El célebre astrónomo francés Perrotín vino especialmente a Patagones
La tranquila aldea que era Carmen de Patagones en 1882 se alteró con aquellos fenómenos astronómicos que pudieron observarse, con claridad, en sus cielos, en los meses de septiembre y diciembre de aquel año.
El escribano Francisco Pita, nacido en Carmen de Patagones en 1870, dejó para la posteridad su libro “Remembranzas”, con una serie de maravillosas crónicas sobre sucesos de la vida cotidiana en esta población en los últimos años del siglo 19 y comienzos de la centuria siguiente.
De esa obra se rescataron tres artículos sumamente interesantes. Los tres se relacionan, porque en el primero se describen con lujo detalles dos “fenómenos celestes” ocurridos en 1882: la visión de un cometa; en el segundo se relata el paso del planeta Venus por el disco solar (o sea la superposición de esta esfera entre la Tierra y el sol) que fueron perfectamente visibles en Carmen de Patagones; y en el tercero se destaca la función del telégrafo, como avanzado medio de comunicación de la época.
Debe tenerse en cuenta que la observación astronómica estaba de moda en esas décadas del siglo 19 y la gente se inclinaba a creer que esos acontecimientos en el Universo podían tener consecuencias sobre la corteza terrestre. Vayamos al texto de Pita, de impecable estilo.
El cometa
“Un fenómeno celeste de una rareza y magnitud extraordinaria se presentó a la vista de nuestra lejana aldea en 1882. En el cielo límpido de Patagones, con claridad y grandiosidad que me será difícil narrar como lo desearía y corresponde, apareció ese astro inmensamente grande y luminoso, de un color rojizo, sobre el histórico Cerro de la Caballada, se veía tan bajo que parecería al alcance de la mano, según la mente de los niños, que observábamos atónitos y mudos el fenómeno, que invitaba a reflexionar sobre la grandiosidad y el misterio de la creación. Tenía el gran cometa un largo aparente de cien metros por unos diez de ancho en la cola y uno en la cabeza redonda y con una luminosa estrella que hacía de ojo de ese monstruo que tenía la forma de un enorme pescado. Salía después de la media noche y se podía observar en todo su esplendor a las dos de la mañana. A esa hora nos hacían levantar de la cama y salir al medio de la calle para verlo. Supongo que no quedó un solo vecino que no se haya incomodado alguna noche para ver esa maravilla que nos fue dado observar a nuestra generación y que no se ha repetido en forma análoga ni se repetirá tal vez hasta la vuelta del mismo cometa en su incesante recorrida por su órbita. ¡Qué espectáculo tan maravilloso! “
Este cronista averiguó por Internet y pudo saber que este cometa fue llamado “el Gran Cometa de Septiembre” o Gould II por el apellido del astrónomo Benjamín Gould, director del Observatorio Nacional, que lo descubrió en los primeros días de septiembre de aquel año 1882. Fue muy visible hasta el mes de octubre, pero hubo registros de observación tenue hasta mediados de 1883. Llama la atención la ingenuidad de Pita al establecer las “medidas” del astro.
Venus en el sol
El paso de Venus por la esfera solar fue un acontecimiento de marcado interés internacional, monitoreado desde Francia, que era en aquellos años el país con mayores adelantos en materia astronómica. Pero, además, la expectativa y los preparativos para su observación en el ámbito de la provincia de Buenos Aires (sitio del mundo privilegiado en ese sentido) dio lugar a la creación del Observatorio Astronómico de La Plata, que aún hoy, 127 años más tarde es de los más importantes de la Argentina.
Una publicación contemporánea del observatorio platense recuerda que “los franceses organizaron diez misiones: una misión a la isla de Haití (a cargo del científico Callandreu), una a México (Bouquet de la Grye), una a la Martinica (Tisserand, Bigourdan, Puiseaux), una a Florida (coronel Perrier), una a Santa Cruz de la Patagonia (capitán de Fragata Fleuriais), una a Chile (teniente de navío de Bernardières), una a Chubut (Hatt), una en Río Negro (Perrotin, director del observatorio de Niza), una a Cabo de Hornos (teniente de navío Courcelle-Seneuil) y finalmente una a Bragado (teniente de navío Perrin)”.
Ese lugar de Río Negro (sobre la costa del curso fluvial, no en el territorio nacional que lleva su nombre) fue más exactamente Patagones; y el astrónomo Joseph Perrotin era una de las máximas autoridades mundiales de los estudios del cielo.
Lo que sigue es el capítulo de Francisco Pita en su libro.
“En el mismo año 1882 ocurrió el paso del planeta Venus por el disco solar. Patagones fue uno de los puntos privilegiados del globo, desde donde pudo observarse mejor, y allá fue una comisión de sabios franceses del Observatorio Astronómico de Paris, presidida por Mr. Perrotin, con telescopio y demás aparatos.
Estableció su observatorio en campo raso, al oeste de la actual chacra Experimental hasta donde se construyó un ramal de línea telegráfica que lo comunicaba con la oficina del pueblo y a su vez, directamente, con el observatorio nacional de Córdoba. Felizmente había entre el personal de telegrafistas uno que hablaba francés, don Francisco Gernel, y a él se le encargó de la oficina del observatorio, la que permaneció allí por espacio de quince o más días.
El día del paso del planeta amaneció nublado y así siguió toda la mañana hasta pasadas las once y media, pero minutos antes de las doce, que era la hora matemáticamente fijada, se despejó el cielo con gran contento de los astrónomos y de toda la población, que así lo pudieron observar en todo su esplendor, los primeros con sus grandes aparatos y los vecinos con vidrios ahumados.
Pasó Venus majestuosamente por el disco solar en pocos minutos, produciendo la sensación de parecer una pelota de goma, negra y del tamaño de una naranja, pasando frente al disco de un tambor de banda de música. No se hablaba de otra cosa en aquellos días, en la calle, en los hogares y en la Escuela, donde lo acosábamos a nuestro maestro don Luis De Marco a preguntas sobre ese asunto, y él se complacía explicándonos cuanto sabía de tan interesante materia.
Mucha gente tenía una idea errónea sobre ese asunto, pues confundía a Venus con el cometa, lo que hizo exclamar a una señora, en la noche del casamiento de una conocida señorita, dirigiéndose al esposo, después de la consagración: ¡usted se lleva a la niña más hermosa del pueblo, pues Fulanita es la estrella de Venus que sale en la punta del cometa!”
Pita no precisó las fechas, pero de la consulta de otros documentos se pudo establecer que el día 6 de diciembre de 1882 fue cuando se logró la más perfecta observación.
La importancia del telégrafo
Hace 127 años no había teléfonos, ni radios, pero el telégrafo lograba la transmisión veloz de informaciones de todo tipo, a través del código morse (puntos y rayas convertidos en sonidos). De allí la importancia del avance de la línea telegráfica, sobre lo que también Pita escribió en detalle. Veamos.
“La primera línea telegráfica fue militar, construida en 1881 por orden del ministerio de Guerra y Marina, por el mayor de Ingenieros, señor Buratovich, se hizo para servir principalmente la línea de fortines que se establecieron entre Patagones, Roca y Paso de los Indios. La línea que nos unió con Bahía Blanca y Buenos Aires llegó a Patagones en 1882. La oficina se estableció en el Fuerte, sobre la calle 7 de Marzo y su primer jefe fue el teniente Linares (…) Todos los telegrafistas de esa línea, según fuera su categoría, era el grado militar al que estaban asimilados: alférez, teniente, capitán (o ayudante). Vestían el uniforme y galones correspondientes y tenían todos los deberes y derechos que los oficiales de línea.
En 1883 se nacionalizó esa línea y se dio a optar a los telegrafistas, entre pasar al Ejército con su grado o quedar como empleado civil. Los que optaron por seguir en las filas la carrera militar llegaron a ser jefes de alta graduación, como los Vallejo, Urtubey, Linares y muchos otros.
El establecimiento de ese servicio fue otra novedad en la aldea, no sólo por el importante adelanto que representaba, sino porque con ese motivo llegó allí un numeroso contingente de empleados de toda categoría y para toda la línea con un jefe superior que estableció su oficina en Patagones. Parecería que se hubiera elegido a propósito a los jóvenes más alegres, chistosos y bromistas de esta Capital para darles esos empleos, pues eran la ‘pierna de Judas’ como dijera una señora! No dejaban ‘títere con cabeza’, motivándoles continuas reprimendas y arrestos. ¡querían tomar la humilde aldea como país conquistado! Hasta que se acostumbraron al ambiente o se marcharon.
Esta sería una de las razones que tuvo en vista el jefe superior mencionado, inspector de sección don Carlos Almaestre, con asiento en Patagones, porque en aquella época ese punto tenía mayor categoría que hoy, desde que era cabecera de distrito, al formar un cuerpo de telegrafistas con hijos de Patagones ‘para que no me pidan licencia para bajar a Buenos Aires’ decía, y con ellos fue reemplazando a los que regresaban a su punto de procedencia.
Los primeros telegrafistas hijos de ese pueblo fueron Tomás Cueto, Federico Rial, Nicanor Pita, Miguel Pita y Julián Aguirre. Aquel grupo bullanguero habitaba una casita en el barrio de los morenos, cerca de doña Concepción Moreyra y aquella era una nueva Troya!... según cuenta la tradición, pues “si dijeran, lector/ que yo comento/ como me lo contaron/ te lo cuento”
Varios años después ingresé yo, que aprendí el telégrafo a los tres meses y el jefe señor Kennedy me encargó de enseñarle a los demás aspirantes que lo fueron: José Ramón Sánchez, Gavino J. Ibáñez, Juan Ibáñez, Arturo Fourmantín, Bartola Pietrapiana, Sergio León y José Prado, quienes engrosaron sucesivamente el grupo de telegrafistas de la línea con Antonio y Julián Echegoy, en Viedma; Basilio Guerrero en Pringles, y Agustín Guardiola y Víctor Guerrero en Conesa”.
¡Gente importante aquellos telegrafistas, jovencitos mimados por la sociedad, por el manejo de la tecnología de avanzada, antecesores de los actuales genios de la informática, tan admirados y bien pagos!
El escribano Francisco Pita, nacido en Carmen de Patagones en 1870, dejó para la posteridad su libro “Remembranzas”, con una serie de maravillosas crónicas sobre sucesos de la vida cotidiana en esta población en los últimos años del siglo 19 y comienzos de la centuria siguiente.
De esa obra se rescataron tres artículos sumamente interesantes. Los tres se relacionan, porque en el primero se describen con lujo detalles dos “fenómenos celestes” ocurridos en 1882: la visión de un cometa; en el segundo se relata el paso del planeta Venus por el disco solar (o sea la superposición de esta esfera entre la Tierra y el sol) que fueron perfectamente visibles en Carmen de Patagones; y en el tercero se destaca la función del telégrafo, como avanzado medio de comunicación de la época.
Debe tenerse en cuenta que la observación astronómica estaba de moda en esas décadas del siglo 19 y la gente se inclinaba a creer que esos acontecimientos en el Universo podían tener consecuencias sobre la corteza terrestre. Vayamos al texto de Pita, de impecable estilo.
El cometa
“Un fenómeno celeste de una rareza y magnitud extraordinaria se presentó a la vista de nuestra lejana aldea en 1882. En el cielo límpido de Patagones, con claridad y grandiosidad que me será difícil narrar como lo desearía y corresponde, apareció ese astro inmensamente grande y luminoso, de un color rojizo, sobre el histórico Cerro de la Caballada, se veía tan bajo que parecería al alcance de la mano, según la mente de los niños, que observábamos atónitos y mudos el fenómeno, que invitaba a reflexionar sobre la grandiosidad y el misterio de la creación. Tenía el gran cometa un largo aparente de cien metros por unos diez de ancho en la cola y uno en la cabeza redonda y con una luminosa estrella que hacía de ojo de ese monstruo que tenía la forma de un enorme pescado. Salía después de la media noche y se podía observar en todo su esplendor a las dos de la mañana. A esa hora nos hacían levantar de la cama y salir al medio de la calle para verlo. Supongo que no quedó un solo vecino que no se haya incomodado alguna noche para ver esa maravilla que nos fue dado observar a nuestra generación y que no se ha repetido en forma análoga ni se repetirá tal vez hasta la vuelta del mismo cometa en su incesante recorrida por su órbita. ¡Qué espectáculo tan maravilloso! “
Este cronista averiguó por Internet y pudo saber que este cometa fue llamado “el Gran Cometa de Septiembre” o Gould II por el apellido del astrónomo Benjamín Gould, director del Observatorio Nacional, que lo descubrió en los primeros días de septiembre de aquel año 1882. Fue muy visible hasta el mes de octubre, pero hubo registros de observación tenue hasta mediados de 1883. Llama la atención la ingenuidad de Pita al establecer las “medidas” del astro.
Venus en el sol
El paso de Venus por la esfera solar fue un acontecimiento de marcado interés internacional, monitoreado desde Francia, que era en aquellos años el país con mayores adelantos en materia astronómica. Pero, además, la expectativa y los preparativos para su observación en el ámbito de la provincia de Buenos Aires (sitio del mundo privilegiado en ese sentido) dio lugar a la creación del Observatorio Astronómico de La Plata, que aún hoy, 127 años más tarde es de los más importantes de la Argentina.
Una publicación contemporánea del observatorio platense recuerda que “los franceses organizaron diez misiones: una misión a la isla de Haití (a cargo del científico Callandreu), una a México (Bouquet de la Grye), una a la Martinica (Tisserand, Bigourdan, Puiseaux), una a Florida (coronel Perrier), una a Santa Cruz de la Patagonia (capitán de Fragata Fleuriais), una a Chile (teniente de navío de Bernardières), una a Chubut (Hatt), una en Río Negro (Perrotin, director del observatorio de Niza), una a Cabo de Hornos (teniente de navío Courcelle-Seneuil) y finalmente una a Bragado (teniente de navío Perrin)”.
Ese lugar de Río Negro (sobre la costa del curso fluvial, no en el territorio nacional que lleva su nombre) fue más exactamente Patagones; y el astrónomo Joseph Perrotin era una de las máximas autoridades mundiales de los estudios del cielo.
Lo que sigue es el capítulo de Francisco Pita en su libro.
“En el mismo año 1882 ocurrió el paso del planeta Venus por el disco solar. Patagones fue uno de los puntos privilegiados del globo, desde donde pudo observarse mejor, y allá fue una comisión de sabios franceses del Observatorio Astronómico de Paris, presidida por Mr. Perrotin, con telescopio y demás aparatos.
Estableció su observatorio en campo raso, al oeste de la actual chacra Experimental hasta donde se construyó un ramal de línea telegráfica que lo comunicaba con la oficina del pueblo y a su vez, directamente, con el observatorio nacional de Córdoba. Felizmente había entre el personal de telegrafistas uno que hablaba francés, don Francisco Gernel, y a él se le encargó de la oficina del observatorio, la que permaneció allí por espacio de quince o más días.
El día del paso del planeta amaneció nublado y así siguió toda la mañana hasta pasadas las once y media, pero minutos antes de las doce, que era la hora matemáticamente fijada, se despejó el cielo con gran contento de los astrónomos y de toda la población, que así lo pudieron observar en todo su esplendor, los primeros con sus grandes aparatos y los vecinos con vidrios ahumados.
Pasó Venus majestuosamente por el disco solar en pocos minutos, produciendo la sensación de parecer una pelota de goma, negra y del tamaño de una naranja, pasando frente al disco de un tambor de banda de música. No se hablaba de otra cosa en aquellos días, en la calle, en los hogares y en la Escuela, donde lo acosábamos a nuestro maestro don Luis De Marco a preguntas sobre ese asunto, y él se complacía explicándonos cuanto sabía de tan interesante materia.
Mucha gente tenía una idea errónea sobre ese asunto, pues confundía a Venus con el cometa, lo que hizo exclamar a una señora, en la noche del casamiento de una conocida señorita, dirigiéndose al esposo, después de la consagración: ¡usted se lleva a la niña más hermosa del pueblo, pues Fulanita es la estrella de Venus que sale en la punta del cometa!”
Pita no precisó las fechas, pero de la consulta de otros documentos se pudo establecer que el día 6 de diciembre de 1882 fue cuando se logró la más perfecta observación.
La importancia del telégrafo
Hace 127 años no había teléfonos, ni radios, pero el telégrafo lograba la transmisión veloz de informaciones de todo tipo, a través del código morse (puntos y rayas convertidos en sonidos). De allí la importancia del avance de la línea telegráfica, sobre lo que también Pita escribió en detalle. Veamos.
“La primera línea telegráfica fue militar, construida en 1881 por orden del ministerio de Guerra y Marina, por el mayor de Ingenieros, señor Buratovich, se hizo para servir principalmente la línea de fortines que se establecieron entre Patagones, Roca y Paso de los Indios. La línea que nos unió con Bahía Blanca y Buenos Aires llegó a Patagones en 1882. La oficina se estableció en el Fuerte, sobre la calle 7 de Marzo y su primer jefe fue el teniente Linares (…) Todos los telegrafistas de esa línea, según fuera su categoría, era el grado militar al que estaban asimilados: alférez, teniente, capitán (o ayudante). Vestían el uniforme y galones correspondientes y tenían todos los deberes y derechos que los oficiales de línea.
En 1883 se nacionalizó esa línea y se dio a optar a los telegrafistas, entre pasar al Ejército con su grado o quedar como empleado civil. Los que optaron por seguir en las filas la carrera militar llegaron a ser jefes de alta graduación, como los Vallejo, Urtubey, Linares y muchos otros.
El establecimiento de ese servicio fue otra novedad en la aldea, no sólo por el importante adelanto que representaba, sino porque con ese motivo llegó allí un numeroso contingente de empleados de toda categoría y para toda la línea con un jefe superior que estableció su oficina en Patagones. Parecería que se hubiera elegido a propósito a los jóvenes más alegres, chistosos y bromistas de esta Capital para darles esos empleos, pues eran la ‘pierna de Judas’ como dijera una señora! No dejaban ‘títere con cabeza’, motivándoles continuas reprimendas y arrestos. ¡querían tomar la humilde aldea como país conquistado! Hasta que se acostumbraron al ambiente o se marcharon.
Esta sería una de las razones que tuvo en vista el jefe superior mencionado, inspector de sección don Carlos Almaestre, con asiento en Patagones, porque en aquella época ese punto tenía mayor categoría que hoy, desde que era cabecera de distrito, al formar un cuerpo de telegrafistas con hijos de Patagones ‘para que no me pidan licencia para bajar a Buenos Aires’ decía, y con ellos fue reemplazando a los que regresaban a su punto de procedencia.
Los primeros telegrafistas hijos de ese pueblo fueron Tomás Cueto, Federico Rial, Nicanor Pita, Miguel Pita y Julián Aguirre. Aquel grupo bullanguero habitaba una casita en el barrio de los morenos, cerca de doña Concepción Moreyra y aquella era una nueva Troya!... según cuenta la tradición, pues “si dijeran, lector/ que yo comento/ como me lo contaron/ te lo cuento”
Varios años después ingresé yo, que aprendí el telégrafo a los tres meses y el jefe señor Kennedy me encargó de enseñarle a los demás aspirantes que lo fueron: José Ramón Sánchez, Gavino J. Ibáñez, Juan Ibáñez, Arturo Fourmantín, Bartola Pietrapiana, Sergio León y José Prado, quienes engrosaron sucesivamente el grupo de telegrafistas de la línea con Antonio y Julián Echegoy, en Viedma; Basilio Guerrero en Pringles, y Agustín Guardiola y Víctor Guerrero en Conesa”.
¡Gente importante aquellos telegrafistas, jovencitos mimados por la sociedad, por el manejo de la tecnología de avanzada, antecesores de los actuales genios de la informática, tan admirados y bien pagos!