La Piedra Parada es una roca gigante, de 277 metros de alto por cien metros de base,
depositada en el medio de lo que fue una enorme boca volcánica de 25 kilómetros
de diámetro, durante un fantástico terremoto ocasionado por el desplazamiento
de 400 kilómetros cúbicos de lava encendida.
Después de esta hecatombe, ocurrida hace apenas sesenta
millones de años, y tras otra serie de sacudones sísmicos que
fueron modificando agresivamente la topografía hasta hace unos diez mil
años, o sea ayer por la tarde (como le gustaba decir a Rodolfo Casamiquela),
esa región del noroeste de la actual provincia del Chubut quedó convertida en
un bello escenario; muy recomendable tanto para relajadas caminatas entre
cañadones de hasta seis kilómetros de largo, como para intrépidas escaladas
verticales por paredones de piedra de 250 metros de altura.
El aire que se respira es puro y estimulante. Se siente la
energía que brota de la misteriosa y mágica Piedra Parada, anclada desde el
fondo de los tiempos junto al río Chubut, a 41 kilómetros de distancia de la
localidad que lleva por nombre Gualjaina, un vocablo melodioso de origen en la antigua lengua de los “gününa
kena” (tehuelches septentrionales).
Gualjaina puede querer decir “abra” o “cañadón”, pero también se asegura que significa “ojo de
agua”; lo que se justifica plenamente porque enfrente del paraje hay un boquete
entre los cerros y, además, todo el sitio está surcado por los ríos Lepa y
Gualjaina, que forman espesos mallines, y nutren frondosas arboledas de
mimbres, sauces y álamos.
Allí está la Hosteria Huancache, palabra de origen mapuche
de complicada etimología ( para algunos “gente brava” o “gente peligrosa”), que
es el nombre del conjunto montañoso que rodea el lugar.
Este sitio, amablemente atendido por sus propietarios Daniel
Fermani y Laura Galdámez, es recomendable como punto de descanso y partida de
excursiones al área protegida de Piedra Parada, que uno puede realizar con la
guía de Daniel (incluso él lleva turistas en un
motor home gigante, montado sobre un chasis de camión Mercedes Benz) y
también en forma independiente.
Los caminos de la zona son de tierra y ripio, y están muy
bien conservados por el organismo vial chubutense. No hay cuestas empinadas ni
curvas demasiado cerradas, se conduce con facilidad, con las precauciones
siempre convenientes en este tipo de terrenos: no exceder los 80 kilómetros por
hora, no frenar bruscamente, mantenerse siempre dentro de la huella y para
salir de ella hacerlo a baja velocidad, evitar adelantarse a otro vehículo en
medio de una nube de polvo, etc.
¿Qué es lo más apasionante de una visita a Gualjaina-Huancache-Piedra
Parada? Es, seguramente, la posibilidad
de encontrarse con un paisaje todavía casi virgen. Es cierto que los paredones
del Cañadón de la Buitrera están
perforados por miles de clavos de acero inoxidable que sirven de “vías” de
acceso a los escaladores que llegan de
todos los sitios del mundo (durante el último fin de semana de noviembre hubo
un encuentro infanto-juvenil de esa especialidad, con unos 400 participantes
argentinos), pero por ahora parece que no hay un impacto negativo en el eco
sistema.
El avistaje de águilas y jotes, de pilquines y lagartijas,
de chingolos y pechos colorados, se suma a la observación de una enorme
variedad de cactus, verbenas, retamas y calafates o michay.
La experiencia de adentrarse en el gran cañadón y sus
confluentes es propia de exploradores, aunque sólo hacen falta un calzado
cómodo y una módica provisión de agua,
pues el terreno es casi llano, sólo interrumpido por los canales que forman las
vertientes. En algunos tramos hay entre 100 y 150 metros de amplitud entre las
altas paredes rocosas, pero en otros el desfiladero se estrecha a no más de 15
metros.
El paisaje es árido, pero se adivina que cuando llueve los
cañadones se convierten en torbellinos torrentosos. Hay un eco pluvial entre
rocas y peñascos.
Llevar cámara fotográfica es indispensable, también ayudan
un par de prismáticos para poder distinguir formas curiosas en el roquedal. Pero la fuerte energía que surge de todo el
conjunto del área protegida no se puede
ver, aunque se perciba en el cuerpo.
Daniel Fermani, platense de nacimiento y patagónico
convencido por adopción, asegura que “muchos miles de años antes que este sitio
fuese descubierto por los escaladores del mundo ya los pueblos originarios de
la región confluían en esta zona, para realizar sus encuentros y realizar sus
ritos ancestrales”.
En los aleros se conservan pinturas rupestres que son testimonio
del paso de los tehuelches, primero, y los mapuches, después. Sólo un guía experimentado
y respetuoso del patrimonio, como Daniel, puede acercar a los visitantes a esos
lugares.
La Piedra Parada proyecta su generosa sombra y atrae las
miradas del viajero. Es mucho más que una roca gigante. Es un talismán
patagónico, que emana poderío. Un poder que viene de la historia.
El escritor Miguel Ángel Osorio, con esa calidad de palabras
que sólo tienen los poetas, viendo unas fotos de nuestra excursión, escribió
así: “ PURO. Surco en la cara de mesetas curtidas. Un hilo de siglos de agua
que la ama. Rastros de aquellos que son tierra hoy.”
Encontrar esos rastros, a los que se refiere Miguel, es como
desarrollar un acertijo geológico y arqueológico combinado. Una aventura sin riesgos, en la que hay que
internarse con el espíritu dispuesto a las sensaciones más diversas.
Por último: indicaciones acerca de cómo llegar a
Gualjaina-Huancache-Piedra Parada. El camino más cómodo (pero el más largo) es por
Bariloche-El Bolsón, saliendo de la ruta nacional 40 poco antes de llegar a
Esquel, para recorrer 30 kilómetros de pavimento y otros 32 de tierra, por la
ruta provincial (Chubut) nº 12. Una alternativa, mucho más corta yendo desde
Viedma-Carmen de Patagones, es transitar las rutas 3-23 hasta Ingeniero
Jacobacci y desde allí bajar al sur por las rutas 13 y 12, pasando por El
Moligüe (límite interprovincial Río Negro-Chubut), Sierras de Calcatreu y Paso
del Sapo. Por este lado se llega antes a la zona del volcán extinguido y la
Piedra Parada, a través de caminos de tierra en buen estado y paisajes muy
bellos en los últimos 90 kilómetros de un total de 270 por ripio. Es
conveniente consultar a los pobladores si se han producido lluvias copiosas.
La Piedra Parada es mucho más que una roca gigante y vale el
esfuerzo del viaje. Por allá se confirma nuestra identidad de Patagonia.