martes, 6 de diciembre de 2011

Sierra Colorada y sus 100 años de fecunda historia


En estos días cumple cien años la localidad rionegrina de Sierra Colorada, sobre la ruta nacional 23 a 410 kilómetros de Viedma. La historia de este pueblo de pioneros está ligada al ferrocarril del Atlántico a los Andes, aquella línea del Estado que empezó a tenderse desde San Antonio Oeste en marzo de 1910 y llegó a ese punto, precisamente, en los primeros días de diciembre de 1911.


Sierra Colorada está ahora conectada con el este de la provincia y todo el país a través del pavimento, pero el servicio semanal del Tren Patagónico sigue siendo esencial para sus comunicaciones. Cuenta con dos emisoras radiales, la Provincial en Amplitud Modulada que se planificó durante la gestión del gobernador Osvaldo Alvarez Guerrero como un medio de difusión de alcance regional; y una de Frecuencia Modulada, la FM Scorpio, que es un emprendimiento privado en manos de Diego Palma, un radiodifusor joven y entusiasta. También hay ahora en Sierra Colorada un canal de televisión abierta y comunitaria, el TV6 que maneja el grupo familiar de los Luengo, inaugurado hace apenas dos meses. La localidad fue visitada, a mediados de septiembre, por Alicia Kirchner, titular del ministerio de Desarrollo Social de la Nación, con motivo de la inauguración del moderno Centro Integrador Comunitario, donde funcionará un complejo servicio de oftalmología. La gestión del intendente Alejandro Marinao (PJ) culmina con ese y otros logros importantes, para ocupar una banca en la Legislatura; en tanto le deja el mando municipal a Fabián Pilquinao, también peronista, con una serie de proyectos de positivas expectativas para los 4.000 habitantes del pueblo.

Un rico pasado
Pero este favorable presente de Sierra Colorada está abonado con un rico pasado sobre el cual ha investigado con pasión y voluntad el cronista Nicodemo “Nilo” Curiqueo, policía retirado, artesano y músico, que está hace unos cuantos años radicado en Cipolletti, pero asegura (y es creíble, por cierto) que “nunca olvido a mi pueblo, y por eso me he propuesto recuperar su historia, en base a los relatos de la gente en una serie de libros”.
De uno de los trabajos de Nilo Curiqueo se tomaron los párrafos que siguen, con las voces de algunos vecinos de Sierra Colorada recordando personas y episodios.
Juanillo, Juan y Pablo
Fueron contemporáneos, claro que de edades diferentes. Uno español, los otros dos bien criollos, los tres fueron hombres de trabajo fecundo, los tres formaron familias de bien en Sierra Colorada.
Juan Gazquez, “Juanillo”, había nacido en un pueblo de Almería, España y llegó a Sierra Colorada en 1913, apenas dos años después de la inauguración de la estación, para trabajar como caballerizo del ferrocarril en aquellos tiempos en que la zorra era tirada por caballos. María Manuela Gazquez, estimada vecina del pueblo, lo recordaba así. “… después que terminaron los trabajos del ferrocarril nuestro padre se afincó en este lugar; su capital consistía en un carro y unos burros y mulas, los cuales tenían nombres y obedecían a los mismos. Eran ‘el alazán o rubio’, ‘el pico blanco’, ‘la morocha’, ‘la niña’, ‘la rosita’; este carro servía para abastecer de sal a Ramos Mexía, Los Menucos y Sierra Colorada. Don Alfonso Lauriente, dueño de la salina que está en Talcahuala, le permitía que juntara y comercializara este producto sin cobrarle nada; cuando murió don Alfonso su hijo Carlitos Lauriente le permitió seguir con ese trabajo. También el carro le servía para abastecer de leña a la panadería de don Cancio Moriones y a otros que quisieran comprar leña. Además tenía tres quintas grandes, una en nuestro propio terreno, otra en lo de Martín Alberdi y una tercera en lo de Cancio Moriones. Le gustaba trabajar la tierra, estar en contacto con la naturaleza, plantar árboles; yo le ayudaba con el riego (…) era hermoso ver crecer las plantas, cuidarlas y saber que llevabas verduras fresquitas a la mesa y era el fruto de tu trabajo. No recuerdo que papá comercializara el producto de las quintas, más bien era para el consumo propio y para las familias que generosamente le daban la tierra alambrada y con facilidades de riego”.
Juan Llanque nació en el paraje Pillahuincó, cerca de La Esperanza, en 1913 y llegó a Sierra Colorada por el año 1930. Se lo contó personalmente a Nilo Curiqueo. “…entré a trabajar en la tropa de carros de Pedro Fernández, que hacía el recorrido de paraje Chasicó a General Roca, entrando como maruchito. Se llamaba así al encargado de arrear las mulas y donde paraban los carros había que cuidarlas para no se vayan y acercarlas a los carros que iban a partir. (…) La vida era muy sacrificada, se andaba muy lejos de la familia, no había medios para comunicarse, si hacía frío, lluvia o mucho calor había que seguir viaje. Marchábamos más o menos 8 leguas diarias, cada 3 ó 4 leguas había lugares que le llamaban ‘el dobladero’, era como una especie de parador; los carros iban cargados con 3.000 kilos de lienzos de lana de ovejas mas o menos; se llevaba en agua en barriles, y comestibles; en tiempos de lluvia nos refugiábamos debajo de los carros y en tiempo de mucho calor solíamos viajar de noche y cuando había luna (…) Para bajar las bardas de Paso Córdoba atrás de los carros se ponía una rastra grande y sobre ellas unas cuantas bolsas de arena; además le ataban tres mulas atrás para bajar más despacio. No cualquiera bajaba Paso Córdoba guiando las mulas. Algunos pagaban a otro para que los reemplazaran, porque en ese lugar habían muerto varias personas al desbarrancarse algún carro y cuando se tenía que subir de regreso le ataban 12 mulas, porque venían muy cargados de mercadería”.
Pablo “Pachi” Llanque nació en Fitaruin en 1907 y se instaló en Sierra Colorada hacia los años 30, este testimonio lo recogió Curiqueo de su nieta Sonia Mabel. “Fue trabajador rural, chofer de comerciantes destacados de la zona, lo recomendaban por su honestidad y confianza. En este devenir con unos y otros patrones sólo le quedaron recuerdos, nunca llegó a tener una digna jubilación. Entendía mucho de mecánica, cuando llegó la luz eléctrica al pueblo fue empleado de la usina, donde funcionaban los motores. Muchos años salió con las máquinas de esquilar para atender sus motores y el funcionamiento en general. (…) Pasaba gran parte del tiempo en su galponcito, donde siempre recibía a sus amigos (…) realizaba arreglos de fuentones, baldes, faroles, sillas, armaba juegos didácticos y se los presentaba a sus amigos para que los develaran”.
Tres historias de pioneros con distintas características y un común denominador: el esfuerzo cotidiano por la sobrevivencia y para sostener sus familias, muchas veces en medio de duras adversidades climáticas. Relatos que conmueven, con sencillas y cálidas descripciones.

La estación
La prolija recopilación escrita por Nilo Curiqueo tiene un capítulo dedicado especialmente a la estación del ferrocarril. Puntualiza que entre 1911 y 1915 el primer jefe ferroviario de Sierra Colorada fue un hombre de apellido Quijano. Luego llegó Angel Otarola, y en 1929 se designa a don Virgilio Rebay, quien actualmente vive en Viedma. Menciona también a los peones de cuadrilla, popularmente llamados ‘catangos’, así como a los cambistas. “Seguramente en esas sierras que circundan al pueblo habrá quedado grabado el último silbato de este querido tren patagónico” apunta el historiador, para preguntarse después: “¿qué habrá pasado por la mente de cada ferroviario y de los habitantes de aquí cuando no vieron pasar más esa mole de hierro?”.

La reseña
La historia de Sierra Colorada registra como primer antecedente, por 1907, la llegada de un ganadero árabe, Salomón Gandul, que se instala con ovejas y chivas. Más tarde llegan los primeros comerciantes, Cristian Matzen, Augusto Matzen, Federico Dominik y Carlos Cook; Martín Alberdi también con ganado y muchos otros que conforman las primeras familias pobladoras mientras se acercan las vías de la Línea del Estado. Hay una serie de datos muy interesantes (también tomados del trabajo de Nilo Curiqueo) como que el primer nacimiento en Sierra Colorada fue el de la niña llamada Emilia Uriz, en 1914. En 1920 el crecimiento comercial y productivo del pueblo interesa a la empresa Sociedad Anónima, Importadora y Exportadora de la Patagonia que compra el establecimiento de acopio de lanas de Matzen. En 1925 se instala la primera comisaría y en 1939 se inaugura el edificio actual, con la visita del gobernador del Territorio Nacional de Río Negro, Adalberto Pagano. En ese mismo año se conforma la primera comisión de fomento que preside Martín Alberdi. En 1941 llega el primer médico, Abraham Nuelsen Feintuch, cuyo nombre lleva el hospital. En 1950 se inaugura el servicio de luz eléctrica, a cargo de una cooperativa. En 1953 llega a Sierra Colorada el sacerdote franciscano Teófano Stablum, se instala y es designado párroco, levanta con sus propias manos la capilla del pueblo y las de otras localidades de la línea sur que recorrió intensamente durante los siguientes 40 años. En 1954 se inauguran los edificios de la escuela primaria 26 y de la municipalidad. En 1962 se crea el Aero Club y en 1964 se adquiere un avión Pipper que permitía vuelos sanitarios y de emergencia. En 1965 se funda la Biblioteca Popular de Sierra Colorada. Y la historia continúa, hasta nuestros días, con creciente vitalidad, aún a pesar de las dificultades que genera el clima hostil.
Sierra Colorada padeció, en las décadas de los años 70, 80 y 90, una fuerte corriente de despoblamiento, como también ocurrió en otros pueblos sureños. La falta de oportunidades laborales y educativas en los niveles secundarios y terciarios fue el factor condicionante para que muchas familias y también a veces jóvenes en soledad emigraran hacia centros urbanos más importantes. Ese destino puede torcerse con la generación de nuevas alternativas. Lo importante es que los nativos de Sierra Colorada no pierdan el afecto por su pueblo, ese pueblo que cumple 100 años de fecunda historia patagónica.