domingo, 29 de marzo de 2009

Mollie, Caroline y Ramón, en las viejas estancias inglesas en la Patagonia





Esta crónica tiene tres protagonistas, dos mujeres y un varón. Hay un invisible hilo que los une. Comparten de alguna manera el mismo interés sobre el territorio patagónico, con tiempos y visiones diferentes. Mollie, Caroline y Ramón son los actores de la historia que hoy presentamos.


Mollie Robertson fue una inglesa que transcurrió años de su infancia en estancias de Río Negro (cuando eran de capitales británicos) y después, ya mujer grande, escribió un delicioso libro con sus recuerdos. Carolina Holder es argentina, pero hace más de 35 años vive en Gran Bretaña , donde no hace mucho descubrió esa obra, comenzó a traducirla al español y, un tiempo después, decidió venir a la región, para recorrer los escenarios originales. Ramón Minieri es profesor de historia y escritor, radicado en Río Colorado, especializado en la historia de las estancias inglesas en la Patagonia (autor, precisamente, de “Ese ajeno sur”, obra imprescindible sobre ese tópico), que entró en contacto vía Internet con Caroline y se ofreció como su cicerone.
Aquellos recuerdos
Mollie Robertson ya tenía 55 años cuando publicó su libro “The sand, the wind and the sierras, days in Patagonia” (“La arena, el viento y las sierras, días en la Patagonia”) con las remembranzas infantiles de los años 1917 a 1924, tiempos en que vivió en las estancias Talcahuala (cerca de Sierra Colorada) y Huanuluán (entre Ingeniero Jacobacci y Clemente Onelli, segunda foto desde arriba) donde su padre, Jack Hobson, fue mayordomo y administrador.
En este fragmento que se reproduce, por gentileza de la revista “El camarote”, la escritora describe con lujo de detalles el almacén para el personal en la estancia Huanuluán.
“Durante muchos años el almacén había quedado muy abandonado y deslucido: anexado al casco, era un edificio destartalado con techo de chapa y muchas corrientes de aire, su polvoriento interior lleno de telarañas, los estantes apilados por una mezcolanza de mercadería añeja de la era victoriana. Entre otros artículos totalmente inapropiados se encontraba una serie de figuritas de porcelana, pastoras con perritos necios en los brazos; estuches de manicura de peluche y redecillas para el cabello descoloridas, entrelazadas con manchadas cintas rosas. (…) Atrás del mostrador largo y rústico había bolsas amontonadas de maíz y lentejas, y cajones forrados de cinc llenos de azúcar y harina. Detrás de ellos, apoyados unos contra otros como borrachos, estaban los costales de cuero de potro donde se guardaban el arroz, la polenta y la yerba. (…) Había pilas de galleta dura como el cemento desparramadas por el suelo polvoriento en la parte trasera del almacén. Estas constituían la ración de pan, y eran repartidas entre los peones en bolsas de arpillera, una por mes por familia. Eran tan duras que se tenían que quebrar con una piedra grande antes de comerlas. La costumbre era remojar la galleta en café caliente, lo cual al menos la ablandaba lo suficiente como para poder comerla. Mi padre opinaba que si se pudieran disparar con un cañón serían proyectiles formidables”
El descubrimiento
Caroline Holder (foto superior) ya tenía 32 años de residencia en el Reino Unido (52 de vida) cuando aburrida por su trabajo administrativo en una empresa mayorista de semillas, buscando nuevas emociones, se asoció a una red por Internet de venta de toda clase de cosas y al poner en el buscador el nombre de su país natal, Argentina, se encontró con la obra de Mollie Robertson.
Caroline cuenta ahora, casi 4 años más tarde, que “cuando llegué hasta la última página cerré el libro y me quedé pensando por mucho tiempo. Sabía que me había afectado profundamente, y traté de analizarlo”.
Fue a partir de ese momento que Caroline empezó a investigar todo lo que estaba al alcance de su mano, sobre Mollie, las estancias inglesas de aquella época y la Patagonia. Con pasión, echando mano a todos sus conocimientos de una lengua materna un tanto en desuso se comprometió con una tarea excitante: la traducción al español de las memorias de aquella inglesa. Esa misma pasión la impulsó a estudiar todo cuando pudiese encontrar sobre historia, características sociales y paisajes de la Patagonia, y así se conectó, vía Internet, con un argentino que pasó algunos años de su vida en Maquinchao y ahora vive en Nepal, allá por la India. Este argentino- hindú, que se llama Marcelo Sánchez, asistió en Buenos Aires en 2007 a la feria del Libro en Buenos Aires y trabó relación Ramón Minieri, cuando presentaba “Ese ajeno sur”.
Muy poco tiempo después Caroline tuvo un ejemplar de la obra, allá en la muy británica ciudad de Bristol, donde vive. Comenzó sus correos electrónicos con Ramón y, tal como se contó al principio, realizó lo que ella llama “la gira Hobson” con el acompañamiento del historiador.“La traducción la terminaré aproximadamente en unos cuatro meses, porque trabajo en un hospital hasta las 6 de la tarde todos los días, así que lo hago un rato en casa por las noches y los fines de semana. Pero después me queda por indagar un poco más. Existen agujeros bastante grandes en la historia de la familia (el fallecimiento del padre es el más importante), y no sé cuánto tiempo necesitaré para esto, algunos meses más, quizás” le contó Caroline a este cronista, en conexión por correo electrónico.Sobre el viaje por los escenarios donde vivió Mollie hace 90 años sostuvo que “los describió realmente bien, menos en un aspecto: escribe sobre la sequía, el calor, el viento, pero me parece que por los años 20 los mallines (en la región de Huanuluán al menos) eran más verdes, había ojos de agua y pantanos. Cuando visité Huanuluán en mayo de 2008 es cierto que el potrero de la entrada estaba parcialmente inundado, pero me chocó la extrema sequía por todas partes”“Pero aparte de esto, sí, era tal como me la había imaginado: enormes bóvedas celestes durante el día y alfombras de estrellas que llegaban al infinito por las noches. Para ver lo que es la Patagonia, o bien te tenías que agachar y verla a 50 centímetros del suelo, y con paciencia veías su belleza; o bien desde el otro extremo, fijarte en la lontananza, observar los hermosos y milenarios contornos. También podías quedarte quieta y apreciar el silencio, que te obliga a confrontarte con vos misma. ¡Pero no hubo viento, y yo quería sentir ese viento tan famoso! Otra vez será, lo espero fervorosamente.”Añadió que “los patagónicos que conocí fueron increíbles, como la gente de mi niñez cuando daba por sentado que todo el mundo era bondadoso y compartiría todo conmigo. Hacía mucho, pero mucho, que no estaba con gente que, aunque extraños, me trataban como si fuera de la familia; y que, además, no teniendo mucho para ofrecer, me lo ofrecían, o me ayudaron como pudieron. Todo eso me conmovió mucho”.
El testimonio de Ramón
Ramón Minieri, que ha estudiado con rigor documental el régimen de dominación colonial de las estancias británicas en la Patagonia, encontró un punto de vista diferente –ingenuo, infantil y al mismo tiempo rico en matices- en el relato de Mollie y en la recuperación de ese texto que realiza Caroline.
“Yo aliento a Caroline en cuanto a la traducción porque conocer estos materiales enriquece nuestra miradas sobre la Patagonia, sobre esta relación colonial que existió entre Argentina y Gran Bretaña, particularmente en la Patagonia; y sobre la vida concreta de la gente, que es lo que en historia uno siempre anhela. Casi sin querer iniciamos un vaivén en el cual ella traduce un capítulo y me lo envía para ver qué me parece; y discutimos algunos matices sobre el uso de ciertas palabras, porque una cosa es el español de diccionario y otra es el lenguaje campero. La expresión ‘lata de esquila’ por ejemplo, se capta cuando se vive en la región y no la entiende el que viene de afuera”
“Cuando me consultó sobre su viaje hacia el sur, para recorrer los mismos lugares donde vivió Mollie, decidí acompañarla, porque yo también tenía ganas de visitar las estancias. Es la cuestión de los distintos niveles de la visión histórica, por allí yo a través de la documentación percibo la visión de la empresa, del gran capital británico, de la gente más adinerada de Inglaterra, que era accionista de estas firmas. Y por el otro está la visión inocente de una nena como Mollie, que ya de grande y puesta a escribir sólo quiere recordar su infancia, y añora 50 años después lo que para ella era una fuente de gozo. Hay una relación humana directa, de cómo la nena inglesa podía relacionarse y entenderse con el indígena que estaba trabajando en la estancia, por ejemplo.”
Un momento muy emotivo del viaje a lo que queda de la estancia Talcahuala, recordado por Minieri, “fue cuando recorrimos una avenida de tamariscos que describe Mollie en el libro y buscábamos la casa originaria sin verla, pero de pronto me asomé a un baldío contiguo a la casa actual y descubrí una típica construcción de esas de madera y chapa que venían desde Inglaterra listas para armar, muy abandonada pero intacta” (tercera foto, arriba).
La punta del ovillo
El encuentro entre los tres protagonistas de esta historia conforma una madeja apretada de sentimientos y experiencias, perspectivas distintas para apreciar una misma realidad, compleja y seductora, teñida por el color de la nostalgia, sugerente y mágica por momentos. La punta del ovillo se puede encontrar en el número más reciente de esa magnífica publicación periódica que se llama “El Camarote”. Allí aparecen un interesante artículo de Caroline Holder sobre su encuentro con “The sand, the wind and the sierras, days in Patagonia”, y el viaje posterior por la región sur ¡sorprendentemente sin viento! También hay fragmentos escogidos del libro de Mollie Robertson, como para quedarse con ganas de leer muy pronto la traducción completa.