domingo, 14 de febrero de 2010

Ministro Ramos Mexía, en la crónica escrita para el diario "Noticias de la Costa"

Arriba: la vieja estación de chapas y maderas, en perfecto estado de conservación a casi un siglo de su construcción; abajo: el destacamento policial de Ramos Mexía, monumento histórico provincial, edificado en 1937 y casi sin mantenimiento.
Una breve visita a la localidad de Ramos Mexía le permitió al cronista hacer unas cuantas observaciones, vivir una fuerte emoción ante enterratorios y pinturas de pueblos originarios, recorrer una vieja y cuidada estación ferroviaria, y conocer a los jóvenes picapiedras del pueblo.

En plena línea sur de Río Negro, recostada sobre la vía ferroviaria que une el mar con la cordillera y la ruta nacional 23 (¡ahora pavimentada!), está la localidad antes llamada “Corral Chico” y bautizada en 1939 con el nombre del ilustre Ministro Ramos Mexía. Aquel funcionario fue titular de Obras Públicas y Agricultura de la Nación, entre 1898 y 1913, y caracterizó su gestión por el impulso para la construcción de la línea férrea del Estado.
Si el viajero transita por la ruta sin mirar hacia los costados es probable que se pierda la oportunidad de “descubrir” el Bajo de Ramos (como lo llaman los pobladores), que muy seguramente comprende el sitio identificado como el propio “Corral Chico”.
Es una depresión del terreno, a unos 20 metros de profundidad máxima sobre el nivel de la meseta circundante; de intenso verdor provocado por el agua de un arroyo que surge de un manantial y atraviesa longitudinalmente sus aproximadas 40 hectáreas de superficie. Sobre el filo de las bardas orientadas al sur se encuentran enterratorios de origen tehuelche y en el centro mismo del Bajo se levanta un promontorio rocoso de origen volcánico, al que los habitantes llaman el Cerro Redondo. Según algunas historias de origen tradicional y popular en este cerro se han descubierto pequeños túneles, los cuales conducen a las tumbas en donde los cadáveres ocultos fueron sin duda objeto de numerosos ritos religiosos. En los laterales del cerro, hacia el sudoeste y el sur, se pueden observar pinturas rupestres, protegidas por aleros de piedra. Estos yacimientos han sido estudiados por el arqueólogo Carlos Gradín, y sus conclusiones están reunidas en el libro “Arqueología de Río Negro” en la serie “Las mesetas patagónicas” que editó la secretaría de Estado de Acción Social de Río Negro, bajo la dirección del sociólogo Ricardo Freddy Masera.
Apuntó el experto que el Bajo de Ramos Mexía “debe haber sido ocupado desde hace mucho tiempo, tal vez desde el principio de la era (se refiere al Holoceno, unos 10 mil años atrás), o más, por grupos de cazadores recolectores que aprovechaban la fauna, especialmente el guanaco, y la abundante flora local, gracias a la excepcional vertiente existente en el lugar”. Gradín precisó que en el cerro (al que llama “morro”) se presume una ocupación más reciente, entre los siglos VIII al X (o sea unos 1.000 años atrás, “ayer a la tarde” como le gustaba decir a Rodolfo Casamiquela) porque se encontraron vestigios de alfarería.
El análisis del especialista es inteligente y ameno, aún para un lego en la materia, y despierta una serie de interrogantes. Algunas preguntas quedan sin respuesta, pero no caben dudas de que en el lugar hubo un importante asentamiento de los pueblos originarios. El aire del Bajo de Ramos es especial, se respira un micro clima particular y uno siente que todo el sitio trasunta su historia. Está la presencia del espíritu de los antiguos, hay emoción en el pecho.
Ser testigo directo, explorar y preservar
En el establecimiento ‘Tunquelén’, un emprendimiento de turismo rural que por ahora sólo ofrece sitio para acampar pero más adelante puede contar con una cabaña para alojamiento, un sendero lleva hacia lo alto de la barda. Allí hay dos chenques, tumbas preservadas por pilas de piedras prolijamente ordenadas que han resistido el paso de miles de años. El cronista siente que debe morigerar su curiosidad, mezclarla con una adecuada dosis de respeto y mantener el mayor silencio posible para que la observación de cada detalle se adapte a la sonoridad arisca del viento. Más tarde, escalando el Cerro Redondo, tiene la misma sensación. “No se puede trepar entre estas piedras con indiferencia, este es un lugar que estuvo poblado por los precursores, aquí descansan sus huesos y la memoria de sus sentimientos quedo adherida a la pretérita lava volcánica como la misma tenacidad de los líquenes” reflexiona.
Es positiva la exploración, pero nunca se debe descuidar la preservación. El daño que produce cualquier alteración del antiguo orden de las cosas ya no puede ser reparado.
Es muy doloroso ver que algunas de las pinturas rupestres han sido mancilladas con torpes, insustanciales, vanas y ridículas inscripciones o rayaduras. Está muy claro que alguien destrozó la pared rocosa con un instrumento cortante para separar un fragmento de un grabado. Los organismos del Estado que deben velar por este valioso patrimonio están totalmente ausentes. Al Bajo de Ramos Mexía se puede llegar con total comodidad en un vehículo urbano, ¿por qué no hay alguna protección, acompañando la señalización informativa que, además, jerarquice el sitio? Un compañero de la excursión le dice al cronista: “la provincia de Río Negro no tiene políticas de preservación de los vestigios del pasado, no hay cuidado con una pintura rupestre de 5.000 años de antigüedad ni con las preciosas escuelas de la época de Perón, que fueron construidas hace apenas 55 años”.
Una estación detenida en el tiempo
En contraste con la desidia relativa al cuidado de las pinturas rupestres la estación ferroviaria del pueblo de Ministro Ramos Mexía está celosamente mantenida por el escaso personal de la empresa provincial Tren Patagónico. Se trata de una construcción de chapa y madera que parece ser la original de cuando el trazado de la línea férrea llegó al lugar entre 1910 y 1911. Está bien pintada y conserva sus carteles y pizarras. Sobre el andén se destaca una curiosa construcción que fue antiguamente la oficina de los maquinistas, que cambiaban de turno en esa estación. Era común que en las instalaciones ferroviarias argentinas se usaran vagones de rezago para armar viviendas u oficinas, pero generalmente eran furgones cortos, de tipo postal o los llamados “de cola” que servían de refugio al guarda de un convoy de carga. En este caso se trata de un viejo coche de pasajeros (o tal vez uno de aquellos usados como aula móvil de capacitación) que alguna vez (hace más de 50 años, seguro) quedó fijo al costado del riel.
Algo más de la estación de Ramos Mexía (antes “Corral Chico”): el tanque de agua para las locomotoras parece estar esperando una calderera. Hay en ese lugar del pequeño pueblo sureño mucha historia vinculada al progreso, de aquel modelo de país que avanzaba confiado y feliz hacia un futuro que sería (debía ser) venturoso. La modesta estación trae nostalgias. En este sitio paraba unos 15 minutos, para recambio de personal y revisión, aquel famoso e increíble Tren Blanco de la década del 40. ¡Allí mismo el general Perón y Evita, en viaje de regreso desde Bariloche en abril de 1950, recibieron al maestro Juan Carlos Tassara y los alumnos de su escuela rancho que pedían por un edificio digno! ¡Y la escuela se hizo, está allí como otro signo del pasado!
Una comisaría de Pagano
La geografía del sur rionegrino está salpicada de obras públicas que corresponden a distintos momentos de su historia institucional y denotan las preocupaciones de los gobernantes de cada época. Los más importantes edificios policiales de la zona fueron construidos en la década del ’30, cuando el ingeniero Adalberto Pagano era gobernador del Territorio de Río Negro. En 1937, 2 años antes del cambio de denominación de Corral Chico por Ramos Mexía, se levantó allí, enfrente de la estación ferroviaria, una cómoda comisaría, con vivienda para su jefe, sistema de calefacción central, baño instalado y pisos de primera calidad. Hoy reclama arreglos. Nada en su frente indica que se trata de un edificio declarado “monumento histórico provincial” por la ley 3.945, sancionada y promulgada en el año 2005 a instancias del legislador radical Jorge Pascual. Otra vez el Estado ausente a la hora de la defensa y cuidado de su patrimonio.
Los jóvenes picapiedras
El cronista, que llegó a Ramos Mexía para presenciar el notable campeonato provincial de esquila, se encuentra de pronto, sorprendido, enfrente de un sencillo puesto de venta de artesanías elaboradas en piedra. “Son las piedras comunes que uno anda pateando por la calle, que nosotros levantamos, cortamos y pulimos para tratar de descubrir su tesoro interior” explica con sencillez Sergio Huilliqueo, de 24 años, uno de los dos emprendedores del taller de Artesanías en Piedras Preciosas, bautizado como ‘Los Picapiedras’. Muestra con natural orgullo los adornos tallados y una serie de llaveros y colgantes confeccionados con las piedras del lugar y comenta “nuestra idea es hacer conocer de alguna manera el valor del pueblo, creemos que las piedras preciosas pueden ser su identificación regional, como lo son las lajas para Los Menucos y la lana para Maquinchao”. David Ranao, de 22, su compañero de experiencia lo apoya y agrega “es una salida laboral y también una forma de permanecer en el pueblo, de evitar que el camino nos lleve, para defender al pueblo y su gente”. Sergio y David reconocen y agradecen la capacitación y estímulo que les brinda Pablo Carancini, del Museo Tello de Viedma, y dejan en claro que “estamos progresando, todavía somos aprendices pero vamos encaminados”, a la vez que expresan su mayor deseo del momento: poder exponer y vender en la Fiesta del 7 de Marzo, en Patagones.
Cae la tarde en un infinito despliegue rojo por el oeste inabarcable. “Un degüello de soles muestra la tarde, se han dormido las luce del pedregal” escribió Atahualpa Yupanqui. La crónica sobre Ramos Mexía tiene punto final, por ahora.
(ver, abajo, otros apuntes de este blog)


domingo, 7 de febrero de 2010

Una mirada respetuosa a los enterratorios indígenas del Bajo de Ramos Mexía



El bajo era un buen lugar para vivir. Los guanacos llegaban sedientos al manantial y era fácil cazarlos, para sacarles abrigo y comida. En el bajo había sombra y agua fresca. En el bajo casi nunca caía nieve, a pesar de los duros inviernos. Por eso estuvieron allí, los antiguos. Dejaron sus pinturas de misterio. Enterraron a sus muertos y levantaron las piedras de la memoria. Marcaron el territorio, ellos. Se fueron hace mucho, pero siguen estando. El aire respira silencios y el viento trae alguna melodía que el oído no puede entender. El bajo era un buen lugar para vivir y también fue un buen lugar para morir. Respeto, que nadie perturbe el descanso de los antiguos.
(Ver, más abajo, una breve descripción del Bajo de Ramos Mexía, antes 'Corral Chic0', en el sur de Río Negro)

El Bajo de Ramos Mexía, una sorpresa en medio de la meseta patagónica

La localidad de MinistroRamos Mexía está en plena meseta patagónica, en el sur de Río Negro. Es una estación de la línea ferroviaria que llega a Bariloche, es un pueblo que antes se llamó "Corral Chico", al costado de la ruta nacional 23 que ahora llega pavimentada hasta Los Menucos. A unos 1.000 metros de la población hay un "bajo", una depresión de unos 20 metros de profundidad, con casi 30 hectáreas de extensión. Un remanso verde, con un manantial que alimenta un rumoroso arroyito y algunas chacras cultivadas.
En ese sitio hay un cerro de escoria volcánica, que preserva pinturas rupestres de unos 5.000 años de antigüedad. Feron hechas por antiguas culturas indigenas, seguramente para dejar testimonio de su presencia y rendir homenaje a sus muertos.


Visitar el lugar es un privilegio. Pero es muy importante mantener el respeto por el patrimonio histórico cultural, no efectuar actos de vandalismo, ni dañar las valiosas pinturas. Una foto, con la historia de fondo, es el mejor de los recuerdos.