El Cronista Patagónico llegó a la “muy noble y famosa, y muy leal ciudad de Jaén, guarda y defendimiento de los reinos de Castilla” (tal como aparece en la leyenda de su escudo) tras las huellas de don Francisco de Viedma y Narváez, fundador de esta comarca del río y del mar, nacido en aquellas latitudes andaluces por el año 1737.
La ruta desde Granada discurre entre suaves y prolijas serranías, donde el monocultivo de la oliva ofrece su repetida escenografía.
Miles de aceitunos están simétricamente alineado como infinitos puntos suspensivos de un relato de aceites y carozos que trepa por la sierras de Jaén, saludando al sol. Un relato de trabajo, donde estos andaluces de buena pasta, pasan sus días. Los olivos suben y bajan, llevados por las ondulaciones del paisaje, perdiéndose a veces entre las nubes bajas; como manchones sobre líneas perfectamente trazadas hacia el infinito. El mar de la aceituna se muestra quieto y sólido, seguro y potente. Los aceituneros (a quienes les cantó Miguel Hernández allá por 1937, mientras vivía en Jaén como responsable de la publicación republicana ‘Frente Sur’) son los protagonistas de la gesta anual de la cosecha, que reúne una formidable masa de 600.000 brazos en acción (o sea 300 mil trabajadores campesinos).
Mientras contempla el paisaje de las olivas el Cronista Patagónico piensa que puede compartir con las serranías andaluzas el mismo amor por las mesetas y los cerros patagónicos, porque sus ojos se adaptan y el corazón se predispone, generoso.
Nada visible queda, acerca de Viedma y Narváez en su tierra natal. El apellido original, con “be” larga, está plasmado en una calle que rinde homenaje a una escritora de principios del siglo 20, doña Patrocinio de Biedma y la Moneda. Pero no hay ningún vestigio concreto. Cuando el Cronista Patagónico le contó a algunos jiennenses que llegaba desde el extremo sur con el objeto de rendir homenaje al ilustre fundador de Carmen de Patagones y Viedma apenas recibió como respuesta comentarios como “mire usté…” o “vaya! irse tan lejos…”
De todas formas el CP pudo imaginarse que por alguna de aquellas callejuelas anduvo el hidalgo andaluz en sus menesteres. Quizás se reclinó ante el altar de la Virgen de la María Magdalena, sobre la calle de Santo Domingo, en el mismo barrio por donde surge y se concreta la leyenda “del lagarto de Jaén” (ver después, en un recuadro). Tal vez allí imploró la protección divina cuando el rey Carlos III le impuso la orden de navegar tantas leguas marinas hacia las costas patagónicas. ¿Alguna perla lacrimosa habrá quedado como testimonio perecedero? ¿Las paredes de ese templo, el más antiguo de Jaén, habrán sido testigos silenciosas de la plegaria del futuro fundador de poblaciones ultramarinas que le siguen rindiendo homenaje? Tan solo preguntas, tan solo…
Jaén aspira amabilidades provincianas y exhala historia de antiguo aliento. El vocablo árabe de “Yayyán” es la matriz del nombre que se impone en el uso a partir de 1246, cuando la dominación musulmana cae ante la conquista cristiana encabezada por el rey castellano Fernando III. Los baños árabes, construidos entre los sigos X y XI (hace nade menos que mil años) y restaurados de manera impecable en los subsuelos del palacio de Villardompardo hacia 1984, son valioso testimonio de la presencia arábica y una de las principales atracciones para el turismo histórico-cultural. También es imprescindible la visita al castillo de Santa Catalina, levantado en la majestuosa altura de una colina a partir de 1246, sobre la base de una alcazaba musulmana. Desde allí se observa el paisaje de los olivares y el corazón levanta vuelo.
Melchor Mesa, el pintor callejero, es uno de los máximos exponentes de la bohemia artística del Jaén contemporáneo. El Cronista Patagónico lo encontró en el Café Bar Nueva Delhi, de Francisco García Marín, en la calle Cerón. Estaba dándole las pinceladas finales a una de sus pinturas tituladas ‘Jaén puerto de mar’ (que constituyen una serie con cierta repetición y éxito asegurado, según confiesa el propio artista) y explicó que “es una visión imaginaria de la ciudad como si estuviese al borde del mar, y a la gente le gusta mucho y por eso ya llevo vendidos unos cuántos de este tipo”.
En la charla con Melchor y Paco el CP se entera que la canción con letra de Miguel Hernández ha sido adoptada, hace un par de años, como el himno de Jaén, por resolución de la Diputación que en este 2013 está cumpliendo dos siglos de existencia.
Vale ocuparse de esa letra, vibrante….
ANDALUCES DE JAEN, poema de Miguel Hernández, musicalizado por Paco Ibáñez.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma, quién,
quién levantó los olivos,
andaluces de Jaén.
No los levantó la nada,
ni el dinero ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor
unidos al agua pura
y a los planetas unidos.
Los tres dieron la hermosura
de sus troncos retorcidos.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma, quién,
quién levantó los olivos,
andaluces de Jaén.
Cuantos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos.
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares.
No vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma, de quién,
de quién son estos olivos,
andaluces de Jaén.
Cuantos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos.
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares.
No vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Andaluces de Jaén.
Cuantos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos.
Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares.
No vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Andaluces de Jaén.
El Cronista Patagónico se deja perder por las callejuelas del barrio de La Magdalena, donde hacia 1600 y tantos apareció un lagarto gigante que se engullía a la gente y a los animales de pastoreo cuando bajaban a la vertiente para saciar su sed. Ante la desesperación de los vecinos las autoridades pidieron la ayuda de algún voluntario que se atreviese a enfrentar a la fiera y la matara. Un preso se ofreció, poniendo la amnistía de sus crímenes como recompensa para la hazaña. Pidió un caballo, una bolsa de pan y otra con pólvora. Se acercó a la cueva del lagarto (donde vacíala vertiente) y provocó al animal, para que lo fuera siguiendo: mientras escapaba a caballo iba dejando un reguero de migas de pan que el reptil gigante se tragaba, hasta que al llegar a la plaza de San Ildefonso le arrojó la bolsa con pólvora, que el enorme lagarto engulló sin dudar… reventando al momento.
Una estatua recuerda al lagarto, y el sol calienta las veredas, mientras un grupo de jiennenses apura sus cañas de cerveza con el acompañamiento de unas tapitas, en el preámbulo del almuerzo familiar del sábado. Algún valiente habrá por allí, dispuesto a enfrentar a los modernos lagartos que aplican las recetas del Fondo Monetario Internacional. Un grafiti convoca a los jóvenes a la resistencia. ”Jaén, levántate brava sobre tus piedras lunares…”
Jaén hoy, agua y sol.
Catedral de Jaén
La Magdalena
Arriba: baños árabes; abajo castillo de Santa Catalina
Jóven andaluz: no emigres ¡quédate y lucha!
El lagarto de Jaén
Melchor Mesa y su "Jaén con puerto de mar"