domingo, 28 de abril de 2013

Cuadernos de España: Giralda y Catedral de Sevilla, monumentos de la fe

Los cuatro puntos cardinales de Sevilla son dominados por la Giralda, la torre que mandó levantar el califa Apu Yaqub Yusuf como demostración de poderío sobre el adversario y obediencia a Alá, al mismo tiempo. Hace diez siglos que está allí, testigo de todos los vientos; aquellos que su veleta superior (el “giraldino” que le da nombre) marca con acierto y perseverancia propia de los árabes en sus grandes emprendimientos. Se puede treparla a través de las rampas que, según la tradición popular, se construyeron en lugar de escaleras para que se las pudiera subir con caballos en caso de guerra y también para el transporte de las cargas de grano que se guardaban en su interior. Mientras uno va escalando se convence más y más de la relatividad del tamaño de todas las cosas. Los hombres que circulan por los alrededores de la Giralda, de la Catedral y los otros monumentos históricos del centro sevillano, parecen muñequitos insignificantes sobre los cuales se pede ejercer la suma del mando. Cualquier orden impartida desde lo alto de la Giralda habrá de ser obedecida, porque la manda el califa.



















Pasan los tiempos y el poder se corrompe, se desgrana y se pierde, ante la imposición del vencedor. A la alta torre –máximo orgullo escenográfico del mundo europeo hasta mediados del siglo 17- no la habrán de derribar; pero los castellanos católicos le agregan un piso más y el campanario. La campana principal, que mandaron colocar después del siglo XV, es enorme allí de cerca; y sin embargo apenas impresiona al pie de la torre, 104 metros abajo sobre la superficie de la plaza. La mezquita árabe fue destruida y en su lugar se levantó la catedral gótica de Santa María de la Sede.

Sus gárgolas siendo metiendo miedo, setecientos años después. El ícono máximo de la conquista española de ultramar, que sin embargo era italiano, está sepultado en un lujoso sarcófago en uno de los laterales de la nave central. Durante muchos años se mantuvo la polémica acerca de la autenticidad de los restos de Cristóbal Colón (habida cuenta de los sucesivos traslados de Sevilla a Santo Domingo, de Santo Domingo a La Habana y finalmente de vuelta a Sevilla) hasta que en el 2003 una prueba de ADN con material genético del cuerpo de su hermano despejó toda duda: allí yace para la eternidad el famoso navegante que buscaba las Indias y nos bautizó de indios.

Todo el conjunto monumental de la Giralda y la Catedral conmueve los sentimientos del Cronista Patagónico, que apunta en su libreta: “el gigantismo de lo gótico es una prueba de fidelidad ante Dios; la fortaleza inexpugnable de la torre confirma la disciplina del árabe ante su religión. Dos colosos asociados para elevar al hombre sobre sus miserias”.












 
Un mar de gentes circula por los alrededores, ingresa, se mueve y sube. Se calcula que casi un millón y medio de personas visitan estos monumentos cada año, aportando generosas recaudaciones  (la entrada general cuesta 8 euros) para el mantenimiento y restauraciones permanentes, incluyendo la legión de trabajadores que se desempeñan en el lugar. El poder de la fe sigue siendo rentable, a pesar de todas las crisis.

Cuadernos de España: Pequeña guía para perderse en Sevilla

Todas las bellas ciudades invitan a perderse entre sus calles y callejuelas. Sevilla es bella y la invitación es irresistible. La Catedral y su torre de La Giralda, son monumentos magníficos que es imprescindible visitar (por varios motivos y entre otros porque en la Catedral se encuentra la tumba de Cristóbal Colón y uno no puede dejar de rendirle homenaje al ilustre navegante) pero, sin embargo y sin quitarle importancia por toda su significación, hay en las calles anónimas un aire de historia y música, de poesía y milagros, que las torna encantadoras todas las horas del día. Por eso mismo, perderse en Sevilla es también una buena forma de encontrarse con las formas y las texturas más delicadas y bien perfumadas por los azahares de cientos de naranjos. Para lograrlo, para llegar al exacto cometido de esta proposición, sólo basta con largarse a caminar con los ojos bien abiertos, plenos de curiosidad por intentar descubrir el misterio que aguarda a la vuelta de la esquina o al final del callejón. Perderse en Sevilla es como ir abriendo puertas en un castillo lleno de ilusiones fantásticas.














Perderse en Sevilla es una buena excusa, además, para hacer una pausa en un bar, tomarse una caña (medida de cerveza) bien helada y unas tapitas reconfortantes para el ánimo y el corazón.

jueves, 25 de abril de 2013

Cuadernos de España: andanzas del cronista por Jaén

El Cronista Patagónico llegó a la “muy noble y famosa, y muy leal ciudad de Jaén, guarda y defendimiento de los reinos de Castilla” (tal como aparece en la leyenda de su escudo) tras las huellas de don Francisco de Viedma y Narváez, fundador de esta comarca del río y del mar, nacido en aquellas latitudes andaluces por el año 1737.


La ruta desde Granada discurre entre suaves y prolijas serranías, donde el monocultivo de la oliva ofrece su repetida escenografía.

Miles de aceitunos están simétricamente alineado como infinitos puntos suspensivos de un relato de aceites y carozos que trepa por la sierras de Jaén, saludando al sol. Un relato de trabajo, donde estos andaluces de buena pasta, pasan sus días. Los olivos suben y bajan, llevados por las ondulaciones del paisaje, perdiéndose a veces entre las nubes bajas; como manchones sobre líneas perfectamente trazadas hacia el infinito. El mar de la aceituna se muestra quieto y sólido, seguro y potente. Los aceituneros (a quienes les cantó Miguel Hernández allá por 1937, mientras vivía en Jaén como responsable de la publicación republicana ‘Frente Sur’) son los protagonistas de la gesta anual de la cosecha, que reúne una formidable masa de 600.000 brazos en acción (o sea 300 mil trabajadores campesinos).

Mientras contempla el paisaje de las olivas el Cronista Patagónico piensa que puede compartir con las serranías andaluzas el mismo amor por las mesetas y los cerros patagónicos, porque sus ojos se adaptan y el corazón se predispone, generoso.

Nada visible queda, acerca de Viedma y Narváez en su tierra natal. El apellido original, con “be” larga, está plasmado en una calle que rinde homenaje a una escritora de principios del siglo 20, doña Patrocinio de Biedma y la Moneda. Pero no hay ningún vestigio concreto. Cuando el Cronista Patagónico le contó a algunos jiennenses que llegaba desde el extremo sur con el objeto de rendir homenaje al ilustre fundador de Carmen de Patagones y Viedma apenas recibió como respuesta comentarios como “mire usté…” o “vaya! irse tan lejos…”

De todas formas el CP pudo imaginarse que por alguna de aquellas callejuelas anduvo el hidalgo andaluz en sus menesteres. Quizás se reclinó ante el altar de la Virgen de la María Magdalena, sobre la calle de Santo Domingo, en el mismo barrio por donde surge y se concreta la leyenda “del lagarto de Jaén” (ver después, en un recuadro). Tal vez allí imploró la protección divina cuando el rey Carlos III le impuso la orden de navegar tantas leguas marinas hacia las costas patagónicas. ¿Alguna perla lacrimosa habrá quedado como testimonio perecedero? ¿Las paredes de ese templo, el más antiguo de Jaén, habrán sido testigos silenciosas de la plegaria del futuro fundador de poblaciones ultramarinas que le siguen rindiendo homenaje? Tan solo preguntas, tan solo…

Jaén aspira amabilidades provincianas y exhala historia de antiguo aliento. El vocablo árabe de “Yayyán” es la matriz del nombre que se impone en el uso a partir de 1246, cuando la dominación musulmana cae ante la conquista cristiana encabezada por el rey castellano Fernando III. Los baños árabes, construidos entre los sigos X y XI (hace nade menos que mil años) y restaurados de manera impecable en los subsuelos del palacio de Villardompardo hacia 1984, son valioso testimonio de la presencia arábica y una de las principales atracciones para el turismo histórico-cultural. También es imprescindible la visita al castillo de Santa Catalina, levantado en la majestuosa altura de una colina a partir de 1246, sobre la base de una alcazaba musulmana. Desde allí se observa el paisaje de los olivares y el corazón levanta vuelo.

Melchor Mesa, el pintor callejero, es uno de los máximos exponentes de la bohemia artística del Jaén contemporáneo. El Cronista Patagónico lo encontró en el Café Bar Nueva Delhi, de Francisco García Marín, en la calle Cerón. Estaba dándole las pinceladas finales a una de sus pinturas tituladas ‘Jaén puerto de mar’ (que constituyen una serie con cierta repetición y éxito asegurado, según confiesa el propio artista) y explicó que “es una visión imaginaria de la ciudad como si estuviese al borde del mar, y a la gente le gusta mucho y por eso ya llevo vendidos unos cuántos de este tipo”.

En la charla con Melchor y Paco el CP se entera que la canción con letra de Miguel Hernández ha sido adoptada, hace un par de años, como el himno de Jaén, por resolución de la Diputación que en este 2013 está cumpliendo dos siglos de existencia.

Vale ocuparse de esa letra, vibrante….

ANDALUCES DE JAEN, poema de Miguel Hernández, musicalizado por Paco Ibáñez.

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma, quién,

quién levantó los olivos,

andaluces de Jaén.

No los levantó la nada,

ni el dinero ni el señor,

sino la tierra callada,

el trabajo y el sudor

unidos al agua pura

y a los planetas unidos.

Los tres dieron la hermosura

de sus troncos retorcidos.

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma, quién,

quién levantó los olivos,

andaluces de Jaén.

Cuantos siglos de aceituna,

los pies y las manos presos,

sol a sol y luna a luna,

pesan sobre vuestros huesos.



Jaén, levántate brava

sobre tus piedras lunares.

No vayas a ser esclava

con todos tus olivares.

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

pregunta mi alma, de quién,

de quién son estos olivos,

andaluces de Jaén.

Cuantos siglos de aceituna,

los pies y las manos presos,

sol a sol y luna a luna,

pesan sobre vuestros huesos.

Jaén, levántate brava

sobre tus piedras lunares.

No vayas a ser esclava

con todos tus olivares.

Andaluces de Jaén.

Cuantos siglos de aceituna,

los pies y las manos presos,

sol a sol y luna a luna,

pesan sobre vuestros huesos.

Jaén, levántate brava

sobre tus piedras lunares.

No vayas a ser esclava

con todos tus olivares.

Andaluces de Jaén.



El Cronista Patagónico se deja perder por las callejuelas del barrio de La Magdalena, donde hacia 1600 y tantos apareció un lagarto gigante que se engullía a la gente y a los animales de pastoreo cuando bajaban a la vertiente para saciar su sed. Ante la desesperación de los vecinos las autoridades pidieron la ayuda de algún voluntario que se atreviese a enfrentar a la fiera y la matara. Un preso se ofreció, poniendo la amnistía de sus crímenes como recompensa para la hazaña. Pidió un caballo, una bolsa de pan y otra con pólvora. Se acercó a la cueva del lagarto (donde vacíala vertiente) y provocó al animal, para que lo fuera siguiendo: mientras escapaba a caballo iba dejando un reguero de migas de pan que el reptil gigante se tragaba, hasta que al llegar a la plaza de San Ildefonso le arrojó la bolsa con pólvora, que el enorme lagarto engulló sin dudar… reventando al momento.

Una estatua recuerda al lagarto, y el sol calienta las veredas, mientras un grupo de jiennenses apura sus cañas de cerveza con el acompañamiento de unas tapitas, en el preámbulo del almuerzo familiar del sábado. Algún valiente habrá por allí, dispuesto a enfrentar a los modernos lagartos que aplican las recetas del Fondo Monetario Internacional. Un grafiti convoca a los jóvenes a la resistencia. ”Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares…”

 Jaén hoy, agua y sol.
Catedral de Jaén


 La Magdalena



 Arriba: baños árabes; abajo castillo de Santa Catalina



 Jóven andaluz: no emigres ¡quédate y lucha!
 El lagarto de Jaén

 Melchor Mesa y su "Jaén con puerto de mar"