miércoles, 20 de julio de 2011

Misterios de la cultura mochica, hace más de 1.500 en el antiguo Perú







El pasado cultural del Perú ancestral no se limita, como se puede creer erróneamente, a la cultura del Tahuantinsuyu y sus jefes máximos: los incas, que se desarrollaron entre los siglos 15 y 16. Hay antecedentes mucho más remotos como los mochicas, que comprenden distintas etapas históricas entre los años 100 al 800, unos 1.500 años antes del presente. Llama la atención, cuando uno se pone a leer sobre los "mochas", ubicados geográficmente sobre la costa norte peruana, que recién hace poco más de 100 años (hacia 1909) comenzaron a conocerse sus restos arqueológicos y empezó el rescate de uno de sus mayores exponentes: la cerámica. En Lima se encuentra el museo Larco, donde se conservan unas 44 mil piezas, en excelente estado, con representaciones zooformes y antropoformes. Naturalmente llama la atención, despierta curiosidad y estimula el espíritu 'voyeur' del turista, la sala de arte erótico. Las fotos que tomé en ocasión de nuestra vista son una minima demostración expresiva de poses sexuales y grandes falos. No hay exacta coincidencia, entre los estudiosos, acerca de la real motivación de los artesanos que confeccionaron estas piezas. Algunos opinan que había un potenciado culto por lo erótico y por ello este tipo de representaciones; otros creen que se asocian los excesos eróticos con la muerte como una advertencia, y por eso muchas de las figuras muestran a mujeres apareadas con hombres muertos (reconocibles porque sus rostros son calaveras que muestran los dientes); pero también se supone que al representar hombres muertos en el coito (cuando ya no hay posbilidades de reproducción) se está proyectando el deseo de fertilidad del artista. Tal vez, por razones que hoy es imposible comprender, los mochicas tenían baja tasa de natalidad. También es curioso que muchas de estas cerámicas eróticas exhiben la práctica del sexo anal, que las culturas antiguas estimulaban, precisamente, como una forma de evitar el embarazo. Otra cuestión sin dilucidar: ¿estos objetos que son, mayoritariamente, vasijas y jarras, habrán sido usadas en la vida doméstica de los hogares mochicas? En fin: misterios de la cultura mochica. La recomendación: no dejar de visitar el Museo Larco, de Lima, Perú.

lunes, 18 de julio de 2011

Lima, una bella y perfumada ciudad

 La Plaza de Armas, amplia y luminosa, acogedora y ruidosa como toda plaza central de una importante ciudad, nos da la bienvenida en el casco viejo de Lima.
 La Catedral, imponente y lujosa en su interior revestido de oro. En sus bancos se habrán arrodillado, obedientes, los más conspicuos representantes de la alta burguesía limena (hoy un poquito preocupados por la cercanía de la presidencia Ollanta, de tono nacional y popular, amigo de Evo, de Chavez y de Cristina). Abajo: el panteón que guarda los restos de Francisco Pizarro, jefe de la expedición española que ordenó la muerte del último inca, Atahualpa, en 1634, y comandó el gigantesco despojo de piezas de oro y plata que fueron llevadas a España y fundidas, para que no quedara ningún vestigio de la cultura del Tahuantisuyu.
 Abajo: la noche de Lima, luces y sombras, taxistas apurados y desubicados en el plano de la ciudad, pues se pierden en un viaje del casco viejo al sector residencial de Miraflores (equivalente a ir desde San Telmo a Palermo, en el mapa de Buenos Aires), callejuelas populosas y otras silenciosas, una sensación de abierta concurrencia. 

 Los balcones "de cajón" que son característicos en la Lima antigua. Desde ellos, en el siglo 19, las damas y damitas "bien" se asomaban -protegidas y discretas-para chusmear el andar de los viandantes y la soldadesca.

  
 La burguesía limeña se asomaba desde lo alto y el pueblo pasaba por debajo. Algún cronista escribió que "las calles de Lima tienen dos pisos".
 El bar Cordano, inaugurado en 1905, es el más antiguo de Lima, y está e funcionamiento por un acuerdo entre el gobierno (que compró el inmueble) y una sociedad formada por sus empleados. Dicen que por allí pasó César Vallejo, también Mario Vargas Llosa (que no es popular) y algunos presidentes, además de políticos prominentes. Es como el Tortoni para Buenos Aires, pero más modesto en su aspecto.

domingo, 10 de julio de 2011

Machu Picchu y el falso "descubrimiento" que celebra su bicentenario


La ciudadela de Machu Picchu, en el corazón arqueológico del Perú, está de festejo. En este mes de julio se conmemora el centenario del “descubrimiento” por parte de un aventurero norteamericano, Hiram Bingham, que con supuestos fines científicos pero verdaderas intenciones especulativas llegó al sitio y se llevó, para la Universidad de Yale, 46.322 objetos varios, entre piezas de oro, plata y cerámica.

El programa de festejos lo patrocina el gobierno del Perú en alianza con los empresarios turísticos que logran generosas ganancias con los movimientos de los 3.000 visitantes diarios que recibe el emblemático lugar. Muy agradecidos están, por supuesto, los propietarios del Sanctuary Lodge Machu Picchu (Hospedaje del Santuario de Machu Picchu) que a través de una concesión otorgada por el saliente presidente Alan García tiene el monopolio de la explotación del único hotel y restaurante ubicados en la cima de la montaña, a escasos 300 metros de las ruinas.
El mencionado hotel tiene capacidad para unos 80 pasajeros, que abonan unos 200 dólares diarios de promedio; y el restaurante –a sólo 20 metros de las puertas de ingreso a la ciudadela- puede cobijar unos 300 comensales por turno, con servicio buffet (“tenedor libre” le decimos nosotros), a razón de 40 dólares por cabeza. Queda claro que Machu Picchu es un gran negocio; y que de las celebraciones sólo participan los extranjeros visitantes, porque el pasaje en tren hasta el poblado de Aguas Calientes, más el micro hasta la montaña y la entrada estatal al santuario insumen unos 100 dólares, que resultan inaccesibles para el peruano medio con unos 400 dólares de salario mensual.
Estos comentarios no pretenden empañar el derecho que tienen las autoridades del Perú de sacarle buen partido, a través de retenciones impositivas, a la enorme afluencia al Machu Picchu; ni se oculta que más allá del comentado monopolio de la ciudadela el turismo asegura trabajo a miles de personas en hoteles, restaurantes, puestos artesanales y medios de transporte en Cusco, Pisac, Aguas Calientes, Ollantaytambo y otras poblaciones.

Bingham, ese “Indiana Jones”
El asunto del “descubrimiento” encubre una falacia, aunque abrió el camino para que empezara a conocerse universalmente la maravilla arqueológica que se ofrece en las montañas, al borde del río Urumbamba, testimonio incuestionable de la capacidad del Tahuantinsuyu (que quiere decir, en quechua, “las cuatro regiones unidas entre si”).
El supuesto descubridor de Machu Picchu era un aventurero, con disfraz de científico. Se dice que su figura inspiró el personaje de ficción Indiana Jones, que tanto éxito logró en las boleterías de los cines. Llegó al Perú por 1906 tras los vestigios de fortalezas que, según los testimonios de cronistas europeos, albergaban gran cantidad de elementos de importante valor. Numerosos escritos confirman que la población de la región y el propietario de esas tierras, el hacendado Agustín Lizarraga, tenían conocimiento de la ubicación de esas construcciones, pero por respeto por los pobladores originarios y hasta quizás temor de alguna supuesta maldición, no se animaban a profanar el santuario casi totalmente cubierto de vegetación selvática.
Cumplida su exitosa misión Bingham se dedicó a otros menesteres, tales como fundar la escuela de aviación de su país, ser gobernador interino del estado de Connecticut y senador por el partido republicano. Nunca más se le conocieron inquietudes en el campo de la investigación arqueológica y volvió fugazmente a Machu Picchu en 1948, para cuando se inauguró con su nombre la serpenteante carretera que asciende a la montaña desde Aguas Calientes.
La enorme cantidad de piezas que el gobierno peruano de aquel tiempo permitió que se sacaran del país quedaron retenidas en Yale, hasta unas pocas semanas atrás cuando una parte de ella retornó a Cusco, para ser incorporadas al Museo Nacional de Arqueología.

La punta de un gigantesco iceberg
Con la ciudadela de Machu Picchu (“montaña vieja” en quechua) se confirma la teoría del iceberg, en cuanto aquello de que por cada parte que emerge sobre las aguas hay otras siete que están ocultas por debajo. La formidable fortificación, que habría sido lugar de residencia del rey inca y sus allegados más cercanos, llama la atención y sorprende por su espectacularidad y el lugar en donde fue levantada –en la cima de un risco entre dos montañas, en una zona muy lluviosa e inestable desde el punto de vista geológico- pero es una más en un conjunto asombroso de ruinas de enorme valor arqueológico e histórico. Cusco (palabra que se puede entender como “ombligo de la tierra” en la lengua natural) está rodeada por más de 50 enclaves singulares, donde los habitantes del estado andino desarrollaban actividades agrícolas y practicaban sus ritos, profundamente relacionados con la tierra y el sol.
Se estima que el conjunto de unas 200 construcciones de la ciudadela datan de alrededor del año 1440, y que estuvo habitada casi un siglo, hasta la llegada brutal de los españoles y los sucesos de Cajamarca, del 16 de noviembre de 1532, con la caída en cautiverio del inca Atahualpa y su posterior asesinato, por ahorcamiento, para mediados de julio de 1533.
Las sucesivas observaciones del sitio, fundamentalmente a partir de los años 50 de la centuria pasada, cuando los caminos facilitaron el acceso de comisiones científicas, permitieron establecer que el asentamiento está dividido en una zona agrícola, constituida por terrazas cultivadas delimitadas por muros de contención y la zona urbana, donde se desarrollaron las principales actividades religiosas y cotidianas. Las dos áreas están divididas por un muro de aproximadamente 400 metros de largo, paralelo a una acequia que sirve para el desagüe. El sistema de drenaje de las aguas, constituido por 129 canales, es todavía hoy admirado como único. Los edificios fueron construidos teniendo en cuenta fenómenos astronómicos como los equinoccios y están destinados a coincidir con algunas estrellas durante particulares días del año. Casi todas las construcciones tienen un perímetro rectangular y los muros están formados de granito que fue elaborado con hachas de bronce. En el sector alto, denominado Hanan, además de unidades residenciales, está el templo del Sol, utilizado para ceremonias relacionadas con el solsticio de junio; y algunos estudiosos lo consideran como un mausoleo donde se conservó la momia de Pachacutec. En el sector alto, hay un patio cuadrado circundado por construcciones maravillosas: dos templos principales y una casa sacerdotal.
En el sector bajo, llamado Urin, se encuentra un gran edificio caracterizado por una sola puerta de ingreso. De algunos estudios se deduce que se trata de la Acllahuasi o casa de las mujeres elegidas, que se dedicaban a la religión y a la artesanía.
En los cien años siguientes a su fundación, Machu Picchu prosperó. En los alrededores fueron fundados otros asentamientos como Patallacta y Quente Marca, que servían de base para las provisiones agrícolas de Machu Picchu. En los años siguientes a la muerte de Pachacutec, sin embargo, Machu Picchu perdió parte de su importancia, puesto que debió competir con las posesiones personales de otros jefes.

El llamado mundo incaico
El inca era el rey del Tahuantinsuyu, por extensión se habla comúnmente del mundo incaico y no faltaron quienes, con una visión europeizante, lo denominaron el “imperio inca”. Pero ese mundo andino “era demasiado original, distinto y diferente para ser comprendido por hombres venidos de ultramar, preocupados en enriquecerse, conseguir honores o evangelizar por la fuerza a los naturales. Un abismo debía formarse entre el pensamiento andino y el criterio español, abismo que hasta la fecha continúa separando a los miembros de una misma nación” según apunta la historiadora peruana María Rostworowski de Diez Canseco.
La autora, miembro de la Academia Nacional de Historia de su país, afirma también (en su libro “Historia del Tahuantinsuyu”) que la caída del estado inca ante los invasores encabezados por Francisco Pizarro fue producto de una combinación de factores. Había un estado de crisis interna, fundado en el descontento de algunos jefes regionales ante el poder centralizado en Cusco, y estos curacas (señores principales de sus pueblos) dejaron hacer a los españoles, confiando que al derrocar al inca ganarían espacio y poder propio. Se equivocaron y cuando pudieron descubrir el error ya era tarde. La dominación por la fuerza y el saqueo (los invasores se llevaron más de 140 carruajes repletos de plata y oro) fue seguida por la imposición del cristianismo, que llegó a erigir 37 templos religiosos dentro del contorno de la ciudad de Cusco y hasta levantó un techo sobre el templo incaico de Coricancha (“recinto de oro” en quechua) para tapar su influencia.

No pudieron con el pueblo
Los españoles asesinaron a Atahualpa y a no menos de un centenar de otros jefes, se robaron una fortuna que hoy es imposible de valuar, trataron de sepultar los ritos originarios y provocaron la desaparición del estado inca. Pero los valores culturales de ese Tahuantinsuyu que se expresan en la bandera multicolor de la diversidad étnica, que flamea por todo Cusco y alrededores, no pudieron ser exterminados. A pesar de la censura impuesta por la dictadura cívico militar de los años 80 la lengua quechua se escucha en todos los ámbitos populares y es permanentemente reivindicada por los más jóvenes, sobre todo entre artesanos y músicos que le dan color a las estrechas callejuelas cusqueñas. Cuando el turista vuelve de la excursión mayor, la del costoso y emotivo ingreso a Machu Picchu, ya rodeado de la gente común, en contacto con los vendedores ambulantes, camareros de los bares y taxistas, puede escuchar, una y mil veces, que “mataron a los incas pero no pudieron con su pueblo”. Esos peruanos, para quienes es imposible asistir al festejo por el centenario del “descubrimiento”, sienten que el magnífico escenario arqueológico les pertenece desde la memoria y el imaginario colectivo.