miércoles, 16 de junio de 2010

Leer en la Patagonia ¡una maravilla!


Cuánta tinta derramada en los análisis sesudos (y de los otros) acerca de la cautelosa pregunta de si hay una literatura patagónica! ¿Cuántas veces nos hemos propuesto sin malicia (pero sin modestia) una probable definición de cómo es esto de "escribir en la Patagonia"?Hoy, en una fría y soleada tarde de pacífico paisaje patagónico, me propongo reflexionar sobre otra cuestión: leer en la Patagonia.Como un ejercicio en el cual se pone en intenso funcionamiento esa formidable máquina que es el cerebro la lectura es fuente de sorpresas imprevistas, un proceso rico en eventualidades. Los contenidos que se descifran son portadores de imágenes de todo tipo que nos transportan y, por ello mismo, nos facilitan viajes de larga (y corta) duración por los escenarios más inverosímiles.Si estamos de acuerdo en algo tan sencillo (y por tanto poco polémico) como que las largas distancias son una dificultad concreta de nuestro modo de vida en la Patagonia podemos afirmar, entonces, que la lectura es la más fácil de las formas de vencer esa adversidad cotidiana. "Esta mañana me di una vuelta por Cartagena con García Márquez, al mediodía me comí unos tacos por Madrid con Hemingway, y esta noche tengo pensado tomarme un café en el Tortoni con Arlt; o quizás, mejor, un brandy en Nueva York con Cheever" dice el tipo, cómodamente sentado en la carretera que lo lleva hacia los cuatro vientos.Leer en la Patagonia es, también (y por lo mismo), una forma de resistencia a la soledad y el aislamiento (claro, sólo cuando soledad y aislamiento se ponen cabreros, porque en otros momentos son sensuales compañeros) y, en suma: una manifestación de la libertad. "No hay geografía que me contenga, qué me importa si la plata que tengo en el bolsillo no me alcanza para el boleto más barato, yo paso por la biblioteca con la misma facilidad con que el más bacán de los bacanes se manda en la agencia de viajes y saca un pasaje para la Cochinchina" asegura el tipo, sólo preocupado porque el sol cae sin pausa y se va quedando sin luz. Leer en la Patagonia, una verdadera felicidad. "Acá estoy, haciendo dedo en la ruta de los mil y un libros... todo es cuestión de tiempo, alguno va a pasar, seguro, para llevarme para donde no quiero ir, porque eso es lo bueno de la aventura" certifica el tipo, ya con el traste un poco endurecido. De golpe el cielo se llena de nubes, empieza a llover y el tipo se pone a esquivar charcos en las calles de Villa Domínico, con un tal Bruno Di Benedetto.Leer en la Patagonia ¡una maravilla!