martes, 6 de diciembre de 2011
Sierra Colorada y sus 100 años de fecunda historia
En estos días cumple cien años la localidad rionegrina de Sierra Colorada, sobre la ruta nacional 23 a 410 kilómetros de Viedma. La historia de este pueblo de pioneros está ligada al ferrocarril del Atlántico a los Andes, aquella línea del Estado que empezó a tenderse desde San Antonio Oeste en marzo de 1910 y llegó a ese punto, precisamente, en los primeros días de diciembre de 1911.
Sierra Colorada está ahora conectada con el este de la provincia y todo el país a través del pavimento, pero el servicio semanal del Tren Patagónico sigue siendo esencial para sus comunicaciones. Cuenta con dos emisoras radiales, la Provincial en Amplitud Modulada que se planificó durante la gestión del gobernador Osvaldo Alvarez Guerrero como un medio de difusión de alcance regional; y una de Frecuencia Modulada, la FM Scorpio, que es un emprendimiento privado en manos de Diego Palma, un radiodifusor joven y entusiasta. También hay ahora en Sierra Colorada un canal de televisión abierta y comunitaria, el TV6 que maneja el grupo familiar de los Luengo, inaugurado hace apenas dos meses. La localidad fue visitada, a mediados de septiembre, por Alicia Kirchner, titular del ministerio de Desarrollo Social de la Nación, con motivo de la inauguración del moderno Centro Integrador Comunitario, donde funcionará un complejo servicio de oftalmología. La gestión del intendente Alejandro Marinao (PJ) culmina con ese y otros logros importantes, para ocupar una banca en la Legislatura; en tanto le deja el mando municipal a Fabián Pilquinao, también peronista, con una serie de proyectos de positivas expectativas para los 4.000 habitantes del pueblo.
Un rico pasado
Pero este favorable presente de Sierra Colorada está abonado con un rico pasado sobre el cual ha investigado con pasión y voluntad el cronista Nicodemo “Nilo” Curiqueo, policía retirado, artesano y músico, que está hace unos cuantos años radicado en Cipolletti, pero asegura (y es creíble, por cierto) que “nunca olvido a mi pueblo, y por eso me he propuesto recuperar su historia, en base a los relatos de la gente en una serie de libros”.
De uno de los trabajos de Nilo Curiqueo se tomaron los párrafos que siguen, con las voces de algunos vecinos de Sierra Colorada recordando personas y episodios.
Juanillo, Juan y Pablo
Fueron contemporáneos, claro que de edades diferentes. Uno español, los otros dos bien criollos, los tres fueron hombres de trabajo fecundo, los tres formaron familias de bien en Sierra Colorada.
Juan Gazquez, “Juanillo”, había nacido en un pueblo de Almería, España y llegó a Sierra Colorada en 1913, apenas dos años después de la inauguración de la estación, para trabajar como caballerizo del ferrocarril en aquellos tiempos en que la zorra era tirada por caballos. María Manuela Gazquez, estimada vecina del pueblo, lo recordaba así. “… después que terminaron los trabajos del ferrocarril nuestro padre se afincó en este lugar; su capital consistía en un carro y unos burros y mulas, los cuales tenían nombres y obedecían a los mismos. Eran ‘el alazán o rubio’, ‘el pico blanco’, ‘la morocha’, ‘la niña’, ‘la rosita’; este carro servía para abastecer de sal a Ramos Mexía, Los Menucos y Sierra Colorada. Don Alfonso Lauriente, dueño de la salina que está en Talcahuala, le permitía que juntara y comercializara este producto sin cobrarle nada; cuando murió don Alfonso su hijo Carlitos Lauriente le permitió seguir con ese trabajo. También el carro le servía para abastecer de leña a la panadería de don Cancio Moriones y a otros que quisieran comprar leña. Además tenía tres quintas grandes, una en nuestro propio terreno, otra en lo de Martín Alberdi y una tercera en lo de Cancio Moriones. Le gustaba trabajar la tierra, estar en contacto con la naturaleza, plantar árboles; yo le ayudaba con el riego (…) era hermoso ver crecer las plantas, cuidarlas y saber que llevabas verduras fresquitas a la mesa y era el fruto de tu trabajo. No recuerdo que papá comercializara el producto de las quintas, más bien era para el consumo propio y para las familias que generosamente le daban la tierra alambrada y con facilidades de riego”.
Juan Llanque nació en el paraje Pillahuincó, cerca de La Esperanza, en 1913 y llegó a Sierra Colorada por el año 1930. Se lo contó personalmente a Nilo Curiqueo. “…entré a trabajar en la tropa de carros de Pedro Fernández, que hacía el recorrido de paraje Chasicó a General Roca, entrando como maruchito. Se llamaba así al encargado de arrear las mulas y donde paraban los carros había que cuidarlas para no se vayan y acercarlas a los carros que iban a partir. (…) La vida era muy sacrificada, se andaba muy lejos de la familia, no había medios para comunicarse, si hacía frío, lluvia o mucho calor había que seguir viaje. Marchábamos más o menos 8 leguas diarias, cada 3 ó 4 leguas había lugares que le llamaban ‘el dobladero’, era como una especie de parador; los carros iban cargados con 3.000 kilos de lienzos de lana de ovejas mas o menos; se llevaba en agua en barriles, y comestibles; en tiempos de lluvia nos refugiábamos debajo de los carros y en tiempo de mucho calor solíamos viajar de noche y cuando había luna (…) Para bajar las bardas de Paso Córdoba atrás de los carros se ponía una rastra grande y sobre ellas unas cuantas bolsas de arena; además le ataban tres mulas atrás para bajar más despacio. No cualquiera bajaba Paso Córdoba guiando las mulas. Algunos pagaban a otro para que los reemplazaran, porque en ese lugar habían muerto varias personas al desbarrancarse algún carro y cuando se tenía que subir de regreso le ataban 12 mulas, porque venían muy cargados de mercadería”.
Pablo “Pachi” Llanque nació en Fitaruin en 1907 y se instaló en Sierra Colorada hacia los años 30, este testimonio lo recogió Curiqueo de su nieta Sonia Mabel. “Fue trabajador rural, chofer de comerciantes destacados de la zona, lo recomendaban por su honestidad y confianza. En este devenir con unos y otros patrones sólo le quedaron recuerdos, nunca llegó a tener una digna jubilación. Entendía mucho de mecánica, cuando llegó la luz eléctrica al pueblo fue empleado de la usina, donde funcionaban los motores. Muchos años salió con las máquinas de esquilar para atender sus motores y el funcionamiento en general. (…) Pasaba gran parte del tiempo en su galponcito, donde siempre recibía a sus amigos (…) realizaba arreglos de fuentones, baldes, faroles, sillas, armaba juegos didácticos y se los presentaba a sus amigos para que los develaran”.
Tres historias de pioneros con distintas características y un común denominador: el esfuerzo cotidiano por la sobrevivencia y para sostener sus familias, muchas veces en medio de duras adversidades climáticas. Relatos que conmueven, con sencillas y cálidas descripciones.
La estación
La prolija recopilación escrita por Nilo Curiqueo tiene un capítulo dedicado especialmente a la estación del ferrocarril. Puntualiza que entre 1911 y 1915 el primer jefe ferroviario de Sierra Colorada fue un hombre de apellido Quijano. Luego llegó Angel Otarola, y en 1929 se designa a don Virgilio Rebay, quien actualmente vive en Viedma. Menciona también a los peones de cuadrilla, popularmente llamados ‘catangos’, así como a los cambistas. “Seguramente en esas sierras que circundan al pueblo habrá quedado grabado el último silbato de este querido tren patagónico” apunta el historiador, para preguntarse después: “¿qué habrá pasado por la mente de cada ferroviario y de los habitantes de aquí cuando no vieron pasar más esa mole de hierro?”.
La reseña
La historia de Sierra Colorada registra como primer antecedente, por 1907, la llegada de un ganadero árabe, Salomón Gandul, que se instala con ovejas y chivas. Más tarde llegan los primeros comerciantes, Cristian Matzen, Augusto Matzen, Federico Dominik y Carlos Cook; Martín Alberdi también con ganado y muchos otros que conforman las primeras familias pobladoras mientras se acercan las vías de la Línea del Estado. Hay una serie de datos muy interesantes (también tomados del trabajo de Nilo Curiqueo) como que el primer nacimiento en Sierra Colorada fue el de la niña llamada Emilia Uriz, en 1914. En 1920 el crecimiento comercial y productivo del pueblo interesa a la empresa Sociedad Anónima, Importadora y Exportadora de la Patagonia que compra el establecimiento de acopio de lanas de Matzen. En 1925 se instala la primera comisaría y en 1939 se inaugura el edificio actual, con la visita del gobernador del Territorio Nacional de Río Negro, Adalberto Pagano. En ese mismo año se conforma la primera comisión de fomento que preside Martín Alberdi. En 1941 llega el primer médico, Abraham Nuelsen Feintuch, cuyo nombre lleva el hospital. En 1950 se inaugura el servicio de luz eléctrica, a cargo de una cooperativa. En 1953 llega a Sierra Colorada el sacerdote franciscano Teófano Stablum, se instala y es designado párroco, levanta con sus propias manos la capilla del pueblo y las de otras localidades de la línea sur que recorrió intensamente durante los siguientes 40 años. En 1954 se inauguran los edificios de la escuela primaria 26 y de la municipalidad. En 1962 se crea el Aero Club y en 1964 se adquiere un avión Pipper que permitía vuelos sanitarios y de emergencia. En 1965 se funda la Biblioteca Popular de Sierra Colorada. Y la historia continúa, hasta nuestros días, con creciente vitalidad, aún a pesar de las dificultades que genera el clima hostil.
Sierra Colorada padeció, en las décadas de los años 70, 80 y 90, una fuerte corriente de despoblamiento, como también ocurrió en otros pueblos sureños. La falta de oportunidades laborales y educativas en los niveles secundarios y terciarios fue el factor condicionante para que muchas familias y también a veces jóvenes en soledad emigraran hacia centros urbanos más importantes. Ese destino puede torcerse con la generación de nuevas alternativas. Lo importante es que los nativos de Sierra Colorada no pierdan el afecto por su pueblo, ese pueblo que cumple 100 años de fecunda historia patagónica.
martes, 22 de noviembre de 2011
Otra vez por Ministro Ramos Mexía
El cronista volvió a la localidad de Ministro Ramos Mexía, situada casi en el centro geográfico de la región sur de la provincia de Río Negro. Las frescas alamedas y las rudas rocas basálticas convocaron, una vez más, con policromía y misterios, en el “bajo” del Corral Chico. Las historias fluyeron otra vez, con nuevos enfoques.
Ezequiel Ramos Mexía fue ministro de Agricultura, primero, y de Obras Públicas después, de los gobiernos de Julio Argentino Roca, José Figueroa Alcorta y Roque Sáenz Peña. Su principal aporte fue el plan de fomento de los Territorios Nacionales de la Patagonia, sobre la base de la construcción por parte del Estado Nacional de una red de ferrocarriles que cruzaban desde el mar hacia la cordillera de los Andes. La línea del Estado de San Antonio Oeste a San Carlos de Bariloche, que comenzó a extenderse en 1910 y recién culminó en 1934, formó parte de esa infraestructura, diseñada para el desarrollo económico y social de la región. No faltan los críticos que le adjudican a Ramos Mexía una actitud servil ante los capitales británicos que enajenaban nuestra riqueza, libres de impuestos. Hubo, sin embargo, antológicos enfrentamientos entre el ministro y miembros del Congreso Nacional íntimamente vinculados a la oligarquía terrateniente (anglófilos al extremo) que cuestionaban el plan de los ferrocarriles y lo calificaban como “obra faraónica y desmesurada para los pocos habitantes que serán beneficiados”. Podemos poner reparos en la filosofía “progresista” de Ramos Mexía, sobre todo cuando señalaba en sus escritos que “la segunda campaña al Desierto, después de la militar, es la del ferrocarril”; pero no se le puede negar que trabajó con pasión para que los rieles surcaran estas enormes distancias patagónicas, sembrando poblaciones que –como ésta que lleva su nombre- constituyen establecimientos humanos de importancia.
Antes del tren
Pero en el caso que nos ocupa los asentamientos son muy anteriores a la llegada del ferrocarril y la “fundación oficial” del pueblo en el año 2010. Prueba de ello son los valiosos restos arqueológicos ubicados en el “bajo” o Corral Chico, estudiados por el arqueólogo Carlos J. Gradín en un capítulo del libro “Arqueología de Río Negro”, editado por la Secretaría de Estado de Acción Social de la provincia, en el 2003.
Gradín lo denominó “Manantial Ramos Mexía” y escribió lo siguiente, en 1999. “El paraje donde se halla ubicado este sitio arqueológico es bien conocido desde antigua data por los pobladores de la zona debido al poco común manantial que lo caracteriza, que provee 6.000 litros de agua por hora al pueblo y a los trenes del ferrocarril que pasan por la estación Ministro Ramos Mexía”.
“Conocido antes como Corral Chico o simplemente El Bajo el paraje se halla a unos 3.000 metros de distancia hacia el Noroeste del pueblo, al que está vinculado por una huella que cruza el arroyo nacido en la vertiente que se halla al pie de la barda y que alcanza, formando una pequeña laguna, hoy día seca, ubicada unos 3.000 metros más adelante hacia el Este. (En la actualidad el nuevo trazado de la ruta nacional 23, pavimentada, pasa al costado del bajo, nota del cronista) Sin duda esta vertiente debe estar allí, al pie de una formación basáltica, por lo menos desde el comienzo del Holoceno y es probable que haya tenido una mayor actividad en el pasado, que fue declinando a medida que aumentaba la aridez de la zona, tal como sucede en gran parte de la Patagonia”.
La descripción del especialista continuaba así. “El mencionado bajo tiene una diferencia de nivel de aproximadamente 20 metros con respecto a la planicie que lo rodea. Al centro del bajo o depresión se levanta un morro o testigo respetado por la erosión. Tanto en éste, como en el bajo y en el filo de las bardas, hallamos una serie de sitios arqueológicos, con parapetos o corralitos y, en algunos casos, material lítico y arte rupestre”.
Tras el riguroso detalle de las pinturas y restos de parapetos habitables (o tal vez sitios de acecho para la caza de guanacos) Gradín sostenía que “el sitio debió haber sido ocupado desde hace mucho tiempo, tal vez desde principios de la era, o más, por grupos de cazadores recolectores que aprovechaban la fauna (especialmente el guanaco) y la abundante flora local, gracias a la excepcional vertiente existente en el lugar”.
También observó una serie de pircados (montículos de piedras colocadas unas sobre otras) parcialmente removidos; y comentó al respecto que “la gente de la zona interpreta esos pircados como chenques (enterratorios) removidos, que al retirarles las piedras que los formaban habrían dibujado un círculo. Por mi parte pienso que se trata de parapetos, tal vez habitacionales, pues en ellos se encuentran pequeños fragmentos de hueso, posiblemente de guanaco, muchos desechos de talla y fragmentos de alfarería”.
Durante esta reciente visita al Bajo de Ramos Mexía este cronista contó con el acompañamiento de Juan Pablo Veggia, integrante de la familia Veggia que es responsable del emprendimiento “Tunquelén” (Lugar de Descanso). El joven, entusiasta y ágil guía, también suscribe la hipótesis de que esos pircados eran tumbas indígenas; y en un punto alto de la barda (desde donde la vista panorámica es maravillosa) su padre Marcelo y él mismo levantaron un mojón de piedras “como un homenaje y desagravio a los antiguos habitantes del Corral Chico”. Por encima de las interpretaciones arqueológicas el gesto es emotivo y muy valioso.
Con la misma actitud respetuosa Juan Pablo llevó a los visitantes hasta las pictografías ubicadas en el morro. La intensa luz del atardecer permitió observar formas geométricas que guardan secretos hoy imposibles de traducir. ¿Son sólo marcas de referencia, se trataba de contar alguna historia, servían para orientar a los visitantes? Interrogantes que no tienen respuesta. Lo lamentable es que no haya ninguna forma de protección y que, cada tanto, alguna mano anónima e irresponsable realice algún daño contra ese patrimonio cultural de enorme valor.
La campoterapia
El paisaje natural, las pinturas rupestres, los pircados, la abundancia de pájaros de diversas especies (entre ellas las grandes bandadas de jotes que usan las bardas y arboledas como dormitorio) son atractivos muy fuertes en el Corral Chico. Pero se agrega ahora la posibilidad de vivir una reconfortante experiencia, que es la “campoterapia”. ¿De qué se trata? Pues, sencillamente, de pasar un par de días, con pernocte incluido, en ese marco pleno de encanto agreste, donde el silencio sólo es alterado por el soplido del viento y el canto de las aves. En “Tunquelén” hay ahora cabañas, con capacidad para 2 a 4 personas; y se agrega también el servicio de desayuno, almuerzo, merienda y cena, con platos auténticamente caseros que elabora Carla, la esposa de Marcelo y mamá de Juan Pablo.
Historias de la estación
Ya se dijo que la llegada del tren significó, allá por 1910, un cambio absoluto para Corral Chico. La economía de la región recibió un espaldarazo, con la posibilidad de recibir y enviar cargamentos a través del ferrocarril, cuya empresa se convirtió en una de las principales fuentes de empleo en el incipiente pueblo. Cuando, ya hacia los años 30, los servicios de trenes de carga y pasajeros circulaban con regularidad, la estación de Ramos Mexía creció en importancia, pues era el punto de relevo de la dotación de maquinistas y de revisión de las formaciones. Se estima que unos 60 operarios estaban radicados en forma permanente, para quienes se contaba con un conjunto de viviendas individuales y colectivas, en las llamadas “colonias ferroviarias”.
El actual representante unipersonal del Tren Patagónico en Ramos Mexía es el “Brujito” González, locuaz y bien predispuesto a la charla con el periodista. En horas de la madrugada, mientras esperaba la llegada de la formación procedente de Viedma y con destino a Bariloche, González desenrrolló su historia personal (“hace 35 años que estoy en el ferrocarril, que ha sido siempre mi vida”) y recordó los tiempos de mayor esplendor del servicio (“pasaban hasta cinco trenes por día, para arriba y para abajo, teníamos a veces tres formaciones en la estación, ubicadas en las distintas vías”); al tiempo que ratificaba que “el tren puede ofrecer un servicio incomparable, tanto para pasajeros como para cargas, sólo hacen falta algunas mejoras y equipamiento”. “Me gustaría que las nuevas autoridades del Ferrocarril escucharan mis opiniones” confió también.
La tranquilidad de la noche fue propicia para que el Brujito explicara con lujo de detalles los antiguos sistemas de seguridad del ferrocarril, tales como aquella máquina que extendía el palo de control, o las líneas telefónicas internas; y mostrara también una prodigiosa colección de antiguos boletos de cartón impresos para viajar desde Ramos Mexía hacia cualquier punto de la línea.
El paso de Perón y Evita
En abril de 1950 el anden de la estación ferroviaria de Ramos Mexía fue el escenario del encuentro entre el presidente Juan Domingo Perón, su esposa Evita y la gente del pueblo. El episodio le fue contado al cronista, hace muchos años, por el querido maestro Juan Carlos Tassara, recordando que cuando el presidente y su compañera pasaron en viaje de ida (el destino era la ciudad andina, en donde Perón inspeccionaría los misteriosos trabajos del pseudo científico Richter) se le ocurrió escribirles para pedirles que el gobierno construyera una escuela confortable a cambio del rancho que usaban para dictar clases. ¡Lo que Tassara, su esposa Teresita Guidi y los alumnos no se podían imaginar es que los ilustres visitantes se interesarían por el pedido y dispondrían que el tren parara algunos minutos en este pequeño paraje sureño!. La historia de aquella jornada, con el testimonio del ex ferroviario Juan Wollweiler (que tenía 12 años por entonces), será narrada en una nota especial, dentro de algunos meses. Ramos Mexía guarda vestigios de un pasado muy rico, desde las pinturas rupestres del Bajo hasta la escuela primaria que mandó construir Perón. Es un pueblo cálido, donde vale detenerse.
domingo, 13 de noviembre de 2011
Una nueva etapa en el blog!!!
Este maravilloso atardecer de noviembre, al sur de Los Menucos, provincia de Ró Negro, me permite abrir una nueva etapa para este blog viajero, que tenía bastante abandonado desde tiempo atrás.
Estuvimos (Dalia y yo) visitando el establecimiento Tunquelén ("lugar de descanso en la lengua de los mapuches) ubicado en el Bajo de Ramos Mexía, en plena región sur de Río Negro, donde fuimos muy bien atendidos por Marcelo Veggia, su esposa Carla y uno de sus hijos, Juan Pablo.
La visita guiada a las pinturas rupestres tehuelches (unos 2.000 años de antiguedad, aproximada) es una de las interesantes alternativas que ofrece Tunquelén.
En la madrugada del sábado el jefe de estación de Ramos Mexía, el "Brujito" González nos brindó una conferencia acerca de los problemas del Tren Patagónico, sus experiencias de más de 35 años de servicio y propuestas para mejorar las prestaciones.
Estuvimos (Dalia y yo) visitando el establecimiento Tunquelén ("lugar de descanso en la lengua de los mapuches) ubicado en el Bajo de Ramos Mexía, en plena región sur de Río Negro, donde fuimos muy bien atendidos por Marcelo Veggia, su esposa Carla y uno de sus hijos, Juan Pablo.
La visita guiada a las pinturas rupestres tehuelches (unos 2.000 años de antiguedad, aproximada) es una de las interesantes alternativas que ofrece Tunquelén.
En la madrugada del sábado el jefe de estación de Ramos Mexía, el "Brujito" González nos brindó una conferencia acerca de los problemas del Tren Patagónico, sus experiencias de más de 35 años de servicio y propuestas para mejorar las prestaciones.
Otra estación ferroviaria, la de Sierra Colorada, muy próxima a cumplir cien años de antiguedad.
A 12 kilómetros de Los Menucos, cerca de la Meseta de Somuncurá, en el establecimiento Kufiú Ruca, esta laguna nos sorprende con su población de flamencos, cisnes, teros, patos y otro montón de aves.
¡ESTOS SON MATERIALES PARA PROXIMAS NOTAS!
viernes, 16 de septiembre de 2011
La voluntad y los resultados: el Encuentro Regional de Escritores de Dina Huapi
Fue un prodigio de voluntad. La dinámica comisión directiva de la Biblioteca Popular de Dina Huapi (el municipio más joven de Río Negro, en las puertas de San Carlos de Bariloche) se propuso el desafío de organizar un encuentro regional de escritores, a pesar de la ceniza y todas las incertidumbres propias del momento. La cita fue entre el 9 y el 11 de septiembre, un fin de semana frío y lluvioso que a nadie molestó.
La respuesta, otra demostración voluntariosa por supuesto, fue muy buena en calidad y cantidad de participantes. Bajo la armoniosa conducción de Mirta Santiago se armaron las diversas mesas previstas: “Literatura y paisaje”; “Paisajes entrañables”; “Poesía”; “Literatura Infanto Juvenil” y “Narrativa”. El desfile de posturas y visiones fue variado y ameno, con un rico despliegue de textos de diversos estilos. Las voces de los autores más experimentados y consagrados se unieron a las de aquellos que recién se atreven en los senderos de la creación literaria. Hubo intercambio y vivencia, humor y afecto.
El tema de la propuesta inicial (aquello de “Literatura y Paisaje) fue modulado en distintas frecuencias, con perspectivas y miradas complementarias. Alguien reflexionó que “lo que parecía una cuestión excesivamente elemental, sin perfiles demasiados exigentes, originó aportes profundos y originales, sorprendiendo a todos”.
La organización y la logística resultaron excelentes. Un grupo de los visitantes (entre quienes se encontraba este cronista) se alojó en las confortables cabañas “Raíces Patagónicas”. Los momentos posteriores a las cenas fueron muy divertidos, sobre todo en la segunda noche con la presentación del Grupo de Narradoras de la Biblioteca Sarmiento de Bariloche.
Las fotos que acompañan esta crónica sólo pretenden ilustrar algunos de los muchos gratos momentos vividos. La vida social de los escritores de la región se enriquece con realizaciones como el Encuentro Regional de Escritores de Dina Huapi. Nos hace bien conocernos y reconocernos.
Gracias a Mirta Santiago, Javier Bochatay, Fernando Posada, Heidi Bitterman, Mónica Luverá; Omar Martin, Alejando Gallo, Marcela Gallardo, y Graciela Quilodrán por el esfuerzo y los resultados, ellos fueron quienes pusieron su trabajo.
Gracias a Ernesto Maggiore, Elías Chucair, Luisa Peluffo, Hugo Covaro, Angel Uranga, Laura Calvo, Pepe Sánchez, Jorge Incola, Laura Savino, Yolanda Rubín, Silvina Andrade, Fernando González Carey, Graciela Cross, Susana Amuchástegui, Horacio Herman, Aurora Menéndez, Silvia García, Martha Perotto, Tato Affif, Juan Matamala, Norma Duss, Paul Pedersen, Graciela Sosa, Verónica Monteroy Alejandra Cappa, por abrir esas ventanas de libertad y aire fresco que son tan necesarias para seguir creyendo que escribir es importante, que vale la pena el compromiso con la palabra.
Las cavernas del viejo volcán, un lugar para inspirarse
Un sitio interesante para una excursión, en cercanías de Dina Huapi, son las Cavernas del Viejo Volcán, nombre que se le asignan a las cuevas existentes en el cerro Leones, camino a Nirihuau. Allí fuimos, en una escapada del sábado a la mañana, con Laura Savino, Pepe Sánchez, Juan Matamala, Fernando González Carey y Jorge Incola, muy bien acompañados por el guía local Sebastián Fricke.
Fue una pausa de historia y arqueología entre las letras. Lo misterios de las cavernas son estimulantes a la hora de escribir, por supuesto.
miércoles, 20 de julio de 2011
Misterios de la cultura mochica, hace más de 1.500 en el antiguo Perú
El pasado cultural del Perú ancestral no se limita, como se puede creer erróneamente, a la cultura del Tahuantinsuyu y sus jefes máximos: los incas, que se desarrollaron entre los siglos 15 y 16. Hay antecedentes mucho más remotos como los mochicas, que comprenden distintas etapas históricas entre los años 100 al 800, unos 1.500 años antes del presente. Llama la atención, cuando uno se pone a leer sobre los "mochas", ubicados geográficmente sobre la costa norte peruana, que recién hace poco más de 100 años (hacia 1909) comenzaron a conocerse sus restos arqueológicos y empezó el rescate de uno de sus mayores exponentes: la cerámica. En Lima se encuentra el museo Larco, donde se conservan unas 44 mil piezas, en excelente estado, con representaciones zooformes y antropoformes. Naturalmente llama la atención, despierta curiosidad y estimula el espíritu 'voyeur' del turista, la sala de arte erótico. Las fotos que tomé en ocasión de nuestra vista son una minima demostración expresiva de poses sexuales y grandes falos. No hay exacta coincidencia, entre los estudiosos, acerca de la real motivación de los artesanos que confeccionaron estas piezas. Algunos opinan que había un potenciado culto por lo erótico y por ello este tipo de representaciones; otros creen que se asocian los excesos eróticos con la muerte como una advertencia, y por eso muchas de las figuras muestran a mujeres apareadas con hombres muertos (reconocibles porque sus rostros son calaveras que muestran los dientes); pero también se supone que al representar hombres muertos en el coito (cuando ya no hay posbilidades de reproducción) se está proyectando el deseo de fertilidad del artista. Tal vez, por razones que hoy es imposible comprender, los mochicas tenían baja tasa de natalidad. También es curioso que muchas de estas cerámicas eróticas exhiben la práctica del sexo anal, que las culturas antiguas estimulaban, precisamente, como una forma de evitar el embarazo. Otra cuestión sin dilucidar: ¿estos objetos que son, mayoritariamente, vasijas y jarras, habrán sido usadas en la vida doméstica de los hogares mochicas? En fin: misterios de la cultura mochica. La recomendación: no dejar de visitar el Museo Larco, de Lima, Perú.
lunes, 18 de julio de 2011
Lima, una bella y perfumada ciudad
La Plaza de Armas, amplia y luminosa, acogedora y ruidosa como toda plaza central de una importante ciudad, nos da la bienvenida en el casco viejo de Lima.
La Catedral, imponente y lujosa en su interior revestido de oro. En sus bancos se habrán arrodillado, obedientes, los más conspicuos representantes de la alta burguesía limena (hoy un poquito preocupados por la cercanía de la presidencia Ollanta, de tono nacional y popular, amigo de Evo, de Chavez y de Cristina). Abajo: el panteón que guarda los restos de Francisco Pizarro, jefe de la expedición española que ordenó la muerte del último inca, Atahualpa, en 1634, y comandó el gigantesco despojo de piezas de oro y plata que fueron llevadas a España y fundidas, para que no quedara ningún vestigio de la cultura del Tahuantisuyu.
Abajo: la noche de Lima, luces y sombras, taxistas apurados y desubicados en el plano de la ciudad, pues se pierden en un viaje del casco viejo al sector residencial de Miraflores (equivalente a ir desde San Telmo a Palermo, en el mapa de Buenos Aires), callejuelas populosas y otras silenciosas, una sensación de abierta concurrencia.
Los balcones "de cajón" que son característicos en la Lima antigua. Desde ellos, en el siglo 19, las damas y damitas "bien" se asomaban -protegidas y discretas-para chusmear el andar de los viandantes y la soldadesca.
La burguesía limeña se asomaba desde lo alto y el pueblo pasaba por debajo. Algún cronista escribió que "las calles de Lima tienen dos pisos".
El bar Cordano, inaugurado en 1905, es el más antiguo de Lima, y está e funcionamiento por un acuerdo entre el gobierno (que compró el inmueble) y una sociedad formada por sus empleados. Dicen que por allí pasó César Vallejo, también Mario Vargas Llosa (que no es popular) y algunos presidentes, además de políticos prominentes. Es como el Tortoni para Buenos Aires, pero más modesto en su aspecto.
La Catedral, imponente y lujosa en su interior revestido de oro. En sus bancos se habrán arrodillado, obedientes, los más conspicuos representantes de la alta burguesía limena (hoy un poquito preocupados por la cercanía de la presidencia Ollanta, de tono nacional y popular, amigo de Evo, de Chavez y de Cristina). Abajo: el panteón que guarda los restos de Francisco Pizarro, jefe de la expedición española que ordenó la muerte del último inca, Atahualpa, en 1634, y comandó el gigantesco despojo de piezas de oro y plata que fueron llevadas a España y fundidas, para que no quedara ningún vestigio de la cultura del Tahuantisuyu.
Abajo: la noche de Lima, luces y sombras, taxistas apurados y desubicados en el plano de la ciudad, pues se pierden en un viaje del casco viejo al sector residencial de Miraflores (equivalente a ir desde San Telmo a Palermo, en el mapa de Buenos Aires), callejuelas populosas y otras silenciosas, una sensación de abierta concurrencia.
Los balcones "de cajón" que son característicos en la Lima antigua. Desde ellos, en el siglo 19, las damas y damitas "bien" se asomaban -protegidas y discretas-para chusmear el andar de los viandantes y la soldadesca.
La burguesía limeña se asomaba desde lo alto y el pueblo pasaba por debajo. Algún cronista escribió que "las calles de Lima tienen dos pisos".
El bar Cordano, inaugurado en 1905, es el más antiguo de Lima, y está e funcionamiento por un acuerdo entre el gobierno (que compró el inmueble) y una sociedad formada por sus empleados. Dicen que por allí pasó César Vallejo, también Mario Vargas Llosa (que no es popular) y algunos presidentes, además de políticos prominentes. Es como el Tortoni para Buenos Aires, pero más modesto en su aspecto.
domingo, 10 de julio de 2011
Machu Picchu y el falso "descubrimiento" que celebra su bicentenario
La ciudadela de Machu Picchu, en el corazón arqueológico del Perú, está de festejo. En este mes de julio se conmemora el centenario del “descubrimiento” por parte de un aventurero norteamericano, Hiram Bingham, que con supuestos fines científicos pero verdaderas intenciones especulativas llegó al sitio y se llevó, para la Universidad de Yale, 46.322 objetos varios, entre piezas de oro, plata y cerámica.
El programa de festejos lo patrocina el gobierno del Perú en alianza con los empresarios turísticos que logran generosas ganancias con los movimientos de los 3.000 visitantes diarios que recibe el emblemático lugar. Muy agradecidos están, por supuesto, los propietarios del Sanctuary Lodge Machu Picchu (Hospedaje del Santuario de Machu Picchu) que a través de una concesión otorgada por el saliente presidente Alan García tiene el monopolio de la explotación del único hotel y restaurante ubicados en la cima de la montaña, a escasos 300 metros de las ruinas.
El mencionado hotel tiene capacidad para unos 80 pasajeros, que abonan unos 200 dólares diarios de promedio; y el restaurante –a sólo 20 metros de las puertas de ingreso a la ciudadela- puede cobijar unos 300 comensales por turno, con servicio buffet (“tenedor libre” le decimos nosotros), a razón de 40 dólares por cabeza. Queda claro que Machu Picchu es un gran negocio; y que de las celebraciones sólo participan los extranjeros visitantes, porque el pasaje en tren hasta el poblado de Aguas Calientes, más el micro hasta la montaña y la entrada estatal al santuario insumen unos 100 dólares, que resultan inaccesibles para el peruano medio con unos 400 dólares de salario mensual.
Estos comentarios no pretenden empañar el derecho que tienen las autoridades del Perú de sacarle buen partido, a través de retenciones impositivas, a la enorme afluencia al Machu Picchu; ni se oculta que más allá del comentado monopolio de la ciudadela el turismo asegura trabajo a miles de personas en hoteles, restaurantes, puestos artesanales y medios de transporte en Cusco, Pisac, Aguas Calientes, Ollantaytambo y otras poblaciones.
Bingham, ese “Indiana Jones”
El asunto del “descubrimiento” encubre una falacia, aunque abrió el camino para que empezara a conocerse universalmente la maravilla arqueológica que se ofrece en las montañas, al borde del río Urumbamba, testimonio incuestionable de la capacidad del Tahuantinsuyu (que quiere decir, en quechua, “las cuatro regiones unidas entre si”).
El supuesto descubridor de Machu Picchu era un aventurero, con disfraz de científico. Se dice que su figura inspiró el personaje de ficción Indiana Jones, que tanto éxito logró en las boleterías de los cines. Llegó al Perú por 1906 tras los vestigios de fortalezas que, según los testimonios de cronistas europeos, albergaban gran cantidad de elementos de importante valor. Numerosos escritos confirman que la población de la región y el propietario de esas tierras, el hacendado Agustín Lizarraga, tenían conocimiento de la ubicación de esas construcciones, pero por respeto por los pobladores originarios y hasta quizás temor de alguna supuesta maldición, no se animaban a profanar el santuario casi totalmente cubierto de vegetación selvática.
Cumplida su exitosa misión Bingham se dedicó a otros menesteres, tales como fundar la escuela de aviación de su país, ser gobernador interino del estado de Connecticut y senador por el partido republicano. Nunca más se le conocieron inquietudes en el campo de la investigación arqueológica y volvió fugazmente a Machu Picchu en 1948, para cuando se inauguró con su nombre la serpenteante carretera que asciende a la montaña desde Aguas Calientes.
La enorme cantidad de piezas que el gobierno peruano de aquel tiempo permitió que se sacaran del país quedaron retenidas en Yale, hasta unas pocas semanas atrás cuando una parte de ella retornó a Cusco, para ser incorporadas al Museo Nacional de Arqueología.
La punta de un gigantesco iceberg
Con la ciudadela de Machu Picchu (“montaña vieja” en quechua) se confirma la teoría del iceberg, en cuanto aquello de que por cada parte que emerge sobre las aguas hay otras siete que están ocultas por debajo. La formidable fortificación, que habría sido lugar de residencia del rey inca y sus allegados más cercanos, llama la atención y sorprende por su espectacularidad y el lugar en donde fue levantada –en la cima de un risco entre dos montañas, en una zona muy lluviosa e inestable desde el punto de vista geológico- pero es una más en un conjunto asombroso de ruinas de enorme valor arqueológico e histórico. Cusco (palabra que se puede entender como “ombligo de la tierra” en la lengua natural) está rodeada por más de 50 enclaves singulares, donde los habitantes del estado andino desarrollaban actividades agrícolas y practicaban sus ritos, profundamente relacionados con la tierra y el sol.
Se estima que el conjunto de unas 200 construcciones de la ciudadela datan de alrededor del año 1440, y que estuvo habitada casi un siglo, hasta la llegada brutal de los españoles y los sucesos de Cajamarca, del 16 de noviembre de 1532, con la caída en cautiverio del inca Atahualpa y su posterior asesinato, por ahorcamiento, para mediados de julio de 1533.
Las sucesivas observaciones del sitio, fundamentalmente a partir de los años 50 de la centuria pasada, cuando los caminos facilitaron el acceso de comisiones científicas, permitieron establecer que el asentamiento está dividido en una zona agrícola, constituida por terrazas cultivadas delimitadas por muros de contención y la zona urbana, donde se desarrollaron las principales actividades religiosas y cotidianas. Las dos áreas están divididas por un muro de aproximadamente 400 metros de largo, paralelo a una acequia que sirve para el desagüe. El sistema de drenaje de las aguas, constituido por 129 canales, es todavía hoy admirado como único. Los edificios fueron construidos teniendo en cuenta fenómenos astronómicos como los equinoccios y están destinados a coincidir con algunas estrellas durante particulares días del año. Casi todas las construcciones tienen un perímetro rectangular y los muros están formados de granito que fue elaborado con hachas de bronce. En el sector alto, denominado Hanan, además de unidades residenciales, está el templo del Sol, utilizado para ceremonias relacionadas con el solsticio de junio; y algunos estudiosos lo consideran como un mausoleo donde se conservó la momia de Pachacutec. En el sector alto, hay un patio cuadrado circundado por construcciones maravillosas: dos templos principales y una casa sacerdotal.
En el sector bajo, llamado Urin, se encuentra un gran edificio caracterizado por una sola puerta de ingreso. De algunos estudios se deduce que se trata de la Acllahuasi o casa de las mujeres elegidas, que se dedicaban a la religión y a la artesanía.
En los cien años siguientes a su fundación, Machu Picchu prosperó. En los alrededores fueron fundados otros asentamientos como Patallacta y Quente Marca, que servían de base para las provisiones agrícolas de Machu Picchu. En los años siguientes a la muerte de Pachacutec, sin embargo, Machu Picchu perdió parte de su importancia, puesto que debió competir con las posesiones personales de otros jefes.
El llamado mundo incaico
El inca era el rey del Tahuantinsuyu, por extensión se habla comúnmente del mundo incaico y no faltaron quienes, con una visión europeizante, lo denominaron el “imperio inca”. Pero ese mundo andino “era demasiado original, distinto y diferente para ser comprendido por hombres venidos de ultramar, preocupados en enriquecerse, conseguir honores o evangelizar por la fuerza a los naturales. Un abismo debía formarse entre el pensamiento andino y el criterio español, abismo que hasta la fecha continúa separando a los miembros de una misma nación” según apunta la historiadora peruana María Rostworowski de Diez Canseco.
La autora, miembro de la Academia Nacional de Historia de su país, afirma también (en su libro “Historia del Tahuantinsuyu”) que la caída del estado inca ante los invasores encabezados por Francisco Pizarro fue producto de una combinación de factores. Había un estado de crisis interna, fundado en el descontento de algunos jefes regionales ante el poder centralizado en Cusco, y estos curacas (señores principales de sus pueblos) dejaron hacer a los españoles, confiando que al derrocar al inca ganarían espacio y poder propio. Se equivocaron y cuando pudieron descubrir el error ya era tarde. La dominación por la fuerza y el saqueo (los invasores se llevaron más de 140 carruajes repletos de plata y oro) fue seguida por la imposición del cristianismo, que llegó a erigir 37 templos religiosos dentro del contorno de la ciudad de Cusco y hasta levantó un techo sobre el templo incaico de Coricancha (“recinto de oro” en quechua) para tapar su influencia.
No pudieron con el pueblo
Los españoles asesinaron a Atahualpa y a no menos de un centenar de otros jefes, se robaron una fortuna que hoy es imposible de valuar, trataron de sepultar los ritos originarios y provocaron la desaparición del estado inca. Pero los valores culturales de ese Tahuantinsuyu que se expresan en la bandera multicolor de la diversidad étnica, que flamea por todo Cusco y alrededores, no pudieron ser exterminados. A pesar de la censura impuesta por la dictadura cívico militar de los años 80 la lengua quechua se escucha en todos los ámbitos populares y es permanentemente reivindicada por los más jóvenes, sobre todo entre artesanos y músicos que le dan color a las estrechas callejuelas cusqueñas. Cuando el turista vuelve de la excursión mayor, la del costoso y emotivo ingreso a Machu Picchu, ya rodeado de la gente común, en contacto con los vendedores ambulantes, camareros de los bares y taxistas, puede escuchar, una y mil veces, que “mataron a los incas pero no pudieron con su pueblo”. Esos peruanos, para quienes es imposible asistir al festejo por el centenario del “descubrimiento”, sienten que el magnífico escenario arqueológico les pertenece desde la memoria y el imaginario colectivo.
sábado, 5 de marzo de 2011
Conquistar los cielos, desde Pehuenia al Pacífico,pasando por el territorio de los volcanes
Un plácido y caluroso atardecer en el lago Moquehue, Villa Pehuenia (arriba) y el camino cubierto de escarchilla y granizo después de una violenta tormenta ¡de verano! en el paso de Pino Hachado (abajo), contrastes del paisaje y del clima en nuestra Patagonia.
La conquista de los cielos, ese espacio infinito en donde caben todos los sueños, es el inmemorial objetivo del hombre, en sus afanes terrenales y espirituales. Cuanto más cerca está uno del cielo parece que se siente mejor. En estas vacaciones del verano 2011 mi compañera Dalia y yo (este cronista escribidor) procuramos una vez más acercarnos a ese objetivo esencial. Y logramos estar en los cielos claros y esperanzados de Villa Pehuenia (Neuquén), cruzamos el territorio amenazante de los volcanes y quedamos sorprendidos en las brumas del cielo confuso del Pacífico, en Conun Traytray Có (hoy vergonzosamente llamado Puerto Saavedra). En el viaje de vuelta nos metimos adentro de una tormenta de granizo, nieve y escarchilla, en los cielos fronterizos de Pino Hachado y por algunos segundos, envueltos en el fragor ruidoso de la pedrea y sin ninguna visibilidad, entendimos que el cielo no siempre es plácido. Impresiones del camino, en una apretada bitácora que ofrece este blog en diversos capítulos ilustrados. ¡Gracias por visitarnos! Punto final para estas anotaciones...
La conquista de los cielos, ese espacio infinito en donde caben todos los sueños, es el inmemorial objetivo del hombre, en sus afanes terrenales y espirituales. Cuanto más cerca está uno del cielo parece que se siente mejor. En estas vacaciones del verano 2011 mi compañera Dalia y yo (este cronista escribidor) procuramos una vez más acercarnos a ese objetivo esencial. Y logramos estar en los cielos claros y esperanzados de Villa Pehuenia (Neuquén), cruzamos el territorio amenazante de los volcanes y quedamos sorprendidos en las brumas del cielo confuso del Pacífico, en Conun Traytray Có (hoy vergonzosamente llamado Puerto Saavedra). En el viaje de vuelta nos metimos adentro de una tormenta de granizo, nieve y escarchilla, en los cielos fronterizos de Pino Hachado y por algunos segundos, envueltos en el fragor ruidoso de la pedrea y sin ninguna visibilidad, entendimos que el cielo no siempre es plácido. Impresiones del camino, en una apretada bitácora que ofrece este blog en diversos capítulos ilustrados. ¡Gracias por visitarnos! Punto final para estas anotaciones...
Un curioso museo en Carahue, Chile
La simpática ciudad chilena de Carahue, 52 kilómetros de Temuco sobre la ribera del río Imperial, ofrece una sorpresa curiosa. En una de sus avenidas se exhibe lo que califican como “el museo de máquinas a vapor más grande del mundo”, al aire libre y naturalmente con acceso gratuito pero escasa información. No se trata de locomotoras a vapor de tipo ferroviario, no: son máquinas a vapor utilizadas desde los años 70 de siglo 19 hasta casi la mitad del siglo 20, en zonas rurales, para impulsar trilladoras, sierras para madera y cualquier otro tipo de maquinaria que demandaba mucha fuerza constante. Casi todas estas máquinas fueron fabricadas en Inglaterra y se usaron en la región sur de Chile. El mérito de la comuna de Carahue es haberlas reunido en un solo lugar y mantenerlas pintadas, para que los factores climáticos no las deterioren.
Es un museo sobre la capacidad ingeniosa del hombre para producir fuerza de trabajo; y por eso lamentablemente, según la opinión del cronista, faltan referencias, alguna ilustración en gigantografía tal vez, donde la presencia protagónica de los operarios sea valorizada. Esas formidables máquinas a vapor no funcionaron solas…
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