados, la abundancia de pájaros de diversas especies (entre ellas las grandes bandadas de jotes que usan las bardas y arboledas como dormitorio) son atractivos muy fuertes en el Corral Chico. Pero se agrega ahora la posibilidad de vivir una reconfortante experiencia, que es la “campoterapia”. ¿De qué se trata? Pues, sencillamente, de pasar un par de días, con pernocte incluido, en ese marco pleno de encanto agreste, donde el silencio sólo es alterado por el soplido del viento y el canto de las aves. En “Tunquelén” hay ahora cabañas, con capacidad para 2 a 4 personas; y se agrega también el servicio de desayuno, almuerzo, merienda y cena, con platos auténticamente caseros que elabora Carla, la esposa de Marcelo y mamá de Juan Pablo.

Historias de la estación
Ya se dijo que la llegada del tren significó, allá por 1910, un cambio absoluto para Corral Chico. La economía de la región recibió un espaldarazo, con la posibilidad de recibir y enviar cargamentos a través del ferrocarril, cuya empresa se convirtió en una de las principales fuentes de empleo en el incipiente pueblo. Cuando, ya hacia los años 30, los servicios de trenes de carga y pasajeros circulaban con regularidad, la estación de Ramos Mexía creció en importancia, pues era el punto de relevo de la dotación de maquinistas y de revisión de las formaciones. Se estima que unos 60 operarios estaban radicados en forma permanente, para quienes se contaba con un conjunto de viviendas individuales y colectivas, en las llamadas “colonias ferroviarias”.
El actual representante unipersonal del Tren Patagónico en Ramos Mexía es el “Brujito” González, locuaz y bien predispuesto a la charla con el periodista. En horas de la madrugada, mientras esperaba la llegada de la formación procedente de Viedma y con destino a Bariloche, González desenrrolló su historia personal (“hace 35 años que estoy en el ferrocarril, que ha sido siempre mi vida”) y recordó los tiempos de mayor esplendor del servicio (“pasaban hasta cinco trenes por día, para arriba y para abajo, teníamos a veces tres formaciones en la estación, ubicadas en las distintas vías”); al tiempo que ratificaba que “el tren puede ofrecer un servicio incomparable, tanto para pasajeros como para cargas, sólo hacen falta algunas mejoras y equipamiento”. “Me gustaría que las nuevas autoridades del Ferrocarril escucharan mis opiniones” confió también.
La tranquilidad de la noche fue propicia para que el Brujito explicara con lujo de detalles los antiguos sistemas de seguridad del ferrocarril, tales como aquella máquina que extendía el palo de control, o las líneas telefónicas internas; y mostrara también una prodigiosa colección de antiguos boletos de cartón impresos para viajar desde Ramos Mexía hacia cualquier punto de la línea.

El paso de Perón y Evita
En abril de 1950 el anden de la estación ferroviaria de Ramos Mexía fue el escenario del encuentro entre el presidente Juan Domingo Perón, su esposa Evita y la gente del pueblo. El episodio le fue contado al cronista, hace muchos años, por el querido maestro Juan Carlos Tassara, recordando que cuando el presidente y su compañera pasaron en viaje de ida (el destino era la ciudad andina, en donde Perón inspeccionaría los misteriosos trabajos del pseudo científico Richter) se le ocurrió escribirles para pedirles que el gobierno construyera una escuela confortable a cambio del rancho que usaban para dictar clases. ¡Lo que Tassara, su esposa Teresita Guidi y los alumnos no se podían imaginar es que los ilustres visitantes se interesarían por el pedido y dispondrían que el tren parara algunos minutos en este pequeño paraje sureño!. La historia de aquella jornada, con el testimonio del ex ferroviario Juan Wollweiler (que tenía 12 años por entonces), será narrada en una nota especial, dentro de algunos meses. Ramos Mexía guarda vestigios de un pasado muy rico, desde las pinturas rupestres del Bajo hasta la escuela primaria que mandó construir Perón. Es un pueblo cálido, donde vale detenerse.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Una nueva etapa en el blog!!!

 Este maravilloso atardecer de noviembre, al sur de Los Menucos, provincia de Ró Negro, me permite abrir una nueva etapa para este blog viajero, que tenía bastante abandonado desde tiempo atrás.
 Estuvimos (Dalia y yo) visitando el establecimiento Tunquelén ("lugar de descanso en la lengua de los mapuches) ubicado en el Bajo de Ramos Mexía, en plena región sur de Río Negro, donde fuimos muy bien atendidos por Marcelo Veggia, su esposa Carla y uno de sus hijos, Juan Pablo.
La visita guiada a las pinturas rupestres tehuelches (unos 2.000 años de antiguedad, aproximada) es una de las interesantes alternativas que ofrece Tunquelén.
 En la madrugada del sábado el jefe de estación de Ramos Mexía, el "Brujito" González nos brindó una conferencia acerca de los problemas del Tren Patagónico, sus experiencias de más de 35 años de servicio y propuestas para mejorar las prestaciones.

Otra estación ferroviaria, la de Sierra Colorada, muy próxima a cumplir cien años de antiguedad.
A 12 kilómetros de Los Menucos, cerca de la Meseta de Somuncurá, en el establecimiento Kufiú Ruca, esta laguna nos sorprende con su población de flamencos, cisnes, teros, patos y otro montón de aves.

¡ESTOS SON MATERIALES PARA PROXIMAS NOTAS!

viernes, 16 de septiembre de 2011

La voluntad y los resultados: el Encuentro Regional de Escritores de Dina Huapi












Fue un prodigio de voluntad. La dinámica comisión directiva de la Biblioteca Popular de Dina Huapi (el municipio más joven de Río Negro, en las puertas de San Carlos de Bariloche) se propuso el desafío de organizar un encuentro regional de escritores, a pesar de la ceniza y todas las incertidumbres propias del momento. La cita fue entre el 9 y el 11 de septiembre, un fin de semana frío y lluvioso que a nadie molestó.


La respuesta, otra demostración voluntariosa por supuesto, fue muy buena en calidad y cantidad de participantes. Bajo la armoniosa conducción de Mirta Santiago se armaron las diversas mesas previstas: “Literatura y paisaje”; “Paisajes entrañables”; “Poesía”; “Literatura Infanto Juvenil” y “Narrativa”. El desfile de posturas y visiones fue variado y ameno, con un rico despliegue de textos de diversos estilos. Las voces de los autores más experimentados y consagrados se unieron a las de aquellos que recién se atreven en los senderos de la creación literaria. Hubo intercambio y vivencia, humor y afecto.

El tema de la propuesta inicial (aquello de “Literatura y Paisaje) fue modulado en distintas frecuencias, con perspectivas y miradas complementarias. Alguien reflexionó que “lo que parecía una cuestión excesivamente elemental, sin perfiles demasiados exigentes, originó aportes profundos y originales, sorprendiendo a todos”.

La organización y la logística resultaron excelentes. Un grupo de los visitantes (entre quienes se encontraba este cronista) se alojó en las confortables cabañas “Raíces Patagónicas”. Los momentos posteriores a las cenas fueron muy divertidos, sobre todo en la segunda noche con la presentación del Grupo de Narradoras de la Biblioteca Sarmiento de Bariloche.

Las fotos que acompañan esta crónica sólo pretenden ilustrar algunos de los muchos gratos momentos vividos. La vida social de los escritores de la región se enriquece con realizaciones como el Encuentro Regional de Escritores de Dina Huapi. Nos hace bien conocernos y reconocernos.

Gracias a Mirta Santiago, Javier Bochatay, Fernando Posada, Heidi Bitterman, Mónica Luverá; Omar Martin, Alejando Gallo, Marcela Gallardo, y Graciela Quilodrán por el esfuerzo y los resultados, ellos fueron quienes pusieron su trabajo.

Gracias a Ernesto Maggiore, Elías Chucair, Luisa Peluffo, Hugo Covaro, Angel Uranga, Laura Calvo, Pepe Sánchez, Jorge Incola, Laura Savino, Yolanda Rubín, Silvina Andrade, Fernando González Carey, Graciela Cross, Susana Amuchástegui, Horacio Herman, Aurora Menéndez, Silvia García, Martha Perotto, Tato Affif, Juan Matamala, Norma Duss, Paul Pedersen, Graciela Sosa,  Verónica Monteroy Alejandra Cappa, por abrir esas ventanas de libertad y aire fresco que son tan necesarias para seguir creyendo que escribir es importante, que vale la pena el compromiso con la palabra.

Las cavernas del viejo volcán, un lugar para inspirarse





Un sitio interesante para una excursión, en cercanías de Dina Huapi, son las Cavernas del Viejo Volcán, nombre que se le asignan a las cuevas existentes en el cerro Leones, camino a Nirihuau. Allí fuimos, en una escapada del sábado a la mañana, con Laura Savino, Pepe Sánchez, Juan Matamala, Fernando González Carey y Jorge Incola, muy bien acompañados por el guía local Sebastián Fricke.

Fue una pausa de historia y arqueología entre las letras. Lo misterios de las cavernas son estimulantes a la hora de escribir, por supuesto.